Conocí desde niño a los amigos de la familia, como supongo que ocurrirá en todas las casas… aunque no todos eran compañeros de trabajo de mi padre, como solía ocurrir en el entorno, sino que la endogamia en materia de amistades no era práctica común en aquella casa y la variedad de profesiones y actividades de aquel conjunto fue un elemento fundamental, básico, para mi formación, no ya tanto en el terreno estrictamente educativo sino en el modo de pensar y contemplar los diversos aspectos de la vida. Había juristas, abogados, bueno un abogado que no ejercía, y dos jueces que influyeron en mí muy especialmente hasta el punto que gracias a ellos me decanté por mi profesión y no seguí la tradición militar familiar.
Los recuerdo esta noche muy especialmente, aunque nunca podría olvidarles, puesto que fueron tantas cosas las que me enseñaron, tantas horas las que me dedicaron cuando, pasados los años, en mis tiempos estudiantiles, se me atravesaba una materia y fuera uno u el otro o ambos, me aclaraban las dudas… Estudié derecho y me hice abogado por ellos y de ellos aprendí algunas cosas que han caído en desuso, en olvido y que a estas horas me vienen a la mente como si ellos estuviesen aquí, a mi lado, a pesar de los años, decenas ya, que marcharon para siempre.
Una de las cosas que aprendí de ellos y con ellos, especialmente uno, Magistrado de la entonces Audiencia Provincial, es que nunca sería amigo de un Juez, ni un Juez sería amigo mío… eso me lo inyectó en la cabeza desde que entré en la Facultad de Derecho de Sevilla en Octubre de 1.974. Entonces no lo entendía y le preguntaba, ¿si te llamo “tito” desde que te conozco, eso por qué? Y me decía que si lo tuteaba o mostraba la menor familiaridad con él o cualquiera de sus compañeros después de colegiarme y empezar a ejercer tuviera por seguro que me tiraba desde la azotea de la Audiencia. Que en mi casa, en la suya, era otro mundo, pero que igual que a mí se me diría Sr. Letrado, yo jamás debería apelarle el tratamiento de Señoría a un Juez o el que le correspondiera a un Sr. Fiscal según el rango ni aún a solas en sus despachos, porque perder ese grado de respeto era perderlo todo en la Justicia. Me callé y cumplí hasta la fecha, de tal modo que con cuarenta años de ejercicio a mis espaldas no tengo amigos Jueces, ni Magistrados, ni Fiscales, es decir, no los tengo como tales… No se podrá decir lo que llevo oyendo también todos esos años, diremos, por aquello de ser políticamente correcto, aunque todos saben que no lo soy, que haya utilizado como método de captación de clientela aquello de “soy amigo del Juez del caso” (Ahora se deben de echar encima los fariseos de mi oficio diciendo que eso es algo excepcionalísimo). Eso era lo que ya en aquellos tiempo me advertían mis singulares, entrañables y añorados padrinos.
También me advirtieron que era preciso huir de la fama que ya empezaba a otorgar la prensa, a principios de los ochenta del pasado siglo, estaba muy mal visto eso de salir en la foto, las entrevistas y todo eso que hoy es cotidiano. ¡Tú a lo tuyo, y no se te ocurrirá jamás sacar de tu despacho lo que lleves entre manos ni las actuaciones judiciales! Y he seguido igual, mientras que ahora todo es filtración y publicación, entrevistas, opinión, juicios paralelos y un retorcido concepto del derecho a la información. Ya empezó allá por mitad de los ochenta con el célebre procedimiento de aquel alcalde que le dio por decir que la Justicia era un cachondeo, Juicio al que asistí como “observador” del colegio de abogados en la extinta Audiencia Provincial y aquel Magistrado no amigo miraba hacia mí, Sr. Letrado tampoco amigo y me venía a decir de algún modo “observe”, “observe”. Recordaré siempre un incidente con una señorita de una cadena de televisión que quería saber lo que ocurrió en un Juicio con Jurado por una muerte violenta que me exigía, metiéndome un micrófono en la boca que informase porque la sociedad tenía derecho a estar informada y yo le repliqué que yo tenía el derecho a callarme. Luego vinieron los Jueces estrella, los Jueces estrellados, todos esos casos tan conocidos que siempre acabarían inscritos en las listas de los Colegios de Abogados, (Ahora también deben de echárseme encima los mismos de antes porque eso de que reniegue de que quien sale por la puerta chica de la Judicatura reciba las bendiciones en mi oficio no me ha gustado nunca un pelo).
