¡Me ha resultado muy difícil volver a escribir! Unos meses perturbadores me han tenido aislado y sin fuerza ni voluntad para nada, pero ahora empiezo a reencontrarme y vuelvo ponerme ante el teclado.
Durante este tiempo han pasado muchas cosas, o eso es lo que se dice por lo menos…Las observé a cierta distancia pero no quise opinar sobre ellas, se fueron sucediendo una tras otra y las gente las vivió en el contexto de una crisis sanitaria, bajo las directrices de una diversidad de autoridades y la obligatoria imposición de unas normas no precisamente unitarias sino divergentes, distintas, en cada región del Estado.
En este aspecto el reto del mundo tampoco ha sido lo que se dice homogéneo, la propia Unión Europea ha vuelto, por ejemplo, a mostrar su falta de compromiso…Pero al fin de cuentas las sociedades han mantenido, por regla general, y no sé si por miedo o mero conformismo, todas las directrices, muchas veces contradictorias y la mayor parte de ellas, en mi humilde opinión, fuera de lugar. ¡Todo ha estado tan sobredimensionado!, ¡Y lo sigue estando!. Las propias imágenes de la distribución de las primeras vacunas, la calificación como héroes otorgada a los primeros vacunados, el proceso mediático que este asunto de grave perturbación para la salud pública planetaria lleva aparejado desde el principio…¡No sé! Tal vez se vea con muy buenos ojos por la masa social, pero me resulta fundamentalmente una indecencia, una manipulación, un desatino más, una nueva demostración del implacable dominio que desde el terreno político se ejerce sobre la gente… Una gente que, por otro lado, no solo no es ajena a lo que ocurre sino que es refractaria.
A los diversos ataques del virus se les llaman “oleadas”, a los diversos métodos de combatirlas tangencialmente se les llama medidas preventivas, a los controles y a la puesta en marcha de medidas preventivas de dudosa eficacia implantando un supra Estado policial y restringiendo libertades fundamentales se las sublima como gran panacea. Toques de queda, limitación de movimientos, prohibiciones de salir o entrar en pueblos, ciudades, comarcas o regiones, implantación de la delación sigilosa y traidora para detectar incumplidores de esta especie de Ley Marcial, son los métodos que se han institucionalizados y que una población sugestionada colectivamente acata con escasas reacciones. Paralelamente no se dice por ninguna parte en que consiste una pandemia y en un mundo viciado de estadísticas, inmerso en lo numeral, en la cantidad se omite hacer el estudio comparativo de situaciones del pasado con el momento presente. ¿Por qué?
Seguramente se me contestará que porque eran otros tiempos y no se puede comparar, por ejemplo, la epidemia de gripe de principios del siglo XX, o las que han asolado después el planeta, con esta en la cual los avances de la ciencia, ciencia empírica, naturalmente, han sido descomunales. Tampoco se puede comparar el hecho de que una vacuna precisase hasta hace unos años un cierto tiempo de estudio y comprobación antes de someterla al ensayo humano, porque, naturalmente, nuestro progreso permite componer una, dos, tres o cincuenta vacunas, ¡las que sean!, en unos meses, con eficacias casi del cien por cien y que estas se puedan poner en circulación con seguridad plena de la inmediatividad de sus efectos. Soy menos empirista, y más irracional, si por razón se ha de entender lo que Descartes implantó en el pensamiento humano, y me planteo todo lo que acontece como un salto al vacío, a la vez que oigo opiniones del tipo “lo peor está por venir”, aunque estas sean minoritarias y censuradas de algún modo. Pero, ¿acaso en otros tiempos no se planteó el problema de epidemias que asolaron el mundo? ¿Acaso se resolvieron paralizando la vida de la sociedad?. Para mí el que sea solución, o mera política de contención y prevención, tratar de parar el mundo y poner a las poblaciones bajo regímenes de libertad restringida no supone que se haya evolucionado tanto, ni como decía aquella zarzuela, hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. Más bien me resulta lo contrario: Hay una situación obvia de peligro, existe un esfuerzo científico, no me cabe la menor duda, por estar a la altura de las circunstancias, pero no hay aún una solución, probablemente porque no se dan las circunstancias para ello, pero, por otra parte, el orgullo, la vanidad, la insolencia y los delirios y ambiciones de muchos, entre los que los llamados políticos se sitúan en posición preferente, impiden pensar, hacer y comunicar con humildad la realidad. ¡Al hombre, centro del Universo, según dicen, se le vuelve a quedar chico su papel de pretendido ser superior! Igual pasa como ha pasado alguna que otra ocasión antaño, la pandemia desaparece espontáneamente, o, como también ocurrió más de una vez, y como dicen algunos, lo malo, lo peor está por venir.
