A raíz de una de mis estupendas tertulias con mis amigos Teo y Julio, en la que hablábamos sobre las mentiras interesadas, pensé en la peligrosidad social de los bulos, de los infundios y de las maledicencias que se dicen, casi siempre por interesados motivos, contra personas e instituciones, de los que no deberíamos ser parte.
El rumor es una noticia no confirmada al que no deberíamos dar pábulo en nuestras tertulias si no tenemos certeza de tal noticia (me han dicho que le dijeron que dijo ). En el periodismo auténtico, la confirmación y contrastación de una noticia es la garantía excelente de la verdad, y, por ende, el mejor seguro del profesional honesto para no dar gato por liebre, o al menos así debiera ser. Pero la realidad actual del periodismo es bien distinta.
El infundio es una falsedad intencionada que no merece más comentario. Bastante saben de ello El Vaticano y la Iglesia Católica, que han sido objeto, a través de su historia, de pasmosos pasquines insultantes e infundios escandalosos de la peor especie, con el único ánimo del desprestigio.
El bulo es otra cosa bien distinta. De él se podría escribir toda una tesis doctoral malévola. Porque el bulo es una noticia falsa, tabulada y no verificada, que se propaga con algún fin, casi siempre maligno. Se utiliza habitualmente como guerra sucia contra alguien que nos cae mal. Este innoble sistema que, en tiempos no tan pretéritos, se valió del pasquín y de la sátira comunicada boca a boca en todo tipo de mentideros públicos y privados, sigue vigente en los actuales medios de comunicación, incluso con más fuerza en tertulias de ciudadanos de a pie, que ven la ocasión propicia para tratar de desprestigiar al enemigo.
La malignidad del bulo radica, en opinión de este servidor, en lo confuso de su origen, y en la maldad de su finalidad, y su eficacia es mayor cuanto más verosímil parezca la fabulación, y no es nada raro que en un país donde la mentira ha sido durante siglos la asidua compañera de políticos y ciudadanos en general, se acepte con normalidad el bulo mentiroso en cualquiera de sus modalidades, olvidándonos de que la mentira, a través de las falsas noticias, siempre resulta perniciosa, demoledora, y es merecedora de la mayor condena moral.
Antonio Poyatos Galián