También aprendí de aquellos señores que el respeto no es sumisión y que no se debe de estar y pasar por arbitrariedades e injusticias, debiendo usarse con rigor los cauces oportunos para evitar abusos, y lo he hecho cuando ha sido preciso, sin que haya pasado nada más que lo que en Ley correspondía.
Hoy, en la etapa final de la vida, miro atrás, sobre todo los tiempos más recientes, y no reconozco nada. Recuerdo aquel dicho antiguo, que alguien me contó, el cuento de aquel que clamaba ¡¡ “Justicia, Justicia, Señor, pero por mi casa no”!!. Así todos respetan las decisiones de los Jueces y Tribunales, todos lo proclaman, no solo los políticos, también los grupos de presión, los formadores de opinión, los medios de comunicación, esas tertulias de todólogos opinantes de radios y televisiones….. ¡Pero si la decisión de esos Jueces y Tribunales no es la que ellos desean, se monta la tangana y no pasa nada! Se saca la gente a la calle, se paraliza la vida cotidiana de las ciudades, se montan batallas campales y las supuestas autoridades palurdas y provincianas de una parte de España insultan al resto de los españoles y a las instituciones, y al propio Tribunal Supremo ¡Y están en la calle y no en una jaula!
El peso de los años y la experiencia me han vuelto escéptico. ¿Dónde está el respeto a la Justicia? ¿Qué pasaría si por disconformidad con la pena impuesta por un delito contra la salud pública, firme, por poner un ejemplo, una legión de traficantes, parientes, consumidores de drogas, y diversos colectivos cortasen el tráfico en los accesos a una ciudad? ¿Estoy diciendo una barbaridad? ¡No, en absoluto! Sentencia firme condenatoria de un Tribunal de Justicia que adquiere firmeza, ejecutable…. ¡Una Constitución como Ley de Leyes, un Código Penal y una Ley de Enjuiciamiento Criminal!… Pero para unos si, para otros parece que no debe valer.
El respeto a la Justicia se perdió poco a poco, ya hace años, con los colegueos, los inventos que de hecho politizan la Justicia, las ocurrencias, por ejemplo, un hecho evidente pero que se niega por decreto es que quien deja la Judicatura para convertirse en político por un determinado color o bando queda señalado a nivel de independencia de tal modo que su regreso a un Tribunal de Justicia debería estar vetado, sin embargo no es así, y sea del Ministerio, Secretaría de Estado, Delegación del Gobierno, Senado, Congreso o lo que sea se puede regresar de inmediato al puesto en el Tribunal, o en la Fiscalía, que les corresponda por antigüedad, pues el estatus político constituye un supuesto de “servicios especiales”, gracias a una reforma legislativa que fue aprobada por la inmensa mayoría de los diputados y senadores de este país. Existen ocurrencias como organismos para las relaciones con la Administración de Justicia, como si hubiese que tener unas relaciones especiales por algo, incluso comisiones en los Colegios de Abogados para tales menesteres…. ¿por qué? ¡Aquí parece que todo vale y yo me debo haber quedado más antiguo que los balcones de palo!
En este mar de confusión soy consciente del peligro que entraña una situación como la que vivimos, y de lo que supondría que, para colmo, una sentencia del Tribunal Supremo se viese, además, burlada a través de una ejecución en manos de ese supuesto Gobierno Autonómico de la Región Catalana, soy consciente de la poca seguridad jurídica que se vive en España, y de la impotencia de los miembros de la Judicatura, que encima tienen que aguantar el chaparrón porque parece como si de todas partes les estuvieran diciendo que eso de la independencia del Poder Judicial es la teoría, o como preguntaba el inefable Manuel Azaña ¡Poder Judicial!, ¿Qué poder es ese?.
Por lo visto nadie se da cuenta que a aquello del Estado Democrático y Social de Derecho, lo último, lo de Derecho, se le está cayendo a pedazos al son de la canción de Julio Iglesias : ¡La vida sigue igual!
Manuel Alba
15 de octubre de 2019