Los políticos han desmantelado a conciencia lo que llamamos sociedad civil. No es ya que los agentes sociales hayan sido capturados incorporándolos a los presupuestos, es que toda organización susceptible de tener alguna influencia ha sido sistemáticamente desactivada vía subvención. El Estado, de la mano de los partidos, se ha infiltrado en la sociedad de forma tan profunda que la existencia no se ha politizado, se ha estatalizado. Todo lo que hay es el Estado en su forma más letal, la partidista. Y el partidismo jamás actúa en contra de sus propios intereses.
Pero hay otra dolencia más preocupante y es el descreimiento de la gente. Muchos españoles, me atrevería a decir que la gran mayoría, están de acuerdo en que este Gobierno no augura nada bueno, pero, al mismo tiempo, sienten una profunda desconfianza hacia las alternativas. Durante demasiado tiempo, por la vía de los hechos, las actitudes y el cálculo político, unos y otros le han estado dando patadas al interés general y también a la Constitución, aunque de forma más disimulada. Era solo cuestión de tiempo que llegara un energúmeno que acabara el trabajo.
Entender el Gobierno de España como un botín, en vez de como el privilegio de servir a los españoles, es lo que lo ha podrido todo. Hoy en los partidos casi nadie da puntada sin hilo, opinión sin contrapartida, halago sin recompensa, valores sin sobresueldo (Y no hay que salir de nuestra zona para verificarlo). Todo se compra y se vende. La ideología, aunque siempre presente, es una impostura. Para saber lo que realmente ocurre, basta seguir el rastro del dinero.
Quien sí tiene algo parecido a la ideología es la izquierda radical. Pero no es marxismo ni postmarxismo. Es el caos. De ahí que promueva innumerables modelos de familia, porque si todo es familia, nada lo es. Lo mismo ocurre con el invento del género. Si hay tantos géneros como percepciones, y si además son de quita y pon, el sexo deja de existir y el hombre y la mujer también. Y si a la violencia se le añade el plural, no hay violencia sino violencias. Violencias interpretables, perseguibles o justificables a conveniencia. El caos tiene una ventaja insuperable: allí donde acaba imperando, tarde o temprano emerge un poder irresistible. A ese poder aspira la izquierda radical.
A su lado, los demás son unos aficionados. Tipos para los que no existe Constitución, ni ley, ni democracia. Sólo el juego del poder. Personajes que, como Sánchez, se creen por encima del bien y del mal, que han venido a este mundo para gobernar a los demás y vivir a cuerpo de rey.
Por eso, si de verdad se quiere cambiar esta deriva, si se quiere servir y no servirse, si se quiere, en definitiva, preservar la Constitución y recuperar la normalidad, la respuesta no puede limitarse al acostumbrado «vótame a mí». Eso ya no vale. Hace falta mucho más.
Patricio González
Ex alcalde de Algeciras por el PA
Felicidad Incompleta
No ha sido este uno de los mejores años de mi vida, porque se han producido problemas de salud importantes, y también han surgido otras dificultades que se unían a las consecuencias de la pandemia (ahora le dicen poscovid), y el ambiente general de la crisis, la inflación y esa guerra que han montado unos pocos en la que están sufriendo muchos, y que nos afecta. Y también ha sido uno de mis mejores años porque, en lo personal, los obstáculos se han ido resolviendo favorablemente y ya sabemos que de esas dificultades se sale más fuerte y más interesado en lo importante que en lo urgente. Además, he sentido casi físicamente el apoyo de muchas personas y he descubierto que la gente de bien abunda, pero que en esta sociedad vamos con orejeras y a menudo no valoramos esas conexiones. Créanme quienes no hayan experimentado esta experiencia; nada hay más importante que eso, pero andamos despistados buscando oropeles y algodones de azúcar que generalmente poco nos aportan como seres humanos.
La vida son las personas que queremos y nos quieren, pero también toda esa gente que sufre por culpa de un sistema deshumanizado que solo vive de una abstracción: el dinero (y la falta de él). Antes de que nadie me felicite, me felicito yo por encontrarme en medio de un torbellino de afectos, y por ello tengo que dar gracias a la vida. Nada mejor que hacerlo por Navidad, que es cuando el solsticio hace que cada día haya más luz que el anterior. También es cierto que a mucha gente se le ha ido la cabeza detrás de lo urgente olvidándose de lo importante. Tal vez no sean malas personas, pero han sido arrastrados por el brillo fugaz de un fogonazo del que luego nada queda. Muchos de los que les va muy bien y no sienten inquietud alguna, es que viven en su torre de marfil y no les importa nada ajeno. Es legítimo buscar el equilibrio personal, la serenidad y la tranquilidad, que a menudo se ve alterada por causas externas, pero si nos quedamos en eso podemos sin saberlo estar cultivando el egoísmo, porque no somos nada sin el otro.
Seguramente están a punto de alcanzar la felicidad quienes no se estremezcan por la muerte injusta y terrible de las personas que se ahogan en la infernal ruta que desde la miseria pasa por las aguas malditas del Estrecho, y por las brillantes y festivas costas canarias, por las mujeres asesinadas sin explicación posible en Ciudad Juárez, en Guatemala, en Irán o en Afganistán, por los hambrientos de Somalia, por los alumnos y alumnas asesinados en Pakistán, por los normalistas masacrados en Ayotzinapa (México), por las familias que son echadas del techo que las cobija, por quienes, aun trabajando, tienen que acudir a Cáritas porque no les llega para comer ese salario que es hijo del mismo sueño abstracto ya nombrado, por las personas a las que la soledad ha cercado, por la gente que sufre dolor físico, por quienes las cuidan, por las decenas de miles de niños y niñas que, según Unicef, sobreviven bajo el umbral de la pobreza. Deseamos la felicidad justa, pero para quienes tienen conciencia, esa felicidad nunca es completa, porque hay demasiado dolor, demasiada desigualdad.
Patricio González