Siempre se me ha oído decir que soy monárquico sin Rey y que nunca he sido “Juancarlista”, es más, nunca reconocí a ese Juan Carlos I y sí a Juan IV… He hablado y he escrito mucho de esta cuestión, si bien sabiendo siempre que lo que hable o escriba es intrascendente, que lo que sepa o deje de saber sobre la materia es absolutamente inútil y que siempre, como ocurrió y sigue ocurriendo, mis opiniones me cerraban puertas y me escoraban hacia la marginalidad, y de hecho, tan ha sido así que nunca he podido rotar, que es como se dice en el lenguaje aeronáutico, despegar vuelo. Y cuando me refiero a mis opiniones quiero decir a todas ellas, a todas las que he manifestado por la observación y la crítica permanente sobre todos los aconteceres y circunstancias que he sentido como erráticos.
Ahora hay quien me pregunta, y no puedo contestar más que era de esperar esta situación desde hace más de cuarenta años. Y no voy a repetir antecedentes porque ya hasta me aburre. Que el último Rey legítimo, según la legitimidad histórica, aunque fuese con una legitimidad adquirida por presiones y por cansancio de su titular, ya anciano, enfermo y decepcionado, salga de España sin razón objetiva alguna, sin respetársele ni siquiera la presunción de inocencia, era una de las posibilidades que se derivaban del golpe palaciego ante el que cedió y que todos vieron muy bien.
El reinado de Juan IV no fue para mí tan digno de alabanzas como se vendió a la ciudadanía y el hecho de que fuese el heredero efectivo de Franco que de inmediato cedió a un cambio inmaduro, presionado por los suyos, que no eran sino franquistas reconvertidos, fue el primer error, al permitir que la reforma política y la maldita transición descosieran a través de las autonomías la unidad de España, y que hubiese, además, regiones privilegiadas en su representación, zonas que por elementales cálculos de población no deberían tener esa representatividad que poseen, con las que presionan y coaccionan.
El hecho de dejarse llevar por una pretendida normalización de la Corona, entendiendo por tal una total desconexión con la tradición monárquica para sumarse a un vil populacheo, a un populismo de primacía al culto de la personalidad, y su imprevisión de cara a reservarse ciertas potestades en la famosa Constitución de 1.978, hicieron de su reinado una anomalía absoluta por mucho que se quiera predicar lo contrario. Realmente ha habido muchas historias, historias que pasaran a la Historia, como la del famoso golpe de Estado de 1.981.
Ahora, después de seis años sin ejercer de Rey de España, se ha marchado. ¿Exiliado, expulsado, huido?… Para mí es la consecuencia de haber cedido el 2 de junio de 2.014 a todo un cúmulo de presiones y dejar la Corona en manos de Felipe VI. Entonces, y como consecuencia de un reinado con muchas deficiencias, una actuación coordinada de su entorno familiar le hizo ceder. Por un lado su esposa, Sofía, y por otro su hijo y su nuera, más influyente de lo que la gente se cree, hicieron que abdicara contra su voluntad, cuando se debía haber impuesto. Desde aquel día lo de ahora estaba cantado, pues han ido por él. Y él, en aquellos momentos tenía el apoyo de buena parte de la ciudadanía y de las Fuerzas Armadas, algo que iría perdiendo con la acción de erosión a la que se le iría sometiendo.
Han ganado, de momento, la partida la Reina Sofía, esa mujer misteriosa y escasamente expresiva que nunca fue ajena a los comportamientos del Príncipe Juanito, conocido desde jovencísimo por sus amoríos y sus aventuras. Todas las Cortes europeas sabían de él aunque en España, el férreo cinturón de protección de Franco sobre el que de hecho consideraba que era el hijo que no había tenido y que le mostraba su fidelidad con la permanente infidelidad a su padre, D. Juan, tapaba todo lo tapable. Sofía y sus padres, los Reyes de Grecia, sabían bien que tras el rechazo del heredero de Noruega, actual Rey Harald, a pesar de las presiones y los compromisos, pocas opciones quedaban para casar con alguien de su rango. Sin embargo la leyenda que se extendió fue la de un matrimonio de amor, algo que no tiene ni pies ni cabeza: Tras el traspiés con la fallida tentativa noruega, se organizaría su boda con Juanito de Borbón, a quien Franco ya le había dejado claro que no le dejaría casarse con María Gabriela de Saboya.
