La provisionalidad instalada en la vida cotidiana es en sí un estado de normalidad en cuanto la vida misma , y en ella todos sus momentos, nos resultan provisionales, no siendo permanente ni seguro ningún hecho, ninguna circunstancia… Y si hay alguien que por experiencia propia puede asegurar lo que es una vida incierta, insegura y sumida en la permanente expectativa, ese soy yo. ¡Nadie ve con normalidad los sucesos que a mi alrededor ocurren y mucho menos mi actitud ante los mismos!. El último de ellos, que no debo de negar su carácter atípico, tampoco ha causado en mí un estado de excesiva perplejidad, puesto que, al fin y al cabo, recibir una carta que fue escrita sesenta años antes de que llegase hace unos día a mis manos no es nada que quede fuera de lo posible, ni producto del misterio, sino una contingencia como otra cualquiera, aunque, eso sí, la lectura su contenido me haya impactado e incluso haya acarreado en mi sensaciones y consecuencias muy desagradables.
¡Pero como para mí todo es provisional desde el nacimiento hasta la muerte!. No así para quienes me rodean, que viven el teatro de la vida con inquietud y se la toman como si fueran a estar aquí para siempre, entendiendo para siempre exactamente así: – para siempre. Y no es así, y no es, como tantas veces habré dicho y escrito, nuestra presencia en esta tierra algo que deba ser tomado con tanta rotundidad, y para ello basta con pensar lo que al hombre común le aterra, algo sobre lo que puede reflexionar en dos direcciones: hacia el pasado y hacia el futuro: ¿Quién era el poseedor, el dueño del lugar que hoy habita, de la casa de la que hoy es dueño, que es suya, hace doscientos o trescientos años?, ¿de quién será dentro de otros trescientos?, ¿qué quedará de él, de sus cosas, por donde andarán, quien las poseerá, si es que le sobreviven?. Estamos atrapados entre espacio y tiempo, algo que, para colmo, ni existe, pero que no es cosa de ponerse a explicar aquí y ahora. Lo que está clarísimo es que como seres provisionales, de paso, deberíamos ser más conscientes, más trascendentales y menos apegados. Y no estoy tratando de navegar por terrenos éticos, huyo de la moralina y más aún de esos principios y dogmas religiosos que se acomodan a lo que más conviene en cada momento de la llamada Historia, porque, al cabo, su misión es justificar de un modo pseudoespiritual los avances del materialismo creciente y ese apego, cada vez mayor, del ser humano, a lo tangible, a tener, poseer, consumar y amasar.
Es una situación general que se ha expandido por el mundo entero y que en un tiempo jugo al binomio de pares contrapuestos desde la perspectiva de las ideologías pero que ya se desenmascaró en un proceso que se trata de predicar que no es una repetición de ciclos históricos anteriores, aunque algunos así lo veamos. Hubo épocas en las que un sistema, una forma de poder, o dos, o tres se afanaron por imponerse en el mundo que entonces se conocía, para ello hubieron de enfrentarse a las fragmentaciones territoriales que suponían pueblos diversos, uniéndolos de diversas maneras, la más frecuente por la fuerza de las armas, generando grandes áreas , que fueron potencias, Imperios, sustentados en formas de gobierno políticamente incorrectas para los tiempos que corren, como se debe decir, que perduraron siglos, milenios incluso.
