Los niños son felices porque el tiempo no existe. No tienen un pasado y no sienten la necesidad de un futuro. Por eso no les preocupa todo aquello que se encuentre a más de treinta segundos de distancia. Sin tiempo, la felicidad sí es posible porque todo es irrelevante.
La mirada de un crío no esconde reproche alguno porque lo pasado desaparece por siempre jamás y porque lo que está por venir no existe, no tiene espacio en sus pensamientos.
El niño se mueve entre la ilusión y él mismo, lo demás es accesorio. Y eso es lo que de verdad añoro de la vejez. Es la razón por la que no acepto la fealdad de una vejez que no ya no tiene ninguna ilusión.
Limpiar a un bebé es un enorme placer. Limpiar a un viejo enfermo te hace pensar en lo que vas a ser más tarde o más temprano. Crees que estás tocando un futuro que llega antes de la cuenta de la forma más cruel.
Yo he tenido que convivir con niñez y con vejez de manera simultánea. Lo que fui y perdí. Y lo que seré y comienzo a conseguir. Aprender a ceder frente a lo feo de la vejez. Esto es como la voz de un cantante al que no le prestas atención alguna y que un día lo haces y te enseña algo que te agrada bastante.
Es buscar las bellezas en las cosas. Quizás sea una salvación que sólo nos puede proporcionar el sentirnos niños sabiendo que moriremos siendo viejos.
Son las reglas del juego. O buscas la belleza o está perdido.
Algeciras , 19 de octubre de 2020
Patricio González