La hipótesis de que lo trabajadores españoles que cruzan a diario la frontera de Gibraltar necesiten un visado es una posibilidad, cuando menos, absurda.
Está claro que los campogibraltareños necesitamos de la Roca, sobre todo esas más de 10 mil personas que cada día van allí a trabajar.
Para ellos sería un duro palo, y también para los que intentaran acceder a buscar trabajo o simplemente a realizar tareas puntuales. Y no hablemos si lo que van a hacer es lo que conocemos como chapuces. Obras no declaradas que ayudan a subsistir a una buena parte de la población, para que engañarnos.
Pero la existencia de un visado también perjudicaría, y mucho, a la propia Gibraltar. La exigencia de tal documentación frenaría la llegada de turistas, de visitantes. Hablamos de unos doce millones de personas que, por tierra mar y aire, van de visita a la Roca. Muchos no lo harían.
Y ese menor número de personas que entren en la Roca repercutiría en el comercio local, que venderían menos, y por tanto, darían menos impuestos al Gobierno de Picardo.
No podemos olvidar que la suma de los impuestos de productos como alcohol o tabaco es importante, y lo es porque la diferencia de precios es muy elevada, fundamentalmente por los impuestos con los se carga.
Si en España el tabaco tiene unos impuestos del 80 %, en Gibraltar es tan sólo de 1. Por eso es atractivo para el español, porque la diferencia de precio es alta por la baja fiscalidad. Pero si se reduce las ventas debido a un menor número de visitantes, el gobierno, para seguir obteniendo similares beneficios, debería subir los impuestos, con lo que el tabaco sería menos rentable para el fumador español.
Y hay una cosa que en Reino Unido no han pensado. Y si lo han hecho, es una irresponsabilidad plantar un visado.
¿Qué van a hacer los miles de llanitos con propiedades en España? ¿cómo se plantearán vivir dentro de la Roca, en pequeñas casas, acostumbrados a grandes casas en España? ¿Y los que trabajen en España, cómo lo harán? ¿En qué grandes superficies comprarán sin iva?
En fin, una locura sin sentido, que sólo puede llevar a endurecer las condiciones de vida en un minúsculo espacio de tierra en el sur del sur con una absurda frontera de apenas dos kilómetros y de la que nadie se acuerda si no es para jorobarnos.
José María Yagüe