Me comenta un amigo que se siente acosado en estos días, asediado por el continuo bombardeo al que se ve sometido por las encuestas, por los mensajes electorales, por las campañas políticas de los diversos partidos, de esas diferentes supuestas opciones, – que para mí no son sino son la misma -, que siente una auténtica coacción de la que le resulta imposible liberarse y no encuentra posibilidad alguna de escapar. Su queja, además, se ahonda con lo que él considera la inutilidad de dar crédito a cualquier argumento que le presenten cuando con su voto van a hacer lo que quieran los diversos partidos y van a pactar las coaliciones y componendas que convengan para poder alcanzar la ansiada meta: el Poder.
Ciertamente se trata de eso: alcanzar el Poder, gobernar, imponerse sobre los demás bajo el pretexto de un resultado electoral que pretenden legítimo en base a que se alcanza con la fusión, aunque sea contra natura, de los votos de una proporción de ciudadanos notablemente poco representativa con respecto al conjunto del electorado. Lamenta mi amigo, esencialmente, que todo el conjunto de propaganda, información, datos, imágenes, eslóganes, pseudo proposiciones y, en general, todo aquello que se expone a la sociedad como propaganda electoral, todo lo que es objeto de debate, tiene un contenido absolutamente negativo, promueve exclusivamente el enfrentamiento y de carácter destructivo, de tal modo que los mensajes no llevan una carga suficiente de proposiciones de mejoras, proyectos que ilusionen a la ciudadanía, alternativas programáticas que puedan dar a la sociedad el impulso necesario para afrontar el futuro de una manera realista, de un modo conciliador sino que todos cargan en un demoledor y dramático discurso de enfrentamiento, en la profecía de un futuro apocalíptico si se vota al adversario frente a la gloriosa bienaventuranza que ha de alcanzar la sociedad si la opción que se postula es la que resulta triunfadora. Después no importará pactar con los diabólicos y pérfidos rivales si hay que tocar Poder, pues el ciudadano es imbécil y desmemoriado y, además, después de haber votado no sirve para nada hasta las próximas elecciones.
¡Y tiene total y absoluta razón este amigo mío!, ¿para qué sirve un votante después de haber votado en lo que llaman Democracia Representativa? ¡Absolutamente para nada!…¡Hasta la próxima!. Pero no ha de asombrarse ni él ni nadie de ese acoso, de esa presión por el mero hecho de que el país se encuentre en periodo electoral: El acoso, la presión, la asfixia, las encuestas es permanente en una España que vive en un desasosiego constante, diario, común… una España en la que, además, a fuerza de insistir, la gente está convencida que no hay más posibilidades en la vida de las que se ofrecen en el mercado de baratijas de la política profesionalizada, y que hay que aceptarla tal cual, encasillarse en sus cajitas, utilizar, aún sin entenderlos, sus términos mántricos de modo que se tenga el extremo cuidado de no sacar los pies del plato, ya que bordear lo “políticamente correcto”, esto es, la tiranía del sistema, supone riesgo de exclusión, de persecución, de, ¿por qué no decirlo?, de caer en manos de los nuevos inquisidores.
Mi amigo, como tantos otros, con sus quejas, con sus presiones a cuestas, con sus dudas, tiene, sin embargo, una adicción al sistema que le impide salir de él y todas sus reticencias caen cuando se enfrenta a mí para casi exigirme que vaya a votar, porque, por lo visto, yo tengo que votar inexcusablemente. No basta con mi posición respetuosa y cívica al máximo, no basta con que jamás censure a nadie que vote, ni le exhorte o anime para que no lo haga, sino que a mí se me piden explicaciones de mis motivos y se me arenga sobre los argumentos según los cuales debó ir contra mis principios, porque mi abstención favorece la contabilidad de los votos en consabido sentido. ¿Por qué?, ¿por qué tengo que explicar lo que mi entorno sabe sobradamente una y otra vez?. La abstención de algunas personas está más allá de una disconformidad con los políticos, con los partidos, con el sistema, es el ejercicio de una auto exclusión para ser elector y elegible, y es una expresión de un modo de pensar complejo que sitúa en una posición difícil, ciertamente dura, pues se sufre el encasillamiento en los estereotipos modulares de ese mundo de hoy, que se presume de progreso y avance, esa Civilización Occidental, global, consumista y material, y hay que tener paciencia para mantenerse a flote.
La España de la campaña electoral permanente no me interesa en lo más mínimo, como tampoco me interesa la España de las Autonomías, ni absolutamente nada que no sea algo que, en realidad no existe, pero eso no significa que no observe un absoluto respeto y acatamiento al Ordenamiento Jurídico, y lo acepte, por imperativo legal, incluso hasta la exageración, pero no lo asumo internamente. No he de dejar de cumplir Ley alguna, pero no se me ha de ver defendiendo los fundamentos, las llamadas “exigencias” o “motivos” sociales que fueron causa de su promulgación… ¡Coherente he de ser hasta el final, sin aspavientos ni exhibicionismos fuera de lugar!
A mí, como a todos, me tocará sufrir el resultado de las elecciones, veremos como hacen el cambio de cromos de unos y otros para componer pactos, coaliciones y conseguir las parcelitas en el huerto del Poder, veremos que cesiones se hacen a unos, que le dan a otros, escucharemos los graznidos de tales o cuales…¡Lo de siempre!. Mi amigo protestará y yo le escucharé, y él volverá a echarme la culpa de lo que pase por no haber votado, y yo volveré a decir que vale…
Y así van pasando los años… la sociedad está, pues como se ve, y no creo que tenga yo que decir nada que la gente, por poco que se fije, no aprecie…, y pasan los Gobiernos, y las mayorías, y las minorías y los pactos, y las concesiones…. Unos llegaron, otros se fueron… Hubo problemas que se enquistaron, se hicieron crónicos y ahí están…hubo personajes que se hicieron abominables, pero se les rieron las gracias y ahí están…Hubo ambiciones que nunca dejaron de crecer, y al Príncipe de Maquiavelo se le multiplicaron los discípulos por todos los rincones de esta España…
En la España de la permanente campaña electoral no se venden ilusiones, ni aunque suenen a falsas…¡ya ni eso!. Se trafica con suciedad, fango, miseria, insulto, aberraciones, con el ¡peor fuiste tú!, con el engaño, con la ignorancia de una juventud condenada a la calle y al fracaso por una generación que se dice progresista, populista y que la usa como sus adorados dirigentes bananeros usan a los campesinos…Pero yo, que no se de lo que hablo, como muchos me dicen, creo que se tiene lo que se ha buscado y merecido… ¡Solo hay políticos, gente de partidos, sectarios ambiciosos de poder a la caza del Poder, profesionales! ¿Dónde está en Estadista, el Gobernante?
Nadie plantea, no interesa, resolver la grave crisis social desde la unidad, nadie está dispuesto a ceder y por una vez plantear esa necesaria coalición, ese pacto nacional que resuelva una crisis que se niega porque todavía hay tajada que sacar. ¿Desde cuándo se puede esperar de un puñado de mediocres tamaña iniciativa?. Y en España, como en el resto de Europa, no son las lumbreras quienes gobiernan o ejercen la política profesional sino gentes de partido, grises y mediocres criaturas forjadas en los cuadros de las maquinarias de ejercer el poder.
Ahora toca la fase álgida de la permanente campaña: mítines, debates, más encuestas, papelitos en los buzones, un dineral tirado a la basura. Llegará el día de eso que le llaman la “Fiesta de la Democracia”, fiesta para el que sale colocado, más que nada, y después el ciudadano queda debidamente archivado hasta la próxima ocasión.
Manuel Alba