Tratando de hacer más llevadera la pandemia, ocupo mi tiempo en escribir, en pasear por sitios no muy concurridos, en leer de nuevo a “los clásicos,” y, raramente, visitar alguna de las escasas librerías que existen en nuestra ciudad que, por cierto, andan tan maltrechas como el Reino que nos están dejando los des-gobernantes de la rosa deshojada y llena de hirientes espinas, en colaboración con comunistas, terroristas y separatistas.
Y no es que busque en las librerías consuelo para las desdichas que nos han sobrevenido, porque de lo que ojeo o de lo que empiezo a leer, buena parte me parece basura, libros confusos, con un nivel bajísimo tanto en el fondo como en la forma, historias inventadas, noveladas, libros llenos de “deseos personales de su autor” o de sus “patrocinadores”, que están fuera de toda realidad y, en muchos casos, plagados de falsedades. Nada se parecen a aquellas obras de los grandes clásicos, de grandes filósofos, de grandes ensayistas, que nos enseñaban a ser críticos con nosotros mismos, a preguntarnos el sentido de la vida y de nuestra vida, e intentar discernir el bien del mal, lo correcto de lo incorrecto. Esas, que nos ayudaban a Aprender en mayúsculas, y que intentaban darnos una orientación para lograr un mundo mejor desde el conocimiento, desde la duda, desde la belleza, desde la poesía o desde lo sublime… el resto, lo que se publica actualmente, nada, cochambre, juguetes muchas veces nada inocentes, dirigidos o subvencionados por alguien para algún fin indeterminado para el lector.
El caso es que el otro día llamó mi atención, mientras mis ojos rodaban por las “estanterías” de una librería digital, que había una sección: “ciencias ocultas” (¿puede una ciencia ser oculta?) que tenía cientos de títulos, y a su lado, otra sección “Religiones” con una pobre mezcla de libros para cristianos, protestantes, musulmanes, budistas, hindúes… y una más con infinidad de libros de “autoayuda” y similares. La gente -pensé-, compra más libros de falsos astrólogos, de quiméricos templarios salidos de polvorientos armarios, de brujas subvencionadas, de magias “resuelvetodo” y cosas similares, que de tradicionales obras fundamentadas por pensadores, historiadores, filósofos y teólogos durante miles de años. Es obvio que la gente necesita desesperadamente agarrarse a su clavo ardiendo, y, con la esperanza de que se solucionen sus neuras como por arte de birlibirloque, buscan un sentido al sinsentido de su vida cuando se desmoronan sus sentidos, cuando uno está desengañado incluso de su propia vida -tan perdidos como estamos-, y sin que la ciencia nos de esas últimas explicaciones de lo inexplicable… pero no queremos verlo.
Este humilde juntador de letras piensa que, con un plan preconcebido en el “nuevo orden mundial”, nos están obligando a que se descuiden los conocimientos de la filosofía y a que se diluyan las grandes religiones. Ambas eran como brújulas para no perder el hilo de lo esencial, y por ello, al perder las religiones su influencia, y al haber eliminado de las aulas el conocimiento de las grandes obras literarias que digo, se ha perdido por completo el rumbo y el sentido que ha de tener nuestro caminar, y han brotado como hongos hienas y todo tipo de buitres que escriben cualquier patraña, quizá porque no han aprendido nada -si es que los han leído-, de los grandes ensayos, ni de los maestros de la Filosofía, ni de las grandes creencias con sus fascinantes argumentaciones que datan de milenios.
Sólo así me explico la desesperante nimiedad de la cantidad de libros que salen al mercado actualmente y que, pasados unos meses, nadie recuerda… si es que alguien los ha leído, que esa es otra.
Antonio Poyatos Galián.