Es que no aprendemos. Y mira que el otoño nos señala, cada año, que la vida es efímera, pero no aprendemos. Cualquier árbol nos enseña, cada otoño, que la muerte es un eslabón más de la cadena; que para que haya vida ha de haber, también, muerte. Pero no nos fijamos en ello a pesar de que el otoño esté en todas partes y no podamos decir que no pasamos por allí y por eso no lo vimos.
Pero, a pesar de ese ejemplo que nos da el otoño, señalándonos que también hay muerte, que la vida es perecedera, nosotros nos dedicamos a acumular cosas que no podemos llevarnos a la otra etapa. Tanto individuos como naciones están dedicados a acaparar envoltorios que yo creo que en el fondo lo que ocultan es el deseo de humillar al otro, tener más cosas que él, pensando que eso nos hace superiores al que no posee esas cosas, intentando siempre doblegar su voluntad a través de nuestra superioridad en cosas tangibles que nos sobran y que al otro pueden serle muy necesarias… o quizá acaparamos bienes tangibles pensando en la longevidad que tendrá nuestra existencia, olvidando que en cualquier momento puede sobrevenirnos la muerte y nada -nada- nos podremos llevar con nosotros y nos olvidamos de la maravillosa lección que, año tras año, nos da el otoño, con la decadencia y la muerte de lo bonito dejando impávido lo esencial.
Nosotros, a pesar de la lección de los otoños, parece que andemos sin tocar suelo, parece que no viéramos lo que pasa, y parece que leemos sin pasar las hojas, o quizá es que las pasamos demasiado rápido, que se yo… Seguimos sin querer ser mejores, y como personas seguimos acaparando amores y odios, envidias y resentimientos, consumando deslealtades, traiciones y puñaladas traperas a los que de verdad nos quieren, para construir nuestros particulares castillos sobre el humo de la nada, sobre atractivos envoltorios de interior vacío… porque todo lo que ponemos en ese interior es nada, humo, aire que no podemos llevarnos a la otra vida… y el otoño, erre que erre, mostrándonos la brevedad de la vida y en lo que acaba ese bonito follaje con el que nos recubrimos… pelusas de la vida de todos los tiempos repitiendo los mismos errores de siempre, pero sin aprender nada de lo esencial.
Ojalá que el paso de los otoños nos haga aprender algo de la vida real, tan olvidada, o al menos hayamos intentado aprender algo de lo que se mueve… porque el otoño, claramente, nos lo enseña cada año.
Antonio Poyatos Galián