Cada vez que llega la época me quedo asombrado del lenguaje que se utiliza en los medios de comunicación, en los ambientes especializados, en la calle, en las tabernas sobre determinados asuntos.
Parto de la base de la prohibición de comercial con seres humanos, de la esclavitud, como se le llamo siempre. Y parto, para polemizar y provocar, como es propio en mí, que en mi asalto a la imperturbabilidad y mi libre disposición de pensamiento, voluntad y albedrío no he de ser yo quien condene en mi fuero interno la esclavitud.
En la excelsa Roma los esclavos llegaban a vivir mejor que los amos porque su trabajo movía la economía, y eran bien preciado e incluso carísimo que se cuidaba con esmero. Muchos eran los preceptores y cuidadores de la formación de sus amos, y no habría de ser hasta que llegase el Santo Cristianismo igualitario y su difusión de una pulgada y manipulada visión sectaria de la historia lo que difundió ese concepto de maldad y perversidad de Roma, aunque bien que se mantuvo en el sistema esclavista mientras que pudo. La Iglesia Cristiana cuando llegó al poder hizo lo mismo que nuestros socialistas y comunistas: reinventar la historia, más o menos al modo de la Memoria Histórica del presente.
El propio Oscar Wilde, más cínico que yo, si cabe serlo, comenta en su gran obra socio política titulada “El alma del hombre bajo el Socialismo” lo siguiente: “La esclavitud fue, abolida en los Estados Unidos, no como resultado de una campaña de los esclavos, ni siquiera de un deseo expreso de libertad por ellos manifestado, sino simplemente como una consecuencia del proceder extremadamente ilegal de unos cuantos agitadores de Boston y de otras ciudades, que no eran ni esclavos, ni propietarios de esclavos, ni realmente tenían nada que ver con la cuestión de la esclavitud. Es indudable que los que encendieron la antorcha e iniciaron el movimiento fueron los Abolicionistas. Y es curioso observar como no recibieron la más mínima ayuda, y aún muy escasa simpatía, por parte de los mismos esclavos. Sin contar que cuando estos, al término de la lucha, se encontraron libres, tan absolutamente libres que nada les impedía morirse de hambre, muchos de ellos lamentaron amargamente el nuevo estado de circunstancias”. Quien dude que el genial irlandés dejo esto escrito y manifiesto, que lo lea, lo puede encontrar, por ejemplo en la citada obra, edición de Editorial Biblioteca Nueva, Madrid 2.002, página 19.
¿Monstruoso? ¡Una cruel realidad, pero realidad al fin y al cabo!. Y ante las realidades lo propio es proceder consecuentemente. Por ello no he de arrodillarme y pedir perdón a la negritud a causa que de un hecho concreto ocurrido en la lejanía se organice por otros activistas y a nivel mundial, una especie de concienciación de la vergüenza de ser blanco, pero ese es otro asunto… Y yo no he de manifestarme, jamás lo haré, en favor de la esclavitud, ni de las represiones policiales con uso injustificado de la violencia, pero tampoco me voy a manifestar en contra del hecho histórico y pasado de la esclavitud, algo que paso a nuevas formas con la revolución industrial. ¿Acaso los obreros teledirigidos a un fin, pasados de humanos a herramientas, a piezas de las máquinas que poco a poco lo van eliminando, no son los esclavos modernos.
Y no tema nadie porque me vaya a poner en plan marxista, ¡antes muerto!. Ese fenómeno del hombre cosa, instrumento y pieza se dio en el Comunismo y en el Capitalismo. En el primer caso el dueño del hombre era el estado y el Partido Unico, en el segundo los grandes poderes económicos e industriales en un marco de falsa libertad democrática.
Y hoy hay esclavos, muchos, en Occidente, esclavos del sistema, esclavos del miedo que se provoca con la permanente amenaza de que salir del mismo es el caos: ¡O Sistema Democrático Social de Derecho y Bienestar o el Diluvio!, lo que ocurre es que el esclavo de la cotidianeidad del Siglo XXI no se da cuenta, o no quiere enterarse, de su estatus, porque le conviene… Le conviene como en la antigua Roma a aquellos a los que su manumisión y puesta en libertad los podía lanzar a la incertidumbre, a la miseria e incluso a la muerte.
