Hace dos años escribía un artículo titulado “Malos Tiempos”. No se sospechaba que unos acontecimientos novedosos vendrían al año siguiente a tomar posesión absoluta de la vida de esa humanidad occidental pero ya me hacía eco de realidades que ahora preciso repasar. Aquel artículo se iniciaba con estas palabras:
“¡Malos tiempos, dicen!, ¡Malos tiempos, reconoce la gente!, aunque lo hace con disimulo y casi musitando las palabras, mirando hacia los lados, a pesar de ser tan libre. ¡El mundo es libre!, ¡vivimos en una sociedad libre!, nunca fue tan libre, aunque te digan todos que hay que tener cuidado, que a través del móvil te vigilan, te controlan, que tus datos van de acá para allá sin tino ni medida, o se te advierte que se toman tales o cuales medidas tal vez molestas, restrictivas, ¡por nuestro bien!”…
Alegaba contra el vertiginoso ritmo que había adquirido la pérdida de libertad y me quejaba de la absoluta pasividad, incluso la complicidad o la acción directa, de una sociedad acomodaticia que se había dejado hipnotizar durante años por algo ficticio, por un artificio que lejos de responder a la realidad, ni tan siquiera de modo aproximativo, tomaba carta de naturaleza en base a intereses de determinadas parcelas sociales, protestaba porque eso que se llama la opinión, algo que per se no es nada, algo que se crea, se genera, se organiza, conforma, gestiona y se dirige formando un estado de sugestión colectiva, se hubiese impuesto sobre el propio ser humano, porque algo creado para conformar intereses muy concretos se hubiese hecho con el poder en un mundo donde el reino de la cantidad había homogeneizado a las personas y las hubiera convertido en una masa moldeable a la que no había que coartar sus principios ni quebrar su libertad ya que ella misma se ofrecía voluntaria a sacrificar hasta su propia opinión y libertad por su bien, por su seguridad, por su propia garantía y la de los suyos, la de sus bienes…
Ni siquiera los que habían vivido otros tiempos se querían dar cuenta de que en todo ese fantástico mundo de la llamada civilización Occidental cada día se generaban nuevas restricciones, cada día se podían hacer menos cosas, vivir menos libre. Tampoco se reconocía el miedo que iba asaltando a algunos, las dudas sobre el futuro que ya se auguraba incierto, ni el temor de sentir en muchas ocasiones que se le estaba inoculando sobre sus propias relaciones sociales y que, al igual que para él, su entorno, sus vecinos eran potencialmente un peligro y que debía de guardar una cortes distancia, eso sí, en libertad e igualdad, del otro, que tenía también las mismas dudas…
Escribí entonces: “¿Enfermos?, ¿decadentes?, ¿modelos de convivencia agotados?, ¿ estación final del nihilismo?. ¡Malos tiempos!. Dicen que son malos tiempos, pero los tiempos son los que son y no son ni buenos ni malos, a los tiempos los hacen las personas que los viven en sus correspondientes espacios, las voluntades individuales confluyendo en aspiraciones colectivas. Tal vez hubo un momento en que pudo fallar algo, tal vez algo artificial pudo llegar a tomar cuerpo e invertir ciertos equilibrios… Nadie quiere hablar de eso y el ciudadano, convencido de su entidad, sigue el curso de los acontecimientos participando activamente en ellos, si bien es un decir lo de activamente pues sabemos que su acción expresa como sujeto activo de su destino se manifiesta cuando ejerce su derecho, debidamente teledirigido, a votar, pasando desde ese mismo momento a ser sujeto pasivo de la actuación de sus supuestos representantes.”
Hoy me reitero: No se pueden calificar de malos tiempos ni los del presente, ni los del futuro, son, simplemente el fruto de unas causas, las consecuencias de unos actos. Las consecuencias no se quieren admitir como resultado de unas causas, y a estas alturas el ciudadano masa, típico que se proclama igual al otro del que duda, libre, orgulloso de su sociedad de supuesto bienestar y buenismo, no entiende que vive las consecuencias de su acción. Y no puede aceptar que todo su castillo de naipes era, es y será una ficción, además porque se le suministran hace años dosis bien administradas de miedo que recibe en momentos clave, esos mensajes tenebrosos, a modo de “o mantenemos lo que tenemos, o el Apocalipsis”.
