Como todos los años, en verano, intento arreglar mi interior. Conozco muy bien a alguna persona que, con mucho esfuerzo, también intenta arreglar su interior. Difícil y dolorosa tarea porque a menudo arreglamos primorosamente nuestro exterior, pero descuidamos lo interno. Cuidamos la imagen, pulimos sentimientos y estados de ánimo negativos, con tal de que el reflejo de lo expuesto disimule todo nuestro, no tan bello, interior, aún a costa de que lo que nos rodea, en lo que andamos metidos, nos supere, nos inunde y nos asfixie. Lo ajeno marca más que lo propio, y nos dejamos llevar, casi arrastrar, por lo aparente y por lo inmediato… por el envoltorio.
Hay muchas murallas que derribar en nuestro interior que impiden ver la realidad en la que estamos inmersos y que nos ocultan, con demasiada frecuencia, el camino correcto a seguir tras la línea de la fachada que proyectamos, basada exclusivamente en la imagen que queremos proyectar hacia los demás, en la fatuidad de los juegos de artificio que nos circundan y que posteriormente arrastran buena parte de nuestra esencia.
Es como si pintamos las paredes exteriores, como si maquillamos nuestra fachada para que los demás tengan una determinada imagen nuestra. pero no prestamos atención a los cimientos de nuestra esencia, a la realidad de nuestro interior, que eso es lo que nos está pasando con demasiada frecuencia.
Tal vez de ahí la sensación de no avanzar en nuestra vida interior, de no conocernos a nosotros mismos y, por ende, permanecer estancados a causa de la hojarasca que obstruye nuestras vías de avance y nuestro horizonte de futuro, dejándonos a la deriva de cualquier viento que sople.
Casi siempre, o usualmente, -hablo también en primera persona-abordamos lo efímero como elemento sustancial en nuestra huida hacia adelante, pese a los intentos, persistentes y numerosos, pero no reales, por sobrepasar la fachada pétrea que nos impide salir al exterior.
Soy consciente de que uno de los mayores terrores de las personas, es encontrarse consigo mismo, reconocer ante el espejo la figura real que éste nos proyecta, aceptar nuestra pequeñez y nuestras carencias, asumir lo que somos y cómo somos… por lo que mis meditaciones sobre este asunto tendrán poco recorrido -o ninguno- entre algunos de mis lectores…
Pero, aun así, intentemos arreglar nuestro interior… que ya es mucho, y enfrentemos a nuestro corazón con la cabeza… difícil y bonita lucha en la que no siempre existe el mismo ganador, aunque en opinión de este humilde perdido, debería haber más batallas ganadas por el corazón. Antonio Poyatos Galián.
“NESTRO INTERIOR”
Como todos los años, en verano, intento arreglar mi interior. Conozco muy bien a alguna persona que, con mucho esfuerzo, también intenta arreglar su interior. Difícil y dolorosa tarea porque a menudo arreglamos primorosamente nuestro exterior, pero descuidamos lo interno. Cuidamos la imagen, pulimos sentimientos y estados de ánimo negativos, con tal de que el reflejo de lo expuesto disimule todo nuestro, no tan bello, interior, aún a costa de que lo que nos rodea, en lo que andamos metidos, nos supere, nos inunde y nos asfixie. Lo ajeno marca más que lo propio, y nos dejamos llevar, casi arrastrar, por lo aparente y por lo inmediato… por el envoltorio.
Hay muchas murallas que derribar en nuestro interior que impiden ver la realidad en la que estamos inmersos y que nos ocultan, con demasiada frecuencia, el camino correcto a seguir tras la línea de la fachada que proyectamos, basada exclusivamente en la imagen que queremos proyectar hacia los demás, en la fatuidad de los juegos de artificio que nos circundan y que posteriormente arrastran buena parte de nuestra esencia.
Es como si pintamos las paredes exteriores, como si maquillamos nuestra fachada para que los demás tengan una determinada imagen nuestra. pero no prestamos atención a los cimientos de nuestra esencia, a la realidad de nuestro interior, que eso es lo que nos está pasando con demasiada frecuencia.
Tal vez de ahí la sensación de no avanzar en nuestra vida interior, de no conocernos a nosotros mismos y, por ende, permanecer estancados a causa de la hojarasca que obstruye nuestras vías de avance y nuestro horizonte de futuro, dejándonos a la deriva de cualquier viento que sople.
Casi siempre, o usualmente, -hablo también en primera persona-abordamos lo efímero como elemento sustancial en nuestra huida hacia adelante, pese a los intentos, persistentes y numerosos, pero no reales, por sobrepasar la fachada pétrea que nos impide salir al exterior.
Soy consciente de que uno de los mayores terrores de las personas, es encontrarse consigo mismo, reconocer ante el espejo la figura real que éste nos proyecta, aceptar nuestra pequeñez y nuestras carencias, asumir lo que somos y cómo somos… por lo que mis meditaciones sobre este asunto tendrán poco recorrido -o ninguno- entre algunos de mis lectores…
Pero, aun así, intentemos arreglar nuestro interior… que ya es mucho, y enfrentemos a nuestro corazón con la cabeza… difícil y bonita lucha en la que no siempre existe el mismo ganador, aunque en opinión de este humilde perdido, debería haber más batallas ganadas por el corazón.
Antonio Poyatos Galián.