Las nuevas y penosas circunstancias no cambian nada el panorama, y tampoco lo he de hacer yo en mi opinión que, se critique o no, se comparta o no, la voy a ofrecer como simple acto de honor a la verdad. Realmente es doloroso el momento, pero más penoso aún es que ni por los graves acontecimientos de estas jornadas se aparque el ánimo y la voluntad de conflicto de determinados personajes repugnantes que campan a sus anchas por la esquina noreste de España. Allí donde hace unas jornadas un tal José Abad señalaba que el mantenimiento de calles y plazas dedicadas a Goya, a Quevedo, a Góngora, Larra o Lope de Vega responde a un modelo pseudocultural franquista. ¡Hay que ser imbécil, cateto e impresentable!.
Las víctimas en su conjunto forman un mosaico de treinta y tres nacionalidades, venidos la mayoría a visitar una ciudad que un día fue cosmopolita y abierta y ahora se hace cada día más cerrada y provinciana, una Barcelona que conocí siendo un hervidero de culturas y a la que hoy no puedo identificar Esas gentes que venían a visitar la ciudad, como otras muchas que van y vienen y que, por fortuna, no han sido víctimas de la barbarie, seguramente no sabían, o no saben que, además, no son del todo bienvenidos, porque hay quienes se oponen al turismo y atacan los intereses de ese sector, unos salvajes que se hacen llamar A raíz , -(tienen otro nombre en catalán que lo utilizan todos los medios de comunicación y los políticos pero no he de ser yo el que lo use)- Esa gentuza, amparada por una fuerza política institucionalizada y con representación en el Parlamento de la Comunidad Autónoma de Cataluña y en las Corporaciones Locales, campa a sus anchas mientras que sus padrinos rebuznan por los hocicos que el drama de estas últimas horas mostrando su «rechazo frontal a todas las formas de terrorismo fascista fruto de las lógicas internacionales del capitalismo». ¿Por qué no les ponen un bozal a estos semovientes?.
Si, es preciso que se sepa, esos visitantes, hoy muertos o heridos por la barbarie de un acto que se esperaba y que, por desgracia, es de temer que no sea sino uno más a añadir en el largo rosario de canalladas que no parece que pueda tener fin desde la cobardía y el complejo de los Estados, no eran queridos por un sector con representación institucional que encima se cachondea de ellos con sus comunicados vergonzosos.
¡Y los demás siguen!: Sin respetar el momento, ese tal Puigdemont aprovecha la cobertura mediática internacional del momento para decir que su proceso se mantiene, ya que toda oportunidad es aprovechada para lanzar esos mensajes de esquizofrenia propios de la bazofia impulsora del gran disparate, algo no nuevo, y si bien hace unos días recordé el enorme perjuicio que supuso la llegada del primer Borbón, Felipe V, al trono de España, hoy hago memoria histórica de nuevo, pero de la mía, la de verdad, la que se extrae de las fuentes no corrompidas del presente:
Otro Felipe, Felipe IV, reinaba en España cuando se produjo El Corpus de Sangre, el 7 de junio de 1.640. La revuelta catalana tenía un motivo: la tacañería y la insolidaridad con el resto de España, algo que se ha repetido cada vez que se ha dado la ocasión. Ocurría que el nieto de los Reyes Católicos había de financiar su acceso al Imperio, para ser Carlos V necesito sufragar unos cuantiosos gastos que serían sufragados por Castilla, no sin antes haber sofocado la insurrección de campesinos y burgueses. Fueron los días de la derrota de los comuneros y la decapitación de sus cabecillas. Desde entonces sería Castilla quien cargase con los gastos de la monarquía Española.
En plena guerra de los Treinta Años, Castilla, entendida como su realidad, no ésta de la charangada autonomista, no podía más y dado que Aragón no se había dignado a contribuir jamás a las cargas comunes, el bueno de Don Gaspar Guzmán y Pimentel Rivera y Velasco de Tovar, Conde Duque de Olivares y Ministro de Felipe IV considero que hora era de que pagasen impuestos y reclutasen soldados como los demás. Había, además, una cierta quemazón en el resto de España, es decir, Castilla, porque además de no soltar un maravedí, la burguesía y la nobleza de las tierras catalanas del Reino de Aragón, se enriquecía cada vez más con el comercio en el Mediterráneo. Los campesinos se sublevaron porque aquellos impuestos repercutirían sobre ellos y no sobre los hacendados y en la revuelta se ensañaron contra los soldados de la corona y también con burgueses y nobles catalanes El Conde de Santa Coloma, representante del Rey, fue asesinado en aquella jornada y en aquella situación la ocasión fue aprovechada por un tal Pablo Clarís, representante del clero en la Diputación General de Cataluña, que logró hacerse con el poder en dicha institución y realizar un acto de traición a España del orden de los que vivimos en el presente. En efecto, el tal Clarís entrego Cataluña a Francia en un proceso, porque todo lo catalán tiene su pertinente proceso, que se servía de la situación de guerra entre España y Francia que se había declarado en 1.635.
