Caminaba el otro día hacia la escalera mecánica existente en un centro comercial y, cuando una pareja de elitos que iba delante de mí, se disponía a subir a ella, una pareja de mozalbetes maleducados, asilvestrados ellos, casi los atropellan para pasar primeramente, al grito -sonoro- de “se esperen coño”, o algo parecido
El incidente, habitual por desgracia, me hizo evocar la vida que, los que ya peinamos canas en el poco pelo que nos queda, vivimos años atrás. ¡Que poco se parecen “estas formas” a las de entonces!
Hemos conseguido avances indudables e increíbles en los campos de la ciencia, de la medicina, de la tecnología… es cierto. Pero creo que hemos dejado en el camino un alto precio ya que, en la misma proporción, nos hemos devaluado como personas dejando al lado del camino los valores que nos acompañaban entonces. Nos hemos ido devaluando moralmente y los valores que adornaban a la persona en tiempos pasados, se han ido desgastando y se han ido perdiendo de no usarlos, pienso yo.
Actualmente, amigos, pocas personas hablan de respeto y muchas menos lo practican. Respeto hacia las personas mayores, hacia los padres, hacia las normas, hacia los profesores, hacia las autoridades, hacia el que no piensa igual… se ha hecho una indebida tabla rasa en la relación entre seres, y el “usted” y el “por favor” y el “gracias”, son moribundos en final agónico.
En su alocada carrera, la mayor parte de los que componen esta decadente sociedad, trata de disfrutar del todo sin tasa, deseando un disfrute sin fin, imperando el “todo vale” cuando se trate de llegar al fin que deseamos en la inmediatez, así que, si se tercia, se vende la intimidad, la decencia, la honra y lo que haga falta.
Una trampa se tapa con otra trampa… pero la realidad real nos dice que las personas se encuentran desorientadas, deprimidas, sin referentes que los guíen sobre el rumbo a seguir y los pocos referentes que aún existen, no reciben ni el apoyo ni la difusión de quienes debieran enseñarlos y apoyarlos.
¡Qué destino nos espera, Dios! Porque el abandono de la meta de la excelencia moral, mina la solidez de nuestra voluntad y, perdida ésta, todo es posible en este inclinado declive que nos conduce, sin remisión, al despeñadero.
Antonio Poyatos Galián.