Fue la estrella del grupo que revolucionó el rock pero, varias décadas después, sigue demostrando sobre el escenario que es un artista con nombre propio y con todas las letras: Se llama Robert Plant y el sábado por la noche en el Starlite Festival ofreció uno de esos conciertos que se quedan pegados a la memoria, a pesar de todos los obstáculos iniciales.
Y es que el ambiente no parecía el más propicio: Poco antes del arranque las gradas no lucían ni media entrada, aunque a medida que se fue haciendo la noche en la cantera de Nagüeles y fueron llegando los regazados, se cubrieron tres cuartas partes de los asientos.
Además, la música no parecía ir con el público, que permanecía sentado, sin dar muchas muestras de entusiasmo. Tanto es así, que Plant tuvo que parar la actuación para espolear a los presentes. ¡Vamos!, dijo en español, idioma que chapurreó en más de una ocasión.
Quizá un poco harto por un recibimiento tan frío, el ex vocalista de Led Zeppelin llegó a apuntarse una muñeca con un dedo a la vez que preguntaba en inglés ¿tenéis sangre?. La roja se hizo entonces notar en la grada, que se fue encendiendo (eso sí, con el ritmo lento de un motor diesel) hasta llegar al deseado final, en el que todo el público al unísono, de pie en el graderío, bailó y coreó las canciones de Plant.
¡Hola, pasajeros!, repitió en más de una ocasión el cantante británico, que parecía sentirse como el piloto de una nave a la que debía poner rumbo. Ataviado con camisa y botas de vaquero, y con su melena rubia y rizada como muestra de que no ha perdido su pretérito poderío, Robert Plant demostró a sus 67 años que la experiencia y el oficio valen tanto o más en la música (y en cualquier orden humano) que la juventud y el atrevimiento.
Quizá no esté tan en forma como en los 70, cuando era joven y rabioso y todos los focos apuntaban a su cabeza, pero lo cierto es que Rober Plant sigue conservando su rotunda presencia y su portentosa capacidad vocal. Quizá no sea la misma garganta que fue capaz de enloquecer y llevar al orgasmo a toda una generación, pero lo cierto es que ha sabido adaptar su voz (un poco más ronca, un poco más rota) a su edad y a su condicicón de solista consolidado más allá de todo género.
Este logro no sería posible sin el apoyo de su banda, The Sensational Space Shifters, con la que grabó en 2014 su último disco de estudio, ‘Lullaby and… The Ceaseless Roar’, y con la que mantiene una relación que va más allá del oficio: Se nota que hay una entusiasta compenetración entre todos sus miembros, un gozo por el hecho de tocar que transmiten con cada acorde.
Ésta es una de las claves del éxito de la carrera en solitario de Robert Plant: Su capacidad para rodearse de buenos músicos, como ya ocurrió con Alison Krauss, con los que ha ido reinventando su carrera y enriqueciéndola con nuevos matices y texturas más allá de rock primordial y primigenio de Led Zeppelin. El concierto de Starlite fue toda una demostración, pues en él se concitaron muchos estilos: Electrónica, blues, folk, rock’n’,roll y en el que se resaltaron elementos novedosos como el predominio de la percusión en ciertos pasajes del concierto o los ritmos africanos, gracias a la vivaz intervención del músico de Gambia Juldeh Camara, que puso el ritmo cuando el concierto lo requería.
Por su parte, la sección de cuerda también ofreció brillantes pasajes, especialmente cuando entraron en juego intrumentos poco usuales, como la mandolina o el banjo, que potenciaron la gama cromática del cancionero de Plant.
No, el músico británico no tocó Starway to heaven, para desilución de los más fervientes admiradores de Led Zeppelin. Sin embargo, sí que sonaron Whole lotta love, Blag dog, The battle or evermore, What is and what should never be o Rock and roll, que tocó en el primer bis. El segundo y último, sin embargo, fue para uno de esos baladones que han ayudado a grabar en el imaginario colectivo a los Zeppelin, tanto o más que sus temas cañeros: Going to California, que la banda interpretó sólo a guitarra, mandolina, teclado y voz. Una delicia de esas que hizo erizar el bello de los presentes.
Con cierto aire íntimo se cerró un concierto que comenzó descabalado y al que Robert Plant, como piloto experimentado que es, supo poner rumbo. La estela de su nave sigue creciendo y nosotros, sus pasajeros, tenemos la suerte de seguir a bordo. Robert Plant ratificó en Starlite lo que muchos sabíamos: Que no necesita reencontrarse con sus ex compañeros ni que le pagen cifras astronómicas por volver a juntar a los Led Zeppelin para demostrar que es una leyenda. Sin duda lo es, pero ante todo es un artista excepcional y como todos los de su especie, siempre se mantiene en guardia, al acecho de lo sublime y desconocido. Adiós pasajeros, hasta la próxima, dijo como despedida. Esperamos que sea muy pronto.
Por Francisco Javier Flores