Definir estos días resulta extremadamente complejo y mucho más difícil, imposible más bien, mantener unas líneas que limiten la independencia personal de la vida social, de la vida anormal de una sociedad anormalizada ya hasta las fronteras de lo extremo. Solo aquellos que se pueden permitir un aislamiento de verdad, que no el que se puede imponer a través de la coerción, a través de las medidas que la autoridad, que los poderes públicos, con independencia de que estos se puedan considerar legitimados o no para ello, puedan hacer cumplir apelando al bienestar y la seguridad general, y de este tipo de gente hay poca…¡Muy poca!
La dinámica de los tiempos, el desarrollo de determinadas corrientes de pensamiento que pudieron pensarse opuestas unas a otras pero que en nuestros días acabaron confluyendo y demostrando que, nacidas de un mismo origen, han vuelto a mostrarse con unos rasgos tan coincidentes, tan comunes, que dan la razón a quienes pensaron, quienes pensamos, que siempre, en realidad, fue un único pensamiento, fundado sobre la misma raíz y dirigido hacia el mismo fin, aunque ahora se prodiguen como descubrimientos novedosos pseudo ideas y denominaciones del tipo de “nuevo orden mundial”, “pensamiento común”, o “globalización”.
A pesar de las críticas de muchos pensadores y las advertencias que estos hicieran a través de sus obras, nadie quiso atender ningún aviso. Las fuerzas ideológicas que nacieron de aquella famosa etapa denominada “Ilustración” pudieron más que cualquier razonamiento que se enfrentase a los nuevos mitos, los dogmas laicos, las reglas del racionalismo y del materialismo. La Ilustración produjo además algo que todos, prácticamente todos, desde aquellos días vienen negando y que fue “la desislustración”, con el paulatino, acelerado e invasivo impulso de someter al mundo a una globalización materialista, con su recién creado concepto de civilización, pues es a partir de aquellos días cuando se empieza a utilizar el verbo civilizar, a aplicarlo bajo el entendimiento que ese pensamiento ilustrado, esos dogmas y ese nueva cultura que se implanta en Europa y en Norteamérica es no ya el ideal de civilización sino la única civilización posible: las demás formas, culturas, modos de pensar y expresarse o manera de regir las sociedades, las comunidades no eran, bajo ningún concepto, civilización, eran barbarie.
En poco más de dos siglos, por un medio u otro, siendo destacable entre todos el de la colonización con fines puramente materiales, para asegurar al “progreso” materias primas para la industria, para la producción y el consumo, el mundo está “casi civilizado”, casi porque hay conatos y residuos de resistencia que, por otra parte, no defienden su identidad o su cultura tradicional sino exclusivamente su visión del materialismo y sus intereses por dominar los mercados. Ahora los civilizadores, cuya antorcha perdió Europa con su trágico final y no ha vuelto a recuperar a pesar de los intentos unionistas, de las pretensiones fracasadas de recuperar no ya el timón, sino una buena plaza en el barco del liderazgo internacional, viven por primera vez una situación, un hecho que parece ponerlos al mismo nivel que los civilizados y por los que, según dicen, quedan por civilizar: Un conato de epidemia que nada tiene que ver con las de antaño, que comparada con otras no deja de parecer un hecho sobredimensionado pero que merced a esa proliferación de medios comunicativos y de tecnologías prodigiosas instalada en todas las partes del mundo, han instalado una dictadura de miedo en el globo cuyas consecuencias están por ver.
Ahora en las sociedades, en todas, tanto los unos, civilizadores, como los otros, los civilizados de manera voluntaria o forzada, como los terceros, esos que se resisten , ha vuelto a renacer un espíritu individualista exacerbado. En sentimiento de lo colectivo generado artificialmente como un ente con vida propia con predominio sobre las individualidades y de superior valor que estas, poseedor de un pensamiento independiente al de las personas físicas porque así se ha querido hacer creer y así se ha creído, se abren grietas cada vez más pronunciadas porque estos casi tres siglos de constante predicación de dogmas y valores hacen agua y la gente, aunque cada vez más desilustrada, empieza a darse cuenta de algo que muchas veces he escrito y nadie, como era de esperar, lo ha considerado más que una expresión de alarmismo.
