Escribir unas páginas de vez en cuando, con menos frecuencia que antes, eso sí, es una tarea que me conforta y me libera aunque cada día me sienta más auto limitado por aquello de que a veces se puede caer en la reiteración temática, otras se puede pecar de más subjetividad de la debida y muchas otras en la inadecuación del momento.
En un tiempo del que me he cansado de decir hasta la saciedad que estimo muy convulso, a pesar de que en la calle parezca que nada suceda que resulte perturbador o inquietante, y en el que en el mundo suceden cosas que aprecio como no excesivamente reconfortantes, de vez en cuando y a pesar de todo siento esa necesidad de escribir como hago esta noche de agosto en la que parece que las altas temperaturas veraniegas siguen dándonos un poco de tregua.
Y vuelvo a fijarme en las noticias, en los titulares de cada día, para fijar mi atención en cuestiones que me advierten de esa inestabilidad y fragilidad de la vida social a la que no puedo dejar de prestar atención aunque los demás lo hagan. Detalles nimios como pueden ser el modo en el que la gente común valora y asume, incluso a veces como dramas propios, cosas tan frívolas, tan carentes de valor para el desarrollo de las vidas de las personas como las andanzas, amores y desamores de los titiriteros y personajes encumbrados por los medios de masas, participantes en programas de las emisoras televisivas más putrefactas, ejemplos de vidas huecas, vacías y sin ningún tipo de ejemplaridad para la sociedad, historias, en definitiva de quienes no son nadie y resultan precisamente alzados a niveles indiscutibles de fama y notoriedad precisamente por eso, porque no siendo nada, ni nadie, abren las puertas a la esperanza de la gente de alcanzar su propia realización, su triunfo y su momento de gloria personal en esa vacuidad, en esa nada; ese tipo amorfo de gente idealizada por una sociedad amorfa llenan páginas de medios de comunicación y agotan horas de emisiones televisivas.
Otra vez, como siempre suele ocurrir, tengo que pelear conmigo mismo para evitar indignarme o, por lo menos, no hacerlo en exceso, cuando veo como noticia un nuevo dime y direte relacionado con una situación, un acontecimiento del que con toda seguridad depende la vida de los españoles y que me escupe un diario nacional supuestamente serio: Resulta que una señora, llamada Ester Doña, viuda de un marqués al que e tiempos conocí, podría haber roto con su pretendiente, un señor al que también, y por motivos profesionales, he conocido, un señor Magistrado de la Audiencia Nacional, de nombre Santiago Pedraz, quien siempre gozó de prestigio, y para colmo y mayor dolor para los ciudadanos, esa ruptura se ha producido tras anunciar su próxima boda, o simultáneamente, pero por causa de haber firmado un contrato en exclusiva con un medio de comunicación de esos que se especializan en tamañas sandeces, no comunican que han roto, los pobres, para no tener que devolver los estipendios recibidos por la exclusiva del anuncio del bodorio. ¡No cabe la menor duda de lo trascendente de este tema para todos los ciudadanos, de lo fundamental que resulta esta cuestión para la vida cotidiana de quienes tienen que pagar las facturas de la electricidad, los plazos del coche o la hipoteca de la casa!¡ Me pregunto cuántas personas habrán tenido que ir a los servicios de urgencia hospitalarios ante la incertidumbre de si la Sra. Doña y el Sr. Pedraz han roto, o se casan o se van, sencillamente, a hacer puñetas… Y me pregunto, esta vez más seriamente, que opinarán los profesionales colegas del Sr. Pedraz, el mundo peculiar de la Justicia, de todos los que ahora se conocen con el no ciertamente poco estúpido nombre de “Operadores de la Justicia” de esta astracanada, de esta inquietante puesta en escena del propio Sr. Pedraz, convertido ahora en miembro de esa nueva clase social del famoseo gratuito, intrascendente y hasta impertinente.
Y como este llamativo ejemplo, podríamos poner todos los que se quiera, episodios de un mundo de mala charanga y peor pandereta que la gente se traga como si se tratase de lo más normal del mundo tener que pasar por esta sublimación del esperpento… Cada día llueven historietas que nos hablan desde donde pasan las vacaciones de verano, descansando de su profesional ociosidad, estos espantapájaros de nuestra maltrecha sociedad, de los distintos grados de astillamiento o fracturas de los cuernos que cada día se sacan al sol con mayor ímpetu y más abrillantados, ¡de todo lo que a nadie debería importarle!. Incluso si el material hispano no es suficiente se importa: ¡Veo con asombro que varios medios se hacen eco de que el mal educado y zascandil hijo de Carlos de Gales y su famosa titiritera de segunda o tercera categoría, la tal Megan, tienen un perro nuevo. ¡Que necesario nos resulta saber que esta pareja de tontos del culo tienen una nueva mascota!
Todo es igual, día a día, y nadie parece atreverse a protestar sino que se sigue la corriente de la estupidez que atonta, adormece las conciencias, mientras el mundo se debate en un clima de guerra y de ruina bastante más que serio, donde instituciones como la UE están mucho más que en decadencia y donde los polvorines con la mecha encendida andan distribuidos por el planeta de manera alarmante.
Pero no, no hay que ser negativos sino ver que la esperanza en el futuro se ha de mirar a través de las series sobre las andanzas de la hija y los múltiples parientes de Rocío Jurado, que todo se superará vibrando con las emocionantes y trascendentes noticias sobre la vida de una tal señora Aldón y su marido, o ex marido, torero; y por supuesto, la gobernabilidad, la estabilidad, el crecimiento económico y hasta un nuevo orden mundial han de surgir de la mano de todos esos personajes de deshecho.
Hace ya muchos años que alguien me decía que en España no cabía un imbécil más, pero si, han tenido sitio muchos, muchísimos más, y parece que hay hueco para nuevas hornadas. La suerte pera muchos que vamos teniendo ya ciertas edades es que podemos albergar la esperanza de no tener que soportar demasiado tiempo la que se avecina. Pero mientras habrá que asistir a no se sabe cuántas más mamarrachadas, en las que entran todos, y poquitos se salvan. Ahora tendremos las hazañas de la vuelta al colegio de la princesa Leonor, que, por supuesto, no puede ir a un Instituto o cualquier centro escolar de esta España sino que tiene que estar en la quinta puñeta, los fundamentalísimos pormenores de quien es el novio, amén de las perpetuas sesiones de pase de modelo de la Reina Ortiz, transformada en quinceañera y siempre distante, ajena a la sociedad, a la gente.
¡Que se le va a hacer!, ¡Habrá que joderse!
Manuel Alba