¡No me quiero acostumbrar! ¡Otra vez he de despedirme, con un ¡hasta pronto!, del amigo entrañable que se nos adelanta y que nos deja una amarga sensación de orfandad a pesar de saber que todo es fantasía, espectáculo y que la verdad aguarda!
Despuntaba el día, salía rumbo a mi casa tras pasar otro de esos periodos de asepsia y vía en vena a los que la mala salud, por muy de hierro que sea nos va habituando con el sumar días, meses, años a una en proceso de reflujo. Subí al automóvil y lo primero que escuche fue ese mazazo: ¡Te habías muerto, Juan, te habías muerto!.
La muerte no ha sido para mí cuestión de preocupación, ni me causa temor, ni me impresiona mi forma de afrontarla, de hablarla, de sentirla siempre ha sido motivo de conflictos y de algún que otro momento conflictivo que me pude enfrentar con quienes no sienten sino un terror atávico a dar el paso hacia lo desconocido. ¡Hablar de muertos a un gitano, niño, ¿se te va a ocurrir hablar de muertos a un gitano?, anda vete donde no te vea que me va a dar algo!… ¡No fueron pocas las veces que me montaste un follón por mis ocurrencias, pero ya ves, era verdad, dentro de lo que de verdad pueda tener esta apariencia que es la vida humana.
¿Cuándo te conocí? Bah, ¿Qué importa eso?…. fue hace décadas, creo yo que en una de aquellos jolgorios que organizaban los Purdhy en el Consulado Americano .. años después, a pesar de que nos veíamos aquí o allá, en Madrid, en Sevilla, en Cádiz, un paisano tuyo removió Roma con Santiago por volvernos a presentar bajo pretexto de que podría conseguir que yo, abogado joven en aquellos días y muy vinculado a él y a los suyos, te hiciese un favorcillo. ¡Cómo nos reímos esa tarde de las presentaciones y la cara que puso la comisión de presentadores cuando me preguntaste si había conseguido entender ya el flamenco . Me presentaste a tu hijo, Juan, Juanito y me dijiste, de la Facultad ha salido, ahora lo que hace falta es que alguien me lo haga abogado, Manolo .. Creo que no te fallé y me llena de orgullo haber encauzado en el oficio a ese gran amigo y compañero, y sobre todo hermano que es para mí tu Juan
Años y años llenos de anécdotas en unos días en los que la mezquindad que rodea a las almas grandes se cebó en ti te habían etiquetado, catalogado, adjudicado a unas siglas y unos colores y con ello vinieron días tristes. Los que debieron salir al quite no lo hicieron, los que usaron y abusaron de tu hospitalidad para arreglar sus desencuentros en tu casa desaparecieron como azúcar diluido en el café . Pero todo lo remontabas Sacaste adelante a tu familia, a tu gente, te aventuraste en empresas y proyectos que no fueron precisamente exitosos pero seguiste. Seguiste cantando, estudiando, investigando . Metiste el flamenco en la Universidad, lo llevaste a las cuatro esquinas del Mundo, se te reconoció ¿Te acuerdas lo pesado que me ponía para que me enseñases el reloj que te regaló Hussein de Jordania?. Un día que lo tenías puesto me dijiste: ¡Vaya, hoy que no tengo que ir a buscarlo no tienes el caprichito de ver el reloj!.
¡Cuántas cosas! Hoy todo son elogios, alabanzas, recuerdos de méritos y éxitos, de teatros, auditorios abarrotados, homenajes . ¡Cuántos de esos debieran elevar su voz para decirte que no estuvieron a la altura de las circunstancias, a la altura del amigo! Es fácil agasajar al artista que nos deja, y mucho más si se trata de un genio capaz de hacer que hasta yo me enterase de lo que iba eso del flamenco, es fácil echar mano de esa discografía compuesta de obras maestras, en las que poesía, historia, cultura étnica y cotidianidad se mezclan y florecen cuando el agua se moja.
Es fácil hablar de ti, del gitano rubio con el color del cielo de Lebrija en los ojos:¡Yo me llamo Juan de la Santa Trinidad, hijo de Bernardo y de María!. ¡Triunfos, premios, condecoraciones y medallas!, no fue esa tu meta . Eras creador, buscador, descubridor y no había sino contemplar tu mirada cuando se te sugería un proyecto, cuando la chispa saltaba Eras joven, muy joven, tan joven como todos los que no saben vivir sin crear, sin avanzar, sin estar con el alma y la mente enredados en nuevos quehaceres y el pensamiento a la caza de lo siguiente ¡Qué pena que en los cuerpos jóvenes se hayan instalado almas viejas, mezquinas y ruines!
¡Qué fácil ha de ser hablar de Juan Peña, El Lebrijano a estas horas para muchos!. Que duro evocar sensaciones y sentimientos escondidos en el tiempo, recordar aquel día que te presenté por teléfono a un amigo, un entrañable amigo cuya ausencia sigue doliendo y te embarque en una aventura insólita: José Luís Morales Marín proyectaba unas actividades culturales impactantes en Marbella y ya había alcanzado notoriedad su Museo del Grabado. Le pidieron hacer el Pregón de Semana Santa de la ciudad y me pidió que le sugiriera un formato innovador. Quería que sus palabras recibieran la envoltura de la música, pero no quería que fuese un concierto al modo usual sino que esa música arraigase en el alma de quienes acudiesen a la Iglesia de la Encarnación. Estábamos en su casa y sin mediar palabra tomé el teléfono y te llamé, Juan. Los dos os enterasteis al mismo tiempo de lo que surgió de mi mente: Un pregón con dos pregoneros: El Prof. Morales Marín y Juan Peña, El Lebrijano, y desde aquel día surgió un gran vínculo entre vosotros, como no podía ser de otra manera, que la marcha imprevista de José Luís impidió que fructificase en el futuro .
La última ocasión en que te ofreciste para lanzarte a la aventura fue hace poco, cuando te presenté un proyecto de espectáculo que tenía otro ser irrepetible, Luis Calvo Teixeira, metido en un cajón de su escritorio. Me impactó y le propuse sacarlo a la luz, aunque decía Luis que se necesitaba un genio que lo llevase al escenario. Cuando le dije que con el genio contábamos no me quiso creer, pero cuando empezasteis a hablar se ilusionó . Pero él tenía que cumplir su cita inaplazable con el destino.
Meses después, en una de nuestras últimas conversaciones me preguntaste por Luis ya que no dabas con él, y te conté lo ocurrido nos sentimos reconfortados de haber logrado con aquellos incipientes primeros contactos a que mi querido Luis recuperase un poco la ilusión . Y hace días, ¿dos meses?, ¡menos!, nos vimos en Sevilla, por tu barrio, me notaste cansado y me recordaste que no tenía edad para mostrarme así. Te dije: ¡Juan, no me cansan los años sino la vida! La vida también te cansó, y te ha dado refugio al lado de Bernardo y de María bajo el azul que el cielo de Lebrija le prestó a tus ojos.
¡Gracias por haberme permitido ser tu amigo!
Manuel Alba