Sí, siempre he dicho y he escrito que el mundo moderno, “civilizado”, “progresista”, “materialista” a la vez que predicaba la libertad como derecho y consagraba otros derechos como fundamentales, los restringía bajo la excusa del preservarlos, He manifestado hasta el cansancio que los individuos, confiados en lo colectivo bajo la forma de Estado, delegando su capacidad de decisión en unos representantes encauzados a través de sistemas formularios de teórica representación, han descuidados su cosas… ¿Qué cosas?, pues nada menos que su pensamiento, su libertad y su voluntad, todo lo que del sujeto individual depende. Y lo ha hecho pagando así el peaje de una supuesta seguridad y un ficticio bienestar. Ahora, ¿dónde está esa seguridad?, ¿qué pasa con el bienestar?.
Un autor francés que alguna vez he citado, Duhamel, señalaba en 1.929, en su “Escenas de la vida futura”, como predicción, , en plena crisis económica, el célebre “Crash”, que “America puede caer, la civilización americana no perecerá: ya es dueña del mundo”. Esa América era, obviamente los Estados Unidos de América, que ya entonces habia arrebatado la antorcha de la civilización y el progreso de Occidente a la vieja e irrecuperable Europa, enfrentada a efectos meramente especulativos y teóricos al comunismo ruso, aunque en orden a los fines no estaban alejados. Y esa America sería ya el ideal de vida, alcanzando su consagración “civilizadora” a partir del final de la II Guerra Mundial. Así, de un extremo al otro del planeta, incluyendo esos lugares donde hay resistencia aún a la homogeneización, implantaron sus costumbres, sus modos de vestir, sus alimentos y gaseosas y su concepto de Estado de Bienestar, aunque luego unos u otros lo interpretaron según sus intereses ideológicos. Las reglas del sistema son simples: producir para consumir y procurar que la cadena no se rompa, creando necesidades de productos, generando imperativamente consumo. La circulación del dinero, la generación de beneficios hace el progreso material y si todo va bien existe hasta la posibilidad de que quienes no produzcan, por las circunstancias que sean, cuenten con suficientes medios para sobrevivir e incluso para contribuir al consumo aunque sea en un mínimo grado.
Y ahora los individuos, los ciudadanos, las personas inmersas en la epidemia de miedo que recorre el mundo, empiezan a dudar, si bien es cierto que la mayoría aún permanecen hipnotizadas y sugestionadas y se quieren convencer de que viven un momento muy pasajero y pronto volverán las golondrinas… Ya hay inquietud porque el miedo al contagio de un virus en el marco de una epidemia relativa hace que se impongan desde los poderes públicos confinamientos de población, medidas restrictivas de las formas de convivencia, reglas de proceder que tienen un resultado paralizante en la santa Economía a nivel mundial: A la cadena le saltan eslabones y cada día se deteriora más su tensado. Hay gentes en el mundo global, civilizado, que han sido tocadas por la desgraciada lotería del paro, empresas que no pueden sostenerse y cierran o reducen sus plantillas, personas que nunca pudieron pensar que su parcela de bienestar se podría ver afectada y que se dan cuenta ya que sus continuas cesiones de libertad y su confianza en los Estados al estilo Occidental no ha servido para garantizar su seguridad.
Otras personas proceden como si nada pasase e incluso se someten con convencimiento a las nuevas limitaciones porque se dejan convencer de que la situación es pasajera, continúan con su despreocupación respaldadas por subsidios o ayudas que en algunos países, como España, son hasta de dudosa percepción. No se quieren dar cuenta que la crisis provocada no por un virus sino por el miedo expandido con efectos de cientos de bombas atómicas es de unas dimensiones que superan lo conocido y que en unos momentos cruciales para la humanidad en los que las luchas por gobernar el mundo y las naciones no puede preverse nada bueno. Hay países concretos y determinados cuyos dirigentes venden a la sociedad falsas expectativas y pretenden ganar la confianza de los ciudadano anunciando medidas fiscales confiscatorias y alentando la lucha entre los más favorecidos y los que menos están, que achacan la situación económica, la crisis mundial, que afecta precisamente más agudamente a estos Estados a diferencias sociales, políticas, incluso étnicas o territoriales y alientan la división por aquello de divide y vencerás, sin querer asumir que el problema se debe a ellos mismos,, gobernantes mediocres, iletrados y de ambiciones personales tan desmedidas como su desconocimiento de sus propia incapacidades.