Para materializar la forma de no solidarizarse con el resto de España, Clarís envío a su pariente, un tal Tamarit, junto con un tal Vilaplana a Ceret, en el Rosellón, donde pactaron con el Ministro de Luís XIII, cardenal Richelieu, el apoyo militar francés a Cataluña, y la constitución de la República Catalana bajo la protección de Francia. ¿A que nadie habla de esto, nadie se acuerda en nuestros días de esta catalanada? Corría el mes de septiembre de 1.640. Y aquella Cataluña de Pablo Clarís, la que no quería sufragar los gastos que le correspondía participar para el sostenimiento de los Reinos de España accedía en Ceret a pagar un ejército francés de tres mil hombres, en principio y a ceder los puertos catalanes a los franceses.
¡La República Catalana! ¿No es lo que pregonan ahora?, pues aquella república del traidor Clarís acabó fatal: Las tropas de Felipe IV avanzaban victoriosas hacia Barcelona y los franceses, es decir, Richelieu y Luís XIII no se conformaban con aquello de la república protegida, y querían más. Y ya con las tropas reales a las puertas de Barcelona, el día 23 de enero de 1.641 Clarís y sus cuadrilla de traidores tuvo que dar por cerrada su república de barraca de feria, proclamada formalmente nueve días antes, el 14 de enero, no sin antes emitir considerable deuda pública para pagar a los franceses un ejército mayor de lo en principio previsto. Si no cedían a las presiones francesas, Felipe IV entraba en Barcelona y al igual que ahora, antes de dar marcha atrás, él y su gobierno, que atendía al ridículo nombre de Junta General de Brazos, entregaba su absurda república y con ella Cataluña a Francia, y reconocían para Luis XIII el histórico título de Conde de Barcelona, es decir, Rey de Cataluña. Solo así los franceses pararon la entrada de las tropas del Rey Felipe en Barcelona, en la Batalla de Montjuic, tres días después de haberse hecho con Cataluña. El criminal Pablo Clarís moría un mes después, tal vez de muerte natural, tal vez por intervención de los franceses que ya lo tenían amortizado. Así se iniciaba el plan francés para atacar el resto de Aragón y Valencia y se utilizaría Cataluña como tierra ocupada, que en definitiva es lo que resultaba ser.
En mi ya lejana infancia escuchaba decir a unos parientes con ocasión de una adversidad, un imprevisto, una equivocación con resultados ruinosos que a quien esto le ocurría le habían salido los cochinos hocicudos, y si bien nunca llegué a conocer en que consistía exactamente ese fenómeno que suponía a mi entender que a los cochinos les creciera el hocico de modo desproporcionado, indudablemente se puede decir que a los catalanes desde aquel año 1.641 y durante toda una década les salieron los cochinos enormemente hocicudos: Luís XIII nombró un virrey francés para sus nuevos dominios y ocupó en los cargos administrativos importantes a franceses o pro-franceses. Desde luego la guerra que se mantuvo con las tropas de Felipe IV durante una década no iba a correr por cuenta de Francia sino los catalanes tendrían que pagar un ejército cada vez mayor, que ya no era tan amigo sino más bien una fuerza de ocupación en toda regla. Diez años de guerra con sus consecuencias sociales en las tierras catalanas en las que la población se mostraba descontenta.
Y claro, los intereses en el Mediterráneo, el comercio, la industria y todo aquello que tanto defendían los burgueses y nobles catalanes se vio embarrancar porque Francia protegería y potenciaría a sus comerciantes e industriales, y Cataluña se reduciría a ser un mercado para la Corona Francesa, que por cierto, la ostentaba aquel Luís XIII, cuñado de Felipe IV, al igual que cuñados resultarían Luís XIV y Carlos II.
La ambición e insolidaridad de Cataluña y las ansias de poder de aquel Pablo Clarís llevaron al precipicio a aquellas tierras, retomadas por Juan José de Austria, hijo bastardo del Rey español. Con el fin de la Guerra de los Treinta Años terminaba también la aventura francesa de los catalanes que a pesar de la traición no se vieron represaliados por Felipe IV. La Corona mantuvo los fueros y privilegios, todo quedó perdonado y los burgueses y nobles catalanes, así como los campesinos y el pueblo, se hicieron los más fieles y leales súbditos de la Monarquía española, en apariencia, como siempre ocurre.
Después de esta traición, vendría otra, con Felipe V, y otras más, hasta hoy, y siempre por lo mismo: insolidaridad, impertinencia y chulería Y así habrá de seguir hasta que no se ponga coto a los desmanes. Cataluña por encima, los demás por debajo, desde siempre, por siempre, ¡ese es el mantra sagrado, de la irreverente y apestosa catalanidad! Y para ello, como para el convento, cualquier medio vales. Ya desde aquel lejano 1.479 en el que la usurpadora Isabel fuese reconocida como Reina de Castilla y su esposo, Fernando, Rey de Aragón, empezaron los juegos de apariencias, como pudo ser esa carta que citan algunos autores, remitida por la ciudad de Barcelona a la de Sevilla, en la que cuentan que se dice, pues no he tenido acceso al contenido de la misma, que ahora somos todos hermanos.
Por mi parte, no puedo objetar absolutamente nada a D. Francisco de Quevedo y Villegas, ni tampoco a Sagasta, a Unamuno, a Aleixandre, a Ortega, a Azaña, a Rodríguez Castelao, Madariaga, y tantos y tantos más solo asumir la literalidad de sus palabras. Al cabo, me limito a tratar de dar a conocer lo que nadie quiere que se conozca, ni ellos, dirigentes del lenocinio catalán, ni el resto, dirigentes de la cobardía del Estado es lo único que hasta el momento que me resulta permitido ¡Todo es tan lamentable!
Manuel Alba