Después, y por causas diversas, entre las cuales el Cristianismo oficial sería generador indiscutible, se iría gestando poco a poco la vuelta al provincianismo fragmentario, esta vez con la divinización del ser humano, divinización incluso atea, que también cabe pero que requeriría varías páginas su justificación, llegándose a algo que no era novedoso, salvo en su denominación: las nacionalidades. Naciones, países, reinos que en pocos siglos se van aniquilando, bien por las guerras que mantendrán entre ellos, bien por las ambiciones de sus sumos dirigentes en ser dueños y señores que se hicieron propietarios de los reinos y estados, separándose de la nación por una barrera de burguesía burocrática que luego sería reforzada por esa vaguedad que se ha dado en llamar “aristocracia del pensamiento”, aquello que el sabio Platón excluyó radicalmente en su ideal de Estado. ¿Por qué toda esta divagación?. Sencillamente porque la propia provisionalidad de la vida humana se transmite a sus formas de convivencia, y así hemos llegado a nuestros días, con la peculiaridad que los intentos de formar Imperios, ahora, en estas horas, cocan con un resurgir simultaneo de espíritus nacionalistas cuya particularidad es no ser ni tan siquiera históricos sino falsificados, creaciones de esa llamada “aristocracia del pensamiento” charlatanes de feria que han conseguido que a fuerza de pregonar su cantinela de pueblo en pueblo sin que nadie les ponga coto se haya llegado a creer sus cuentos por distintas partes del mundo. Junto a esos fragmentarismos, nuevos cismas laicos surgen a la religión racionalista y materialista, con cada vez más fieles y adeptos, fruto de las contradicciones entre las corrientes de las ciencias empíricas, una vez que se consiguió´ enmudecer el concepto de Ciencia como tal: la Ciencia. En efecto, se entiende la Naturaleza como dominada y al servicio del hombre dios, al hombre dueño y señor del Universo, del que creo humildemente que mientras más conoce, más ignora, – pero eso es una idea muy personal mía -, el hombre tiene la Naturaleza a sus pies, y con sus acciones u omisiones puede frenar el calentamiento del planeta, y es evidente que hay que hacer caso sumisamente a la Sta. Greta Thunberg y su coro de grillos, y a quienes la sustentan y rentabilizan, y arrepentirnos de haberles robado no sé cuántas cosas e ir andando a Roma y en canoa a Buenos Aires, no siendo correcto decir que en el mundo sobramos unos cuantos millones de habitantes, por ejemplo, y por eso está colapsado: por sobrepoblación. O también que la Tierra tiene la ocurrencia por sí misma y sin que nadie la empuje de cambiar su polaridad de vez en cuando, de Pascuas a Ramos, pero cuando lo hace todo se pone patas arribas, y que si el humano se extingue sería algo tan normal como la extinción de otros seres del reino animal y vegetal ocurrida en tiempos pretéritos, incluso me atrevo a decir, con riesgo de ser lapidado, que si el ser humano hace lo que hace, esto es, transforma los materiales, la llamada materia prima, en objetos que utiliza en su beneficio, con las consecuencias que de ello se derivan debe ser porque está dotado por la Naturaleza para tal fin, incluyendo en esas facultades el riesgo que conllevan. De hecho es el único de los seres vivos con esas facultades, puesto que ningún reptil, ningún felino o ningún insecto, por ejemplo, está dotado para construir aviones o hacer frigoríficos, y es más, ya para merecerme la horca: ¿Hasta qué punto es artificial un objeto que el ser humano fabrica si para su elaboración utiliza materiales que en su origen proceden de la propia Naturaleza?. Una Naturaleza que hace unos días hizo erupcionar un volcán, y no fue por el cambio climático, como tampoco lo fue la del año 79, aquella del Vesubio que se llevó por delante Pompeya entera y parte de Herculano. Los terremotos y maremotos que se registran casi a diario por el movimiento de fallas submarinas tampoco son cosa de los humanos contaminadores sino señal de la libertad de la Naturaleza indómita que se ríe del hombre y le recuerda que ella es la que manda.
Seré muy atrevido, pero el mundo moderno y su dialéctica tremendista me resulta ya, a estas alturas, totalmente fuera de razón. ¡Pacifistas que no se privan de apalear a los que se manifiestan en contra!, ¡feministas que quieren extinguir al género masculino, o por lo menos esclavizarlo!,¡gobernantes que mienten compulsivamente y las masas los confirman para protestar al día siguiente de haberles votado!, ¡padres que matan a sus hijos para vengarse de sus parejas como si fuese algo natural, como si los hijos fuesen de su propiedad como un jarrón o una lámpara!, ¡sociedades inmunes a la violencia común, por ejemplo, siete muertos a tiros entre Mijas y Marbella y la gente tan normal y sin cuestionarse si se puede consentir tamaña barbarie!.
Todo lo que ocurre, sigo insistiendo, al cabo es provisional y llegarán cambios, tarde o temprano, de un nodo u otro, que impondrán otro tipo de convivencia, que tampoco la supongo como novedosa pues será la vuelta de algo, tal vez con otros matices, mejoras….¡No lo sé!. No he logrado lo que se dice en ese libro de un judío alejandrino del año 125 a. d. C. conocido como “El Libro de Salomón” con respecto a la Sabiduría: “Así, decidí tomarla por compañera de mi vida sabiendo que sería para mí una buena consejera y mi consuelo en las desgracias y las penas”, aunque lo intento. Reconozco que se tenga desasosiego por los amargos días de la tomadura de pelo que sufre España y los españoles, y que duela Cataluña, y que la burla a la Justicia que se ha de ver en un futuro casi inmediato con la ejecución de la sentencia del Tribunal Supremo por parte de los gobernantes catalanes hará daño a muchos, pero todo pasará. Para quien piensa que es el inferior el que necesita del superior, porque cree que hay superior e inferior, y se sabe provisional, solo espera el fin del ciclo y concibe lo presente como una tragicómica decadencia de la que no se siente cómplice.