Supo siempre lo que hacía, y se le otorgó una aureola que nunca me he explicado. Su sintonía con la gente es y ha sido siempre escasa, tirando a nula, y su vida es un misterio oculto por las expresiones de su rostro, que siempre son ambiguas e inexpresivas. En los trece años que vivió junto a su esposo al amparo de Franco, no hubo más sumisión, más intimidad y amistad más grande que la de Sofía de Grecia con el General y con Dª Carmen Polo, y a las imágenes y documentos gráficos me remito, y su papel como Reina consorte y como madre siempre estuvo en entredicho. Ahora a sus papeles añade el de mártir y víctima de su marido, quien debió divorciarse de ella a su debido momento.
Otra ganadora es la Reina Ortiz, de la que poco hay que decir que no se sepa ya que no es, precisamente, nada dada al disimulo. El Rey hoy en el exilio no la puede ver, quizá como todo quien se quiera llamar, conscientemente y con conocimiento de causa, monárquico. No se trata de que caiga simpática o no, sino de la manera en que maneja los hilos. Hace muy poco me decía un aristócrata de viejo cuño que es la versión española de esa famosa Meghan Markle que trae de cabeza a los británicos, con la diferencia fundamental que a la Duquesa de Sussex y su marido, el inefable Harry, tienen corto recorrido, si acaso un ejercicio infantil y desvergonzado de derecho al pataleo, mientras que la chica de los informativos ha llegado a la cumbre como Reina consorte. ¡Es totalmente oportuna la comparación!. Y el exiliado D. Juan IV es culpable de ello, pues cuando el heredero le planteó que o aceptaba a su elegida o lo dejaba todo, bien pudo imponerse y aceptar la renuncia de su hijo, que hubiera sido un momento oportuno también para S.M. de divorciarse. ¡Que se hubiese casado con su pretendida y hubiese buscado trabajo en la banca o en Correos!.
La consorte, eso sí, no nos deja ni un día sin sorprender por la importancia que los medios le dan a su exhibicionismo. Casi toda la información que se recibe es referente a su vestuario, al modelito que estrena, a las sandalias que calza… Por lo demás, ya se ha quitado de en medio al suegro.
Felipe VI, Rey constitucional de España, ha actuado del modo que de su personalidad y su carácter se puede esperar. Sometido a un gobierno frente populista, a un Presidente de Gobierno que ejerce cuando quiere, donde quiere y como quiere funciones de la Jefatura del Estado y condicionado por su matrimonio ha ejecutado lo que le han dicho, ni más, ni menos. El Rey constitucional que para mí, interpretando que está vigente la Pragmática Sanción de Carlos III, no es heredero de legitimidad dinástica por su matrimonio morganático, no tiene carisma alguno, cae indiferente a la gente y no parece tener muchas fidelidades, por lo que me llega, en las Fuerzas Armadas.
Gozó siempre de la protección de su madre y ahora tiene como asesora de imagen a su esposa… A su padre le ha dado su regia patada por pura conveniencia, igual más o menos que lo que éste hizo con el suyo, el Conde de Barcelona. Ha ido quemando etapas, siguiendo una hoja de ruta, incluso haciendo alardes absurdos e inidóneos de distanciamiento con el célebre documento de renuncia a la herencia paterna, algo absolutamente ridículo puesto que para renunciar a la herencia tiene primero que producirse esa herencia, habrá de esperar a que su padre se muera, que me da a mí que no va a tardar mucho en hacerlo.
¿Renunciará a la herencia de verdad, ya que la payasada notarial que hizo no vale de nada, si a la muerte de su padre él se encontrase exiliado porque el frente popular lo eche? ¡Tal vez en esas circunstancias unas perrillas le vendrían bien!
¡Y mientras todo esto pasa, España deslavazada!, y yo acordándome de mi padre que me decía que me desengañase, que la Monarquía duraría de Felipe (V) a Felipe (VI). ¡Y la sociedad indiferente! A la gente le importa un cuerno que el Rey se exilie, que el hijo se quede o que salga el sol por Antequera.
Supongo que si el viejo Rey se muere vendrán los lamentos, los duelos y las demás gaitas, pero yo me quedé sin Rey en 1.993, y que conste que el Conde de Barcelona era mi Rey con reservas, muchas reservas… Desde entonces todo este espectáculo me resulta ajeno, distante y esperpéntico… He aprendido mucho con el transcurrir de los años y de traiciones se mucho. ¡Si en mi propia casa me traicionaron!
Hoy me arrepiento de no haber salido de aquí, de no haberme ido cuando tuve oportunidad. Ahora, anclado irremisiblemente en este lodazal, solo me queda seguir contemplando el panorama y esperar lo próximo, que tal vez podría ser la reconversión del complejo de los Palacios de la Zarzuela en casas de ocupas dirigidas por la gente de Pablo Iglesias… ¿Qué más da?
Manuel Alba
5 agosto 2020