El bienestar general, el Estado de Bienestar, no se puede ni mantener ni recuperar en el futuro mientras que la nueva normalidad subsista, y no solo en países esquizofrénicos como España sino en todo el planeta, pues es objetivamente cierto que al desplome de la economía han de unirse las crisis ideológicas y las luchas por el poder que se extienden por todas partes, el difícil equilibrio geopolítico con situaciones de conflicto desarrollándose en puntos estratégicos del mundo o a punto de estallar y en este clima no se puede hablar sino de incertidumbre. El miedo por la epidemia y el sometimiento de las poblaciones a mayores restricciones de su libertad en aras de un supuesto bien común, las promesas de regreso al paraíso o la quimera a la española, mejor dicho, al estilo del gobierno de España, de que aumentando presiones fiscales resolverán lo que la caída de la producción y el consumo provocan dejan de convencer a quien se pregunta no ya por el después, sino por el después del después.
Y si estamos viendo que incluso el imperio tiempla, que los Estados Unidos de América arden por dentro, y no por una causa concreta sino por muchas que existen en estado latente en aquella sociedad, deberíamos de pensar que otros lugares pueden sufrir serias dificultades, por ejemplo la vieja, irrecuperada e irrecuperable y dividida Europa. Y no es nuevo que la situación europea sea peligrosa, pues ya en los años setenta del siglo pasado, existiendo aún el bloque soviético con Rusia y los países de la llamada Europa Oriental, los chinos, la República Popular China, hacia una calificación de Europa no como perteneciente al Primer Mundo, señalando que ese Primer Mundo lo constituían Estados Unidos y la entonces U.R.S.S, y que Europa Occidental formaban parte de un Tercer Mundo, ocupando Japón el papel de Segundo Mundo. China quería atraerse a Europa por necesidad… Y frente a esa aspiración, en la misma época, se celebró un acontecimiento cuyo peso perdurará mucho tiempo y que hoy debe recordarse: se celebró una asamblea de Naciones en Helsinki de la que nadie se acuerda ya, o no quiere acordarse, y sobre ella hubo un comentario que hoy debería dar que pensar. Fue el pensador Raymond Aron quien escribiría “La conferencia de Helsinki es una comedia que no hubiera existido si los estados Unidos estuvieran dirigidos por un verdadero hombre de Estado y otro tanto puede decirse de los países occidentales”, Hoy son clarificadoras esas palabras que se complementan con las del escritor y Premio Novel ruso Alexandr Solzhenitsyn, que afirmó: “En Helsinki el presidente Ford trajo a Europa el reconocimiento de su esclavitud”.
Si, Europa es débil, vulnerable y está sometida, sigue sometida… Su papel “civilizador” que la Ilustración le otorgó mutó al de territorio “civilizado” cuando perdió el liderazgo de un modo irreversible. Su situación no cambió con la disolución del bloque soviético sino que se debilitó aún más porque Europa, esa quimérica Europa Unida, dejo incluso de ser fundamental desde la perspectiva estratégica y se va empobreciendo y degradando, ahora aún más, no pudiendo ser explicable que se pueda confiar a la hora de pensar en levantar las crisis agónicas de países como el nuestro.
¿Qué pasará cuando se acabe el dinero, cuando no haya más que repartir en lugares en los que desde el poder y en los tiempos que corren se fomentan la disolución, la discrepancia, la crispación y el enfrentamiento? ¡Afortunadamente he aprendido a mantenerme imperturbable”.
Manuel Alba