Escuchaba el otro día discutir a dos tipos, y uno le decía al otro: “yo perdono, pero no olvido”. Y la frase, que todos hemos escuchado en más de una ocasión, me hizo reflexionar en que, precisamente, perdonar consiste en olvidar, en pasar página, en borrón y cuenta nueva… porque si uno no es capaz, o al menos no se esfuerza, en olvidar el agravio o el daño sufrido ¿Cómo es posible que pueda llegar a perdonar a quien se lo causó? En mi opinión, imposible.
Yo pienso, pacientes lectores, que perdonar quizá suponga la tarea más difícil para el ser humano, porque el perdón está muy reñido con la soberbia, y ya sabemos que ésta, -la soberbia-, la tenemos todos, y en cantidades abundantes. Pero ¿acaso no nos gusta que perdonen nuestras faltas y defectos? ¿Por qué entonces no aplicar la misma medicina a lo demás? Creo que porque vivimos en un mundo en el que resulta especialmente difícil comprender o disculpar porque no nos fijamos en “los otros”, porque vamos tanto a lo nuestro -“yo a lo mío”-, que casi no nos damos cuenta de que a nuestro lado intentan vivir también otros seres humanos con sus defectos y sus problemas… y se habla mucho de empatía, de ponerse en el lugar del otro, pero la realidad nos dice que abunda más la antipatía o, cuando menos, la falta de simpatía, aunque, es cierto que es más fácil perdonar cuando los recuerdos ya no duelen y que no es lo mismo contar tu historia desde la herida sangrante que desde la cicatriz, cuando se ha secado esa herida.
Estoy convencido, de que la familia adquiere una importancia esencial en este asunto, porque es en su seno donde debemos aprender -y enseñar- a perdonar, ya que no hay una escuela mejor que nos facilite diariamente infinidad de casos reales para ir practicando e ir adquiriendo la sana costumbre de perdonar, aunque, claro está, nos han impuesto un “sui generis” modelo de familia en el que apenas hay relación entre sus miembro y por ende, nadie conoce a nadie dentro de esa familia, por lo que la enseñanza y educación real de padres a hijos se ha hecho inexistente, y así no hay manera.
Si al menos conseguimos pasar por alto la mala contestación o disculpar un pequeño fallo, o no poner mala cara cuando algo no nos guste, ya habremos empezado a aprender algo sobre una maravillosa virtud, actualmente en desuso, de este desquiciado y desnortado mundo.
Antonio Poyatos Galián.