Una noche de hastío, me detuve un momento a mirar en cierta cadena de TV, uno de esos programas «reality show» de los que abundan en varios canales. Y como declaración de principios, yo llamo «reality show» no sólo a los de salsas rosas. También a esos tan manidos debates sobre las cosas más peregrinas que uno pueda imaginarse y que pululan por casi todas las cadenas que sintonices.
La conclusión: Nos alienan, amigos. Bombardean nuestra salud mental con patrones de conducta extremos alejados de la realidad, y acabamos por perder la conciencia de lo que es normal. El personal, quizá inconscientemente, adopta esas formas, esas modas y esos modales, y acabamos imitando a la TV, a esa jauría de lobos tertulianos que acompañan con gritos los gestos de énfasis ensayados ante el espejo y que parecen calculados para lograr que la cámara les enfoque. Así, luego adoptamos como propios, en nuestro devenir diario, comportamientos excesivos que parecen haber salido de la imaginación de un guionista perverso, y vamos de la pasión más devoradora al odio más profundo en cuestión de minutos.
Sufrimos con extrema facilidad ataques de ira y la mayor barbaridad puede salir de nuestra boca, vociferando desengaños y resentimientos sin el menor pudor. Concebimos las relaciones amorosas como una repetición de escenas de amor vistas en TV y que generalmente acaban con dos cuerpos en la cama como único argumento de esa relación. Las rupturas, por ende, son una lucha a muerte tipo telenovela venezolana, y las reconciliaciones, por la misma razón, se producen con un ejercicio de sexo acrobático utilizado como panacea.
La amistad se pone a prueba a diario porque mis amigos han de hacerme feliz, y no hay conversación con cualquier vecino que no esté cargada de intensidad y de tensión. Y todo ello, pienso yo, porque quieren convencernos de que las premisas que nos han impuesto en la televisión son las verdaderas, como modelo de ser y de actuar, sin ninguna regla moral o de educación, ya que, a fin de cuentas, ellos están convencidos de que podemos identificarnos con esos seres de carne y hueso tan semejantes a nosotros mismos y que actúan de semejante manera.
En este estado de expectación enfermiza en que parece estar el personal, empapando sus neuronas activas con esos «realitys» y con esa concepción tan equivocada de como son las cosas y de cómo debieran de ser, ese personal se siente a años luz del sitio en el que creen situado al resto de la gente «diferente» que no siguen esos patrones de conducta…. Y yo, además, pienso que algo falla cuando a la gente le seduce tanto tertuliano gritando sandeces que parecen ciertas -son actores- pero que es obvio que han salido de un guión y eso sin tener en cuenta lo agotador y lo ridículo del asunto, ya que lo normal sería estar más pendientes de nuestros propios pensamientos, de nuestros sentimientos o de nuestras depresiones, sin que nadie nos enrede aún más.
Pero no todo está perdido, amigos. Le doy vueltas al asunto y la solución, pienso yo, está al alcance de nuestras manos: que apaguen la Televisión y abran un libro. Aunque, a ver quién los convence cuando al sistema no le interesa
Antonio Poyatos Galián