Y ahora dos años después de mi lamento, sigo manteniendo que no hay tiempos buenos, ni malos y que son los hombres los que generan los tiempos, con sus acciones y omisiones. En aquellos días existía ya un estado de desconfianza globalizada, y la contradicción se apreciaba. Los enfrentamientos entre intereses de los propios grandes protagonistas de la globalización planetaria, la incertidumbre ante la ruptura de un equilibrio que nunca fue inestable, ni equilibrio tampoco, al aparecer emergentes potencias que no respondían al canon tradicional, al juego liberal fruto de la Revolución Burguesa, que en un tiempo enfrento al americanismo y al bolcheviquismo y que solo algunos pudieron intuir y poner de manifiesto que aquello no era sino un puro teatro y que aquel comunismo radical soviético y el ultracapitalismo americano eran lo mismo, tenían el mismo fin.
Ahora el mundo se ha parado, una enfermedad que no tiene la incidencia que tuvieron otras epidemias de tiempos no tan remotos, y que está muy lejos de alcanzar el grado de letalidad de aquellas, ha conseguido nada más y nada menos que secuestrar a la ciudadanía occidental, limitarla, encerrarla. Otra vez la opinión, y otra vez la inoculación del miedo hasta la psicosis han operado con eficacia, ahora más que nunca…. ¡Palo y zanahoria!… Por un lado se nos impone el terror para poder implantar la dictadura más escalofriante, el control más terrorífico, por parte de unas autoridades que obedecen a un único fin. Por otro lado, como zanahoria, la milonga de las vacunas, los paliativos contra el mal….
Y, por otra parte la rentabilización económica y política de la situación. La búsqueda de buenos y malos, la propia incitación para que los convencidos del sistema y por el sistema callen a quienes opinan en contra de las medidas y las opiniones que se imponen desde el gran Occidente. Pero no son tiempos malos, los malos no son los tiempos sino las gentes, las que imponen y las que se dejan acorralar, las que se someten sumisas a lo que les vayan imponiendo día a día, aunque lo de mañana sea contradictorio con lo de pasado mañana.
Ya se sabe cómo parar el mundo con una inyección de miedo, y como mantenerlo expectante y arrodillado con la esperanza de unas ¿vacunas?. Hace poco señalé que la historia demuestra el modo en el que todas las epidemias desarrollaron su ciclo de presencia en el planeta como asolaron siempre a la humanidad siguiendo un proceso que se iniciaba con la llegada de un mal, una enfermedad desconocida o contra la que no había forma de luchar, como esta enfermedad se desarrolla y de qué modo siempre se debilita, aunque no quise comprometer una opinión, algo que hoy hago con todo el desapego a cualquier tipo de sentimentalismo: ¡Para mí, este lenguaje de las oleadas, las cúspides de las mismas, el recuento morboso de muertos a diario y los alarmismos son un completo absurdo! Y no es que niegue la existencia de un mal que está matando gente, lo que niego con rotundidad es la existencia del mínimo control por mucho que traten de convencer a la sociedad de lo contrario, niego la capacidad para frenar la expansión de la enfermedad y preveo que los efectos devastadores de la misma llegarán en breve, como siempre que hubo epidemia, y lo podrán llamar olas, oleajes, o como quieran.
Si hubiese vergüenza, vergüenza política, se prepararía a la sociedad para que asumiera que esta epidemia, como tantas otras que hubo, va por delante de la ciencia y que hay que acostumbrarse a vivir con ella mientras dure, se evitaría promover la alarma social y el miedo y se trataría de normalizar la convivencia. ¡Si hubiese vergüenza se diría la verdad!
¿Qué razón esconde tanta mentira, qué se pretende conseguir?. Tras las teorías conspiratorias que achacan el célebre virus a una pretendida eliminación de población cabe preguntarse si las medidas cautelares y preventivas no tienen ese mismo sentido. ¡Malos tiempos!, ¡ No, los tiempos no son ni buenos ni malos, son las acciones de quienes los viven las que pueden tener calificación y hoy, evocando lo que escribía hace dos años, inmerso en mi mundo de simbolismos, me atrevo a decir que, en todo caso, estos son tiempos de silencio en la acción, o de la acción en el silencio, pero esta especie de abstracción está reservada para una minoría, una élite… ¡Ya se ha demostrado lo fácil que es recluir a la sociedad progresista, la del estado del bienestar, la del sistema democrático perfecto quitándoles la libertad, encerrándola, inactivándola!.¡Ya se ha demostrado como parar al mundo y de qué forma tan sencilla se puede amordazar a esa ciudadanía masa! ¡Ya se ha comprobado que la humanidad, al menos la del idílico mundo democrático, social, de derechos y demás pamplinas puede ser secuestrada, encerrada en sus casas, e impedida incluso de poder ejercitar sus derechos esenciales, incluso el de trabajar para vivir y sobrevivir con unas palabras mágicas!
¿Qué será lo próximo?.
Manuel Alba