Resulta que en el ultimo corte de pelo que me hice, mi peluquero me testificó mis canas y mi calvicie mucho más que incipiente-, pretendiendo no cortar demasiado para disimular la evidencia, a lo que, obviamente, me opuse.
Y es que, amigos, el tiempo pasa, estoy perdiendo pelo a pasos agigantados y las canas inundan mi cabeza, mi barba y otras partes del cuerpo sobre las que prefiero omitir detalles…, y es por ello que me doy cuenta de la velocidad del tiempo: pasa tan deprisa que ya no sé si las últimos tres décadas las he vivido o se las llevado un hada de dientes resecos, porque, no hace tanto tiempo, yo me aseguraba que me comería el mundo, y ahora constato que el mundo me está comiendo a mí. Sí, estoy pasado de moda
o quizá nunca he estado de moda, qué más da.
Pero, eso sí, ahora me sobran certezas para atestiguarles que de nada estoy seguro y que nada es tan importante, y que vivir el momento, según nos llegue, es cuestión de pelotas. He averiguado a base de arañazos en el alma, que el pasado es un preludio, el presente es una cana que se aferra al desbarro de este sinvivir, y el futuro es como una fulana obscena que lo que nos promete, en definitiva, es un bonito nicho con flores…
He aprendido que la vida, en realidad, es una perra rabiosa, herida, que te ralla las entrañas si tú no eres tan duro como ella. He aprendido a reconocer el rencor y el resentimiento en los ojos de algunos hombres, y he aprendido -de memoria-, que cuando siembras odios, tu placidez la tiras por el sumidero… ¡segurísimo!
He aprendido, en definitiva, a engancharme a la vida, a lo esencial, dejando a un lado las falsedades que me vendieron en las diferentes escuelas de mi vivir, aquellas que me invitaban a correr y correr sin descanso para intentar llegar el primero a la ficticia meta, cuando lo mejor de la vida, -lo he aprendido tarde-, es ver como los demás corren sin descanso y sin saber hacia dónde, y verlos tropezar en sus indecorosas ambiciones desmedidas, intentando vivir en la cima de la montaña.
Por todo eso, he metido en mi saco de amarguras transitorias, palabras en desuso, como fuerza, valor, perseverancia, amistad, familia y otros valores no crematísticos, para cuando me visite un nuevo fracaso, ellas puedan darme ánimo. La edad madura, pienso yo, es en la que todavía se es joven, pero con mucho más esfuerzo… como el esfuerzo de confesar fracasos y peinar canas…
Antonio Poyatos Galián