Desde hace unos días cualquier persona que conserve un mínimo de espíritu crítico y capacidad de observación estará contemplando de que modo el concepto de democracia es muy relativo y dista mucho de ser el sistema perfecto, universal, deseable para todas las naciones hasta tal punto que las que no lo desean, las que no la admiten son víctimas de su ignorancia y hay que llevársela a casa, a modo de misión catequista y si fuera preciso, al amparo de aquello de que la letra con sangre entra se les impone por las bravas.
Cuando en aplicación de unas normas, de unas reglas democráticas, alguien es elegido para ostentar un puesto relevante y a los demás no les conviene se acude a la crítica feroz y a la descalificación despiadada, inundando de consignas contra el elegido toda la tierra, utilizando los medios de comunicación y cualquier método imaginable. Y la prueba está en el machacón discurso que llevo soportando en todos los medios contra el Presidente electo de los Estados Unidos de América Escucho sandeces tales como que la democracia ha sido víctima del electorado, que el pueblo norteamericano ha fallado, pero el sistema no escucho la descalificación de la persona de Donald Trump y de su familia, de su esposa, de su ex esposa, de sus hijos, no sé si también se ha atizado contra sus mascotas A la democracia le convenía, al parecer, según los gobernantes europeos y de otros lares, devotos de la gran cofradía y de los seres iluminados que componen el estamento del Cuarto Poder, esos participantes en las tertulias de radio y televisión, que los norteamericanos hubiesen alzado a la Sra. Clinton, como si con ello el mundo fuese a superar su decrepitud, como si fuese a salvar a nuestra Civilización Occidental de su inexorable destino, como si el ser mujer la constituyera en un ser especial y la dotase de poderes extraordinarios.
La beatería democrática es una especialidad de esa beatería laica que Ortega y Gasset dibujase subalimente, y sus devotos, con las manos juntas en actitud de oración, la mirada perdida y los ojos vueltos recitan el mantra sagrado Recuerdan un estado de cosas remoto, un mundo en el que la mentalidad era más mítica que racional, y lo recuerdan solo y exclusivamente en relación con las ideas absolutamente inexactas que en el siglo XVIII se propagaron El ejemplo de una edulcorada visión de lo que fue un fracaso rotundo: la democracia ateniense, sigue siendo el referente con todas sus consecuencias, incluida la corrupción que genera por su propia esencia y fundamento. Pero esa democracia es desigual, tanto que lo que produce en un país no es admitido por sus supuestos pares, homólogos Así los norteamericanos han fallado, han pecado eligiendo a Donald Trump según los santones europeos del sistema, y en lo que nos afecta los conversos españoles, políticos y periodistas que se erigen en teólogos puristas en un país converso. Claro que no hace falta recordar que no hay nadie más fanático de cualquier credo que el converso.
También los británicos han pecado al votar democráticamente su separación de esa maravillosa creación que es la Unión Europea, virtuoso proyecto de claudicación ante las imposiciones del único país que crece de verdad: Alemania. Los británicos también han fallado, aunque no el sistema, por supuesto, y han apoyado salir del paraíso europeo engañados, porque tal disidencia con el gozo borreguil es, según dicen, fruto del engaño, no es que en ellos haya pesado lo inconveniente de ceder soberanía a los organismos de la Unión, sabiendo que detrás de ellos está la voluntad del país hegemónico, ni porque estén cansados de la invasión permanente de personas de otros orígenes que perturban su convivencia, hacen peligrar en determinados casos su seguridad y jamás se integran.
Pero cada día hay un nuevo ejemplo de la desigualdad de la idea de democracia, es decir, de pueblos, de electorados que se equivocan o son engañados, ¡pobrecillos!, y vuelven los lamentos de los beatos. Es el caso de la elección en Bulgaria de un Presidente pecador: el general Rumen Radev. A este señor lo han elegido con una mayoría del 60% pero su pecado es inclinarse hacia Rusia, simpatizar con Rusia y con su Presidente.. Y no basta que el nuevo Presidente búlgaro opine que ser eurófilo tenga que implicar ser rusófobo para que ya se le descalifique. ¿Cómo puede elegir el pueblo búlgaro a este señor cuando Bulgaria, miembro de la Unión Europea y de la OTAN, tiene la obligación de seguir los dictados alemanes contra Rusia?
Pero en Estonia, también miembro de la Unión y de la OTAN, la coalición que mantenía un gobierno de difícil equilibrio se ha roto y se configura una nueva mayoría en torno al principal partido de la oposición que resulta ser pro ruso. Y en Moldavia, país asociado con la Unión Europea por un tratado, el electorado ha elegido, equivocado y engañado, seguramente, a un Presidente pro ruso.
Estas situaciones demuestran que ni siquiera hay acuerdo en la definición conceptual del sistema tenido por perfecto, razón por lo que los resultados de su praxis son muy distintos en unos lugares o en otros. La falta crítica, de articulación de una opinión pública contraria en los casos de Bulgaria, Estonia o Moldavia se deben a la escasa importancia, el desinterés y el poco conocimiento que se tiene de esos países, a pesar de que sus resultados electorales o, en su caso, la formación de una nueva mayoría gubernamental, suponen un fracaso más de la Unión Europea, ese remedo de Sacro Romano Imperio Germánico que está condenado al naufragio, y una satisfacción más para la Federación Rusa que ve acercarse democráticamente a sus antiguos países satélites, aumentando su peso en Europa.
