Con todas las tribulaciones que estamos padeciendo, parece que volvemos a olvidarnos de la otra gran crisis que nos asola con datos verdaderamente terroríficos que nadie quiere ver: la de la mujer, cuando en realidad es tan importante como la crisis financiera, y que precisa de una verdadera revolución pedagógica que sea capaz de poner paz, justicia y comprensión a las relaciones entre hombre y mujer.
Y digo esto porque, como cada año, leo el informe de la Agencia de Naciones Unidas para la igualdad de género, leo la organización de -otro año más- el día de la mujer, pero en la realidad real los datos siguen siendo, además de terribles, irritantes y me indigno.
Me indigno porque la discriminación sigue persistiendo en todos los países del mundo, ciertamente en unos más que en otros, pero también en los más diversos ámbitos, tanto del hogar como del trabajo; porque el comercio y los abusos sexuales son descarados y vergonzosos; porque la violencia ejercida contra ellas es una realidad que no solo no cesa sino que va en aumento, al menos en estos inicios de 2017; porque las mujeres siguen siendo las víctimas principales de situaciones trágicas; porque en muchas partes del mundo, ser mujer ya es un drama en si mismo; porque en todas las culturas se le sigue negando; expresa o tácitamente la posibilidad de crecer como personas libres; porque en el actual trance económico por el que pasamos, encontrar un trabajo decente, afecta mucho más a las mujeres; porque son miles de millones, acorraladas, que viven como pueden, con infinidad de carencias y afligidas por miles de temores y no hace falta ir al mundo pobre, que en el rico se producen igualmente, con pasmosa cotidianeidad, hechos que degradan totalmente a la mujer y de verdad, me indigna, porque ¿por qué han de tener que resignarse a esos sufrimientos?
Desde estas páginas quiero defender con vehemencia, que la igualdad de derechos no debe entender de géneros, sino de personas, buscando un bienestar mejor para todos, y la concienciación de esa certeza tiene que progresar sin dilación alguna desde la infancia, para que las condiciones de vida de las mujeres en todo el mundo mejore, para que sean ellas mismas las que tengan el exclusivo control de su propia existencia y hemos de tener muy claro que el mundo no mudará de aires si la mujer no está presente en la toma de decisiones a nivel global.
Hay, pienso yo, que enseñar desde el nacimiento, que el ser humano, hombre/mujer, está predestinado a entenderse, a tener una dignidad igualitaria, de persona a persona, a tener claro que el progreso de la mujer es el progreso de todos, de toda la humanidad, y se han de facilitar más recursos y mucha más pedagogía para prestar más vigilancia a la no exclusión por razón de género, ya que, actualmente, el abuso y el maltrato, por antonomasia, tiene un nombre propio: se llama mujer. Y habría que castigarlo con mucha más dureza.
Antonio Poyatos Galián