Yo no postulo nada más que normalidad, aunque hay que introducir cambios, ya aceptados, en la vida cotidiana, sin quebrar libertades, sin paralizar la vida el mundo, pero eso se ha de tomar, hoy por hoy, como una insensatez.
Sin embargo nadie considera insensato lo que se vive paralelamente al devenir de esta pandemia. Bueno, he dicho impropiamente vivir, porque la realidad cotidiana demuestra que los colectivos humanos, las sociedades, andan ajenas mayoritariamente a esos asuntos colaterales. Y estos que llamo asuntos colaterales se pueden resumir en la demostración del fracaso de modelo de sociedad y el abuso de poder creciente de quienes gobiernan las naciones, algo que antes de la aparición de la pandemia era ya más que manifiesto. Ahora se ha acrecentado esta situación y se ha demostrado que el sistema y sus ineptos dirigentes tienen unos intereses distintos a los que deberían tener los pueblos.
Cuando yo me refiero a pueblo, las pocas veces que utilizo ese término, me refiero a algo sagrado e integrador, al conjunto de todas las individualidades de la población, uno a uno y sin distinción de otro tipo que sus propias diferencias, esto es, la igualdad relativa en la natural desigualdad. Es abominable, por muchos que se haya aceptado y hasta se haya convertido en un mantra ideológico y hasta se haya consagrado en las legislaciones, entender, asumir y creer que el concepto de pueblo es solo aplicable a unos sectores de la población porque así se decidió por parte de unos pensadores de hace tres siglos. Pueblo es tanto el Monarca como el obrero, el militar, el docente, el agricultor, el banquero, el funcionario y el empresario y no se puede circunscribir a uno o varios sectores de la colectividad ese término, a pesar de que los dirigentes del sistema partitocrático así lo hagan, expresa o tácitamente. Cuando se cierra la puerta a algún individuo de la sociedad, excluyéndolo de la idea, del concepto de pueblo, se hace una discriminación antinatural e incluso ilegal, cuando los exaltados ultraizquierdistas se proclaman la voz del pueblo, entendiendo a este por los ciudadanos que les interesan y atacan a otros, a los otros, a todos o a una parte, están comportándose de manera cínica, mintiendo desvergonzadamente, porque no solo es pueblo el trabajador asalariado, sino también el general de la milicia o el acaudalado terrateniente, pese a quien le pese.
Y si señalo esto es porque entre los asuntos colaterales, y dentro de la calificación de daños de carácter y condición difícilmente reparables, se encuentra el aprovechamiento de la circunstancia para que el juego de poder en la política sea aún más indecente. España es ejemplo de ello, aunque tampoco estén ajenas al fenómeno otras naciones en las cuales también se viene descomponiendo el sistema presumido como perfecto de esa supuesta cultura Occidental, entendiendo por cultura una mera imposición de usos y costumbres derivados de intereses materialistas y económicos. Así, si la quimera de la Unión Europea se tambalea, por mucho que se disimule, no es sino porque nunca hubo espíritu de unión, lo que se llama y está tan mal visto expresar, voluntad y conciencia de Imperio, y en sus miembros ha imperado siembre “lo nacional”, ese provincianismo del que los españoles somos ejemplo contundente.
