Pero qué está pasando, Dios, para que, mientras despunta la tecnología, se acrecienta al saber científico y se extiende cada vez más el insolidario pragmatismo político, la humanidad, aparte de hablar de boquilla diciendo palabras bonitas que suenan a solidarias, -solo palabras-, va siendo cada día más trapera, intelectualmente empobrecida, virtuosamente limitada, inmisericorde, políticamente incrédula y colmada hasta rebosar de sí misma, con predominio del hombre ateo que no trata de encontrar a Dios, sino de sustituirlo por cosas tangibles, empecinado como está en hacer lo que no sabe, en opinar sobre lo que no domina y ocupar cargos para los que no está capacitado, interesado, como está, en las mayúsculas, con profundo desprecio hacia las minúsculas hasta haber conseguido que la política y la economía, como ciencias serias, prácticas e incluso rigurosas, se hayan apartado definitivamente de la esencia, iniciando una peligrosa travesía que ha culminado en un triste naufragio nihilista el sueño se ha acabado.
Que está pasando, Dios, para que a pesar de proclamarnos cristianos o pacifistas, o ecologistas o archimundialistas, -solo palabras-, la gente nos molesta sobremanera, y el mundo nos incomoda… y a pesar de lo que la gente pueda creer, pienso yo que el infierno no es una falacia, pero no hay que buscarlo en el más allá, porque las llamas del inframundo en el que nos encontramos están aquí, se esparcen libremente por doquier sin que hagamos nada por apagarlas, solo repetimos palabras y eso que todos los días sentimos a nuestro alrededor el calor producido por esta gran e infernal hoguera que consume nuestras vidas y metamorfosea la sociedad en algo yermo y violento, donde las catástrofes naturales se suceden sin tregua, las guerra y el terrorismo adoptan nuevas fisonomías que se ciernen como apocalíptica amenaza sobre esta sociedad moderna falta de faros de referencia, que no sabe hacia dónde camina, ni a qué atenerse, ni cómo responder como si de nuevo se hubiese abierto la caja de aquella bella mujer modelada en barro, llamada Pandora, y hubieran salido, incontroladamente, toda clase de maldades y calamidades.
Que está pasando, Dios, para que aceptemos con naturalidad que todas estas miserias han anidado con facilidad en el ser humano, hasta el punto de que, lejos de encontrarnos realmente apesadumbrados, lamentando las injusticas y las dramáticas desigualdades, las personas se tornen viles, codiciosas, desleales, envidiosas, embusteras y rencorosas, lanzadas a una bacanal de injusticias y sinrazones que tienen como premio el poder y el dinero, como únicos puntos de referencia la desazón me abruma ante los estrago que tales actitudes causan entre los ciudadanos de a pie, y cuyos síntomas más alarmantes son el desempleo, la soledad, la pobreza galopante y la exclusión social por diversos motivos y así nos va.
Solo nos queda recordar, sin embargo, que, tras el precipitado cierre de la susodicha caja de Pandora, lo único que quedó en su interior fue la Esperanza y a ella le pedimos, en esta Navidad, que nos traiga la ilusión de que el ser humano, algún día despierte de la pesadilla de estar situados al borde del despeñadero.
Antonio Poyatos Galián