Llevamos mucho tiempo demasiado- en que el sentido común ha dejado de ser el más común de los sentidos. Cuando miro a mi alrededor con ojos de cuervo colérico, veo que lo que considerábamos normal está pasando a ser excepcional y no porque sea único lo que nos está pasando, sino por raro, por estrambótico, porque nada sale como debiera, porque un mundo sorprendido no encuentra la capacidad de reacción ante unos acontecimientos cotidianos que se le escapan de las manos.
Este servidor de ustedes no alcanza a explicarse que lo que teníamos de base fuerte, de solidez en aquella sociedad construida en la segunda mitad del siglo XX, ha pasado a ser de una cimentación pastosa, blanda, de arenas movedizas, en constante inestabilidad. No exagero: en la sociedad actual, pongas el pie donde lo pongas, no encuentras tierra firme y cada día nos sorprenden noticias y leyes raras, nuevas y raras sentencias y nuevas y raras peticiones de unos ciudadanos dispuestos a pedir más, por raro que sea, para aparecer en redes sociales o medios de comunicación, que hacen de voceros y dan pábulo a tantas y tantas ocurrencias de oportunistas y descerebrados. La atmósfera está anclada en la ordinariez de la práctica totalidad de personajillos públicos y el interesado dinero, que todo lo acapara, se ha convertido en el centro de la vida social, con el egoísmo sobre todo lo demás como bandera.
Para nuestra desgracia, la coherencia ha dejado de ser un valor en nuestro deambular y todo, absolutamente todo, se mueve en lo inestable una vez que abandonamos nuestra sólida guía moral de no hace tanto tiempo, para convertirnos en verdaderos destructores de nosotros mismos. Toda regla moral se repudia en la actualidad y parece que hay un interés en que todo se resquebraje, se separe y se rompa.
Este corazón perceptivo, cree que se han roto los lazos de toda moralidad y ello trae estas consecuencias que nos llevan, a buen seguro, a nuestra propia autodestrucción, como digo. Se ha desvirtuado y se ha roto la familia, piedra angular de nuestra civilización, por más que hagan proclamas a los cuatro vientos aseverando que no es cierto. Los humanos somos tan frágiles como el cristal y necesitamos del acompañamiento y el sostén de la familia. Ella era el referente de normas morales perdurables, donde todo se armonizaba, donde existía la ayuda incondicional y el perdón imperdonable, pero ahora, una vez liquidada la familia, nuestros interiores están corrompidos, solo avanzamos en deshumanización y la convivencia familiar en la actualidad es cada día más temible y más terrible, porque el poder de la falsedad impide que tengamos horizontes claros y puntos de referencia para volver a hacer del sentido común, el más común de los sentidos. Y eso, sin la familia, es tarea ciertamente improbable. Al menos como yo lo veo y como lo percibo.
Antonio Poyatos Galián