En demasiadas ocasiones no acertamos con lo que tenemos que hacer, y hablamos cuando deberíamos callar o callamos cuando lo más acertado sería que permaneciéramos con la boca cerrada. Las redes sociales están presentes en nuestras vidas, diría que es el gran patio en el que nos movemos.
Y desde la convicción que viajar por internet a través de los distintos caminos que se nos ofrecen colabora a hacer nuestras vidas algo mejores, incluso en algunos momentos de urgencia, salvarnos de morir a nosotros o a los demás.
Sin embargo como en cualquier faceta de nuestras vidas, las redes sociales son un camino para los desalmados y sinvergüenzas que las inundan de noticias falsas, bulos, intoxicaciones sobre la actividad y la vida de los demás, y en la mayoría de las ocasiones lo hacen sin dar la cara.
Lo que decimos y lo que hacemos por el medio que sea, está determinado entre la libertad de expresión y el respeto a la propia dignidad y a la de los demás. Con frecuencia asistimos, como auténticos sinvergüenzas, granujas y golfos propagan alguna noticia falsa con el solo ánimo de ganar dinero o atacar ideológicamente a una persona o a un determinado grupo.
También, en demasiadas ocasiones y sin pensárnoslo demasiado, compartimos informaciones y noticias, que no sabemos muy bien si son verdaderas o falsas. Tal vez, deberíamos desconfiar si solo se hace eco de las mismas un medio, que está al servicio de ciertos intereses, y los demás pasan.
Por eso es importante lo que se dice, sino también quien lo dice y lo transmite., al igual que cuando nos encontramos con gentes, especialistas en añadir connotaciones falsas a noticias que son verdaderas. Son expertos de la manipulación y la intoxicación.
Tenemos que tener mucho cuidado en no precipitarnos y quedarnos en la superficie o los titulares, sin leerlo todo o profundizar en lo que se dice., que puede ser el reflejo de la realidad o algo totalmente inventado por gente que jamás especifica cuando y donde de lo sucedido.
Cada día los problemas a través de las redes sociales son más de los que nos imaginamos. Sin ir más lejos , la Asociación de Internautas, hace una década afirmaba que el 44% de los españoles recibe entre uno y cinco bulos por Internet a la semana , y otro 35% asegura que la cantidad de noticias falsas es mucho mayor, entre cinco y veinte , pero lo peor es un 31 % les concede credibilidad .
Sospechamos que están cifras han ido en aumento , ya que a medida que se ha extendido su uso, sobre todo entre los jóvenes , el impacto debe ser mayor, para bien y para mal. Asistimos a todo tipo de relatos, verdaderos o falsos, entre halagos y aprobaciones e insultos y comentarios hirientes por medio Faceboock, Twuiter y WhatsApp por decir algunos.
Como todo tiene que ser instantáneo y queremos saber lo que ocurre en cualquier lugar del mundo mientras está sucediendo, nos domina la impaciencia, y ni reflexionamos ni contrastamos y somos rehenes del Dios de la precipitación.
Prefiero quedarme, cuando hablamos de las redes con la parte positiva, con convertir Internet en la gran autopista de la solidaridad, en la que la gente se ofrece a la gente para prestarles todo tipo de ayudas., desde alojamiento, comida o medicinas hasta ayuda psicológica, donaciones de órganos o seguridad y compañía.
En este mundo globalizado podemos en cualquier momento alertar o tranquilizar, informar o desinformar , montar un lío grande con una cosa insignificante o acallar algo realmente grave , silenciar a los lobos o darle voz a las ovejas.
Podemos utilizar las redes para dar la información correcta o hacer propaganda de lo que nos interese, convertir un detalle en la generalidad o minimizar algo grandioso, impulsar lo inmóvil o paralizar lo inquieto, ponernos las pilas o quedarnos quietos pase lo que pase.
Entre frenadas y aceleradas, atracciones y rechazos, aceptaciones e imposiciones, los fantasmismos se suelen convertir en fanatismos, lo mágico en rutinario, los objetos que nos unen en razones que nos dividen y los objetivos por lo que deberíamos trabajar en necesidades y quejas.
Vivimos en un mundo en el que retransmitimos a través de las redes;, no solo lo que nos ocurre, sino lo que imaginamos e intentamos superar la desmotivación , el aburrimiento, nuestra falta de disciplina y atención; en el que nos gustaría tener más alegrías que tristezas, más felicidades que enfados, más simpatías que malos humores.
Nuestros relatos digitales, entre dudas y rumores, no deberían ser el nido de temores y fantasmas, sino de creer en nosotros mismos y en los demás, sin agresividades mediatizadas, sin despotismos, arbitrariedades, prohibiciones y privaciones.
Juan Antonio Palacios Escobar