Y en nuestra sociedad, esta de tantos Derechos Humanos, expresión tan absurda como vacía pues solo los humanos pueden tener derechos, y las consecuentes obligaciones, salvo las opiniones cretinas de esos Activistas ilógicos y castrados mentales que se inventan derechos para los bichos y las encinas, como si tuvieran la racionalidad necesaria para asumirlos, erigiéndose en tutores de tales derechos, en este mundo de absoluto disparate, disparate, eso sí, subvencionado, bien pagado por los Poderes Públicos a costa del dinero común de la ciudadanía y sin consultar a nadie, nadie se da cuenta que la esclavitud está tan metida en el ADN humano que se conserva en determinados comportamientos y se exterioriza en la terminología de una de las actividades que a mí me es más ajena, incluso la considero perniciosa.
¿Qué barbaridad estoy diciendo? ¡Veamos!:
En la ya anteriormente aludida Roma, por supuesto, el esclavo era un objeto de tráfico mercantil que se compraba, se vendía, se arrendaba como cualquier objeto, así fue también en etapas posteriores hasta la abolición. Ahora es aberrante y delictivo comprar una secretaria, un conductor, un piloto de aerolíneas. Nadie puede, ni debe, sobre todo por imperativo legal, comprar un marinero o un camarero de bar. ¡Esto está tan claro que ni el término “comprar” se utiliza a la hora de plantear las relaciones entre un empleador, o un empleado.
En el mundo de eso que le llaman deporte, que para mí no es, porque entiendo que la actividad deportiva para ser tal debe de estar fuera del mundo mercantil y no profesionalizada, se habla de contratos, de fichaje, es decir, de la acción o efecto de obtener prestaciones y servicios de una persona, en el marco de la vinculación de un piloto de automóviles con una escudería, de un jugador con un equipo de baloncesto…
Solo en uno de estos llamados deportes, de estas actividades profesionalizadas, la que constituye el moderno pan y circo del que hablara Juvenal y se desarrolla universalmente como algo propio para entumecer y adormecer a la población, el que para mí es el más nefasto y absolutamente abominable de todos pero para los demás es el más apasionante y visceral, el que puede mover masas y por el que se llega en ocasiones a matar o morir, tiene un lenguaje peculiar. ¡El futbol!.
En el futbol, donde se ensalzan las figuras de personajes de un nivel cultural bajo tirando a bajo cero, salvo honrosas y escasas excepciones, debería estar prohibido, proscrito a instancias de todos los derecho humanistas y los coríferos de las igualdades. ¿Por qué?. ¡Pues por sus raíces y lenguaje esclavista!
¡En el futbol se abre el mercado de temporada en el que los equipos, según se puede leer en prensa, escuchar en la radio o en los informativos televisivos, compran y venden seres humanos, jugadores, los modernos y astronómica e inmoralmente bien pagados gladiadores del circo! El club tal va a vender a Fulanito para comprar a Menganito, o va a ceder a Zutanito, y es un lenguaje tan habitual y común que hasta el aficionado de taberna presume de los jugadores que ha comprado su equipo, o increpa al jugador Perenganito por su poco rendimiento a pesar de lo que ha costado comprarlo. En el futbol se traspasan las personas como si fueran locales de negocio… En el futbol se mantiene un lenguaje que denota que la esclavitud se lleva en la sangre todavía y a ninguna organización igualitarista, a ningún radical podemita, a ningún protector de los derechos de los alacranes cebolleros o de la defensa de inmigrantes, de señoras mal tratadas, de indefensos de todas las especies, se le ocurre que en el futbol pervive un lenguaje brutalmente esclavista, aunque los esclavos no sean tales sino, en la mayoría, unos seres humanos dotados de unas cualidades físicas fabulosas y unas habilidades extraordinarias para dar patadas a un balón, en el contexto de una actividad comercial desmedida. Los gladiadores del presente, ganadores de fortunas justificadas por lo limitado de eso que llaman “su carrera”, cuan si fuese un cursus honorum, ostentosos como casi ningún otro miembro de la especie humana, pocas veces ilustrados en el sentido exacto del término, son, en definitiva, objetos del comercio que se compran, venden, permutan, ceden según una terminología socialmente aceptada a pesar de que las sociedades sean tan democráticas y garantistas, a pesar de que surjan depuradores del lenguaje que exijan bajar del diccionario términos incompatibles con los dichosos Derechos Humanos.
¿Nadie se ha dado cuenta de esto?
Manuel Alba