En los últimos meses, como si fuera una plaga, he sufrido varias averías de aparatos electrodomésticos en mi casa, (el más antiguo tenía 6 años) y, sorprendentemente, no podían repararse porque valía más la reparación que la compra de uno nuevo, o al menos eso decían los técnicos que vinieron a tratar de resolver el problema de los dichosos aparatos. Entonces entendí perfectamente lo que es la obsolescencia programada, es decir, la programación en origen para que todos los bienes de consumo tengan una vida efímera.
Comprar, tirar, comprar es el ciclo de la sociedad consumista, un bucle sin fin que mantiene vivo un sistema voraz, imparable y feroz que se alimenta de nuestra necesidad, de la necesidad que ellos nos crean, y de nuestros caprichos para suavizar nuestros complejos y para alimentar nuestra soberbia.
Todo se rehace, todo se reinventa, las innovaciones se ponen en el mercado con cuentagotas para que el ciclo de compras sea superior y se produzca en menos tiempo, y la sustitución es más sencilla que el arreglo, y se fabrica una cosa para que dure poco es, amigos, la obsolescencia programada, algo que, en el fondo, no somos conscientes de lo que significa, aunque ellos dicen que para que el mercado exista, es necesario mantener la demanda a través de aparatos que fallan o de piezas para las que no existe recambio, así que el consumidor no encontrará donde reparar el dichoso artilugio, y le resultará más económico hacerse con uno nuevo, mejorado en las prestaciones y en el diseño que puede que se averíe en menos tiempo que el anterior, pero no importa, ya que cuando eso suceda habrá otro ingenio nuevo al que no podrá resistirse.
Es el reflejo de nuestra desnortada sociedad actual: apasionados por lo nuevo y obligados por las circunstancias y por la ausencia de las neuronas que nos dotan de criterio. Nos deslumbran los colores inventados, las formas impensables, el brillo deslumbrante de lo reciente, nuevo coche, nueva televisión, otro teléfono, otro ordenador, nuevas amistades, nueva pareja trasladamos la tendencia de los que nos imponen a lo personal, y han inculcado a la gente que somos lo que tenemos porque saben que nuestro cerebro no da para más. Educados con un importante déficit de valores, nos cansamos de lo que nos rodea, las amistades se pierden, las lealtades caducan, la palabra dada carece de valor, las parejas se rompen y tampoco sabemos cómo recomponerlas o no nos compensa el esfuerzo ya encontraremos una nueva, aunque sea peor que la anterior.
Quizá nosotros también estemos programados para fallar, quizás nuestro interés y nuestro esfuerzo también tengan fecha de caducidad, quizá nuestra lealtad y nuestro compromiso estén limitados, quizá nuestro amor se desvanezca con el uso o quizás sea cierto que nada dura para siempre.
Usar y tirar… esa es la realidad actual porque, faltos de un faro de referencia, huimos siempre hacia adelante en ciega carrera detrás de lo novedoso, hasta que falle una pieza del engranaje y todo salte irremediablemente por los aires que pasará.
Antonio Poyatos Galián