Hubo un tiempo en el que salíamos a la calle, confiados… jugábamos hasta bien entrada la noche, sobre todo en verano, despreciando la seguridad, porque ni sabíamos que era eso, ni la necesitábamos… Las puertas de las casas estaban abiertas… crecimos en ese mismo clima y fuimos estudiantes despreocupados que volvíamos de madrugada a casa los fines de semana, después de acompañar, cortésmente, a las amigas del grupo, hasta las suyas, sin que supusiera tal gesto una manifestación de machismo visceral intolerable, o por lo menos ni ellas ni nosotros por tal acto lo teníamos, y así fueron pasando los años hasta que hemos llegado, a un pie de la vejez, a vivir un presente en el que no nos reconocemos.
Nos hemos instalado en el miedo, todos, absolutamente todos: Los niños y jóvenes del presente, que unen a sus deficiencias en cuanto a principios fundamentales de educación y convivencia y a su agresividad incontenida el miedo a que sus propias actitudes les sean devueltas, viven en permanente tensión, inseguros de su entorno, incluso ya hasta de ellos mismos, conscientes de que pueden ser víctimas de acosos de todo tipo, agresiones y malos tratos desde su propio entorno familiar hasta cualquier otro nivel. ¿Qué puede pasar por la mente de un niño que ve que su padre, o su madre lo va a matar inmediatamente por venganza contra su pareja? ¿O por aquel que ve como su padre mata a su madre, o viceversa?, ¿O por aquel otro que se tira de una azotea, o se ahorca, porque no puede soportar más el acoso de sus compañeros del centro escolar?.
Los discriminados por el independentismo salvaje, aquellos que tienen que callar y soportar ser vejados y pisoteados por esos que contra la voluntad de todos, pero por culpa de la necesidad de sumar para mandar, han de dejar ultrajar sus derechos y pasar por situaciones vergonzosas y despiadadas agresiones…. Esos son otras víctimas del miedo, de ese miedo que antes no teníamos.
Tampoco temíamos pasar por determinadas calles y hasta barrios de nuestras ciudades en donde nos hemos convertido en extranjeros y donde no solo no somos bien vistos sino que hasta se nos aconseja no acudir, como si se tratase de territorios ya perdidos de nuestro propio país, ¡miedo a circular por nuestras propias calles!
Nos cruzamos de acera cuando vemos grupos de gente que consideramos que se nos van a encarar, que con sus gestos nos intimidan, no salimos con un reloj, ni nos acercamos solos al cajero del banco, por miedo a que nos roben… ¡Miedo, miedo, miedo!. Ya no hablamos con desconocidos, ni le indicamos a nadie por donde se va a donde nos pregunta, seguimos los consejos publicitarios y ponemos alarmas en nuestras casas porque no confiamos en los Cuerpos de Seguridad Pública, tememos que al volver de unas vacaciones nos hayan ocupado nuestra vivienda…. ¿Es ese el Estado de Bienestar?
La inseguridad se ha adueñado de las ciudades, grandes y pequeñas, y el miedo ha impuesto su ley mientras los politicastros se entretienen desojando sus particulares margaritas, argumentando representar a una masa adormecida, cada vez más sugestionada, unos pidiendo, suplicando un sito en un hipotético gobierno de coalición, otros clamando por lo que no supieron defender, otros jugando al corre, que te pillo…. ¡Y de nuevo elecciones, el deporte nacional!
¡No se puede vivir con miedo, no se puede morir con miedo! Es infame, es indecente, que a este estado de cosas, que a esta situación indigna, injusta e inmoral, se asista en silencio, imperturbables, que se acepte. ¿Acaso es este el precio que ha de pagar el ciudadano por el supuesto progreso y la modernidad prometida por un sistema que cada vez más, “por el bien de la comunidad” restringe las libertades y coarta los derechos en pos de una descarada tiranía?
Algún día, alguien tendrá que decir algo, alguien tendrá que pedir de un nodo u otro que se acabe este delirio, que se plante cara al reinado del miedo cotidiano y permanente, que, por ejemplo, se frenen los abusos, empezando por esas discriminaciones positivas que tienen a la mitad de los miembros de la sociedad amenazada con la presunción de ser delincuentes por la mera manifestación de voluntad de la otra mitad, gracias a la exagerada e injusta, por muy legal que sea, legislación de género, que se termine con la violencia en las aulas, con la violencia en las calles….
La gente, las gente normal, querría volver a salir en paz sin tener que mirar para todas partes, ver a los niños jugar en las calles, pasear por todos los rincones de su ciudad, estar seguros y sacudirse el miedo, y ese derecho requiere menos estupideces y un gran esfuerzo de firmeza y voluntad de los gobernantes, pero ¡claro!, pedir esto debe ser cosa de fascistas….
Manuel Alba