Con la pandemia como escenario, se justifica lo injustificable y se acrecienta el autoritarismo “bonapartista” en muchas naciones, se refuerza el mesianismo que ya antes había hecho aparición, se vuelve a tender al absolutismo, un absolutismo aparentemente representativo legitimado por quienes votan en naciones en las que la abstención crece, y deslegitimado por el sistema de pactos y coaliciones gubernamentales tan contradictorias como las que vemos, por ejemplo, en esta España, donde entre los territorios autónomos se dan coaliciones de lo más surrealista.
La legislación por decreto, la política de rodillo, la carencia de efectiva representatividad en el Parlamento, siendo imperativa la disciplina de voto frente a la conciencia del supuesto representante de los ciudadanos, frente y contra los intereses, si así lo ordenan los dirigentes, de la circunscripción electoral que le otorgó el escaño, es una podredumbre del sistema… El ataque a las Instituciones del Estado desde las propias Instituciones del Estado es otra podredumbre del sistema…el mar al ciudadano, aunque sea mera masa y esté sugestionado, por moneda de cambio, es otra más… La censura, la neutralización el disidente, que se practica por do quier, es otra.
Todos, eso sí, absolutamente todos, son demócratas, y defienden la democracia, según ellos, manifestando abiertamente que van contra ella, participando algunos con un descaro que sería delictivo sino se cuidaran de salvaguardarse mediante leyes que se incorporan al Ordenamiento Jurídico del Estado de Derecho, como le llaman. Todos dicen que todos son iguales ante la Ley, aunque no se lo crean ni ellos…todos aspiran, ambicionan, deliran por el poder. ¿Qué tiene el poder?,¿qué puede tener el poder en unos momentos catastróficos como estos?. Como todo en este mundo moderno, el de la civilización Occidental, todo es voluble, inestable y fugaz, todo es provisional en la democracia y tal vez por eso, y por la magia del poder, se puede mentir a diario, se puede hacer hoy lo contrario a lo que se hizo ayer, a la vez que se proclama que hay valores universales. ¡Que altivez! ¿Por qué no se ciñen a declamar esos valores solo al nivel planetario, porque el Universo no lo van a alcanzar nunca?
Debo ser el único al que seguirle hablando de izquierdas y derechas le da asco, el único que recuerda que por mucho que uno de los descalificativos de nuestros tiempos sea llamar al disconforme fascista o nazi, tanto unos como otros, esos fascistas y esos nazis, no renegaron de los “valores” de la revolución burguesa de 1.789 sino que los defendieron… Quizá fueron tan materialistas como los demás… Al fin y al cabo el siglo XX, con sus ideologías aparentemente contradictorias y sus crueles enfrentamientos parecía tener un objetivo “global”, como se dice ahora: Deshumanizar más al hombre, más aún que en el siglo anterior, y no me cabe duda que lo consiguió. Por encima de todo, bajo totalitarismos o democracias, trabajando para un Estado Colectivista o para un supuesto Estado de Bienestar ultraliberal basado en la hiperproducción y el ultraconsumo, todos sin excepción, incluso ya tardíamente, en la segunda mitad del siglo y gracias a las políticas militar o económicas invasivas, alcanzaron lo teóricamente imposible, las culturas del lejano Oriente, lograron hacer ese hombre hoy masa, conformista y entregado a lo que le echen unos sátrapas mediocres con voluntad de Monarcas absolutistas: Ese hombre que no es ni tan siquiera máquina, ni gobierna la máquinas, sino que es una herramienta, un elemento o complemento de la máquina, prescindible, sustituible por cualquier otro porque al cabo es un número, igual que cualquier otro.
¿Qué hacer? Pues esperar a que por un lado u otro, por la pandemia o por el choque de las contradicciones del sistema, todo salte por los aires…¡Y después empezar de nuevo!
Manuel Alba
28 de diciembre de 2020