La mañana invitaba a pasear este domingo y decidí dar una vuelta por los alrededores de la ciudad, un entorno en el que se puede gozar de maravillosas vistas y paisajes y donde también proliferan urbanizaciones residenciales con agradables jardines, parques y áreas recreativas donde muchas familias van a pasar el día de campo y disfrutar de buenos momentos en familia o con los amigos, en torno a una comida cocinada al fuego de las parrillas.
Tenía también que probar los arreglos y reparaciones que Roque, mi mecánico, había efectuado a un automóvil y me presté a hacerlo por esas zonas tranquilas, sin apenas tráfico y por donde se puede atender a la conducción y a los sonidos y el comportamiento del motor sin riesgos a sobresaltos al tener posibilidad de parar en cualquier lugar en caso de emergencia.
Di un primer paseo por la zona este, donde no encontré a nadie en mi camino, regresando para tomar un camino que discurre desde los aledaños del cementerio nuevo hacia el centro de la ciudad por la ladera de unos cerros y que ofrece unas esplendidas vistas y decidí no regresar a casa sino continuar por otra carreterita que se dirige al oeste, pasando tanto por debajo como por encima de la autopista. Este camino pasa por diversas urbanizaciones, por la puerta de una famosa clínica de reposo y diversas residencias de espectacular diseño, llevando hasta el auditorio al aire libre de la Cantera o, alternativamente, hacia la zona de la antigua carretera principal.
Justo en el área donde se ha de optar por una u otra opción se encuentra situado un magnífico parque recreativo en el que se reúnen muchos grupos familiares para pasar el domingo, sobre todo gentes de otros países y continentes que hacen del domingo una jornada de agradable convivencia con los paisanos ¡Y justo ahí pasó lo que pasó!.
Llegaba al lugar contento de la marcha de mi vehículo, controlando los sonidos, las vibraciones, los indicadores del cuadro de instrumentos y mirando al frente cuando de repente, a una distancia difícil de calcular observo atónito un carrito de bebe que avanzaba hacia mi auto deslizándose por una suave pendiente cuesta abajo y más allá unas personas que corrían tras él, dos mujeres y un hombre haciendo gestos y gritando.
No tuve tiempo de pensar pues intuyendo la tragedia, giré en volante y saque el vehículo de la calzada a un descampado que, afortunadamente, había a la izquierda bajándome a toda prisa, pues el cochecito seguía bajando y los otros seguían corriendo y voceando sin alcanzarlo.
Me dirigí hacia él con decisión, pensando echarme encima, pero desechando esa opción pues con mi peso podría aplastar a la criatura siendo peor tal vez el remedio que la enfermedad, resolví pararlo pues calculé que muy de prisa tampoco iba, y así lo hice sujetándolo con una mano por la capota y con otra por la canastilla, ¡iba más ligero de lo que pensé!. Caí al suelo sin soltar el carrito y arrastrado por este, con mi peso, el cese de la inclinación y el desvío que se produjo en la trayectoria al interceptarlo, acabamos fuera de la carretera, con el carro volcado. Me levante como pude y ¡no había niño!.
No, el efecto de mi acción salvadora no alcanzó a ningún bebe sino a las vituallas de un grupo familiar de inmigrantes hispanoamericanos que iban a pasar su dia de campo en el parque y que fueron descargando de los coches las viandas y bebidas, poniéndolos en el carrito de un niño pequeño de los del grupo para facilitar su traslado hasta una de las parrillas del parque, y los que iban tras el cacharro endiablado aquel eran a quienes se les escapó cuesta abajo cuando lo estaban terminando de cargar y que llegaron hasta mí aterrados de pensar el castañazo de me había dado, pues, por lo visto, mi heroica acción de rescate resultó de lo más espectacular y propia de una película de acción, algo que, desde luego, y como protagonista, no llegue a percibir en el transcurso de la gesta .
En fin, no habiendo sufrido más que un roto en un pantalón ya de por si descangallado y un roce en la rodilla izquierda, pues se ve que mi volumen actuó de amortiguador eficaz; no teniendo daños en el coche, que quedo estacionado sin sufrir, acepté quedarme un rato a tomarme un par de cervezas y degustar unas tapitas con aquellas buenas gentes.
Regresé a casa entero, un tanto dolorido y no dejando de maldecir por lo bajito a los que tuvieron la ocurrencia de usar el coche de bebe como carro de supermercado.
Manuel Alba