Las democracias son desiguales, sus fieles no siguen una ortodoxia ni teórica ni práctica y unos ponen en duda la fe de los otros, la desigualdad entre las praxis y las reglas de juego entre los distintos países son un reflejo de la desigualdad natural entre todos los seres por imperativo de las Leyes Universales de la Naturaleza. Es axioma hermético es inevitable por mucho que se traten de imponer normas que lo contradigan: Como es arriba, es abajo. Esa falta de igualdad en la práctica del dogma democrático no se reconoce jamás, al igual que tampoco se admite ni sus taras, ni sus vicios, ni la necesidad de avanzar hacia su superación, hacia un modo de articular la vida social de los pueblos más justo, más equilibrado, entendiendo por justicia y equilibrio la armonización con las normas de la Naturaleza y no su desafío permanente. ¿Acaso, siendo correspondiente a la regla hermética señalada su sentido inverso, es decir: como es abajo, es arriba , al considerar que todos los humanos son iguales, lo habrían de ser idénticas sus formas de regir las sociedades, no tendría que haber una homogeneidad total, una exactitud perfecta, una identidad absoluta en las normas, una interpretación también idéntica de las mismas, unas instituciones semejantes, en todos los países que enarbolan el estandarte democrático? Por pura lógica la igualdad de los sujetos, la igualdad plena que pregona el sistema, debe producir un solo modelo, una sola forma de practicar la democracia y una única manera de practicarla. A la igualdad plena de los ciudadanos debe corresponderle igualdad plena de los mecanismos de convivencia en todos los Estados, tanto en el terreno normativo, como en el ejecutivo y en el judicial, identidad en los organigramas de todos los Estados, exacta réplica de los modos y funciones: Igualdad abajo, igualdad arriba.
Debe ser esta opinión una quimera imposible ya que ni siquiera se ha planteado a la hora de establecer las normas rectoras de los entes supranacionales en las que el Mundo Occidental se conforma con unos mínimos aproximativos, unas semejanzas que suelen ser meramente formales.
¡Y así se seguirá hasta el final!. De momento vivimos en un clima que ha generado una corriente de opinión, de opinión pública, a la defensiva, cuanto menos, forjada democráticamente contra una situación producida igualmente democráticamente cuál es la elección de Donald Trump. La opinión pública se forma por la inoculación de determinadas ideas, deseos o intenciones en el plano individual, elevándose al rango o nivel colectivo, pero en ese plano individual se forja en el terreno instintivo, siendo un sentimiento, una percepción de una atmósfera, de una cierta presión que impide explicar su causa y su efecto racionalmente, se asume instintivamente una tendencia que se colectiva y se hace interpretable. Generalmente, la opinión pública, lo que se interpreta como tal, se conforma de modo antagonista frente a algo, contradice algo queriéndose defender de ese algo que se vuelve un peligro aunque no haya racionalmente motivo para ello.
Y la calentura sube aunque surjan situaciones que deberían alegrar a tantos demócratas devotos esparcidos por la tierra: Las buenas intenciones entre rusos y americanos deberían ser motivo de esperanza, esperanza de armonía y de paz, pero eso de que el Presidente de Rusia se marque propósitos de diálogo con el Presidente electo de Estados Unidos ha puesto enfermos a muchos gobernantes y aspirantes a serlo. ¿No era una de las aspiraciones más elevadas del mundo ese entendimiento?, ¿Por qué se agitan ahora los que tanto anhelaban el diálogo?.
Realmente no debe convenir a muchos que haya cambios profundos en las formas no interesa que Estados Unidos pueda emprender un camino que resulte, precisamente, el deseado por muchos ciudadanos de otros países, como los españoles, amordazados, amenazados por leyes restrictivas que le merman continuamente sus derechos. ¡Cuántos miles de españoles, millones tal vez, españoles querrían que se impidiera la permanencia de los inmigrantes ilegales, o la expulsión de aquellos que son conflictivos o amenazan la seguridad y el orden público!. ¿Acaso no serán tampoco muchos los que piensen que detrás de todos esos movimientos protectores se resguardan intereses económicos?. ¡Cuántos españoles desearan que se acaben de una vez por todas los desafíos al Estado, las tentativas independentistas, convencidos que si no se termina con el problema por las buenas se utilice de una vez por todas la fuerza!… Pretensiones hueras en un país donde defenderse de la invasión, pretender poner fin a la ilegalidad, querer orden, seguridad, progreso para los de casa y tratar de clamar contra lo injusto, lo antisocial que supone a realidad que se vive supone el verse perseguido, señalado o incluso sometido a la acción de la Justicia porque las pretensiones del Sr. Trump con respecto a la inmigración ilegal, el orden interno y la seguridad de su país aquí podrían ser consideradas delitos de odio, xenofobia, y otras lindezas que se contemplan en el Código Penal para demostrar que España es, como buen converso, el país más demócrata del mundo.
Manuel Alba