Es Mayo… y me siento feliz. Ya sé que soy un tipo raro donde los haya, y que a veces me apetece decir tantas cosas, sobre lo que observo, que las ideas se me enredan como los hilos de un ovillo, cuando se nos cae, y no logro compartir esas ideas con nadie.
Es Mayo… y mirar en mi jardín, y emocionarme, al ver cómo crece una flor, que es un hecho revolucionario, no vale para nada en este mundo de conocimiento estanco que sólo busca la manera de hacernos hábiles para producir, en este mercado que ha pasado a ser nuestro dios.
Es Mayo… pero nadie lee poesía, las enseñanzas filosóficas están olvidadas, las sonrisas no fluyen, los besos están desapareciendo y las mariposas y las abejas están en peligro de extinción…, pero nadie se pregunta cómo en este universo de occidente, en este mundo del provecho, con la especialización como meta, la gente podrá vivir sin el placer de la sonrisa, del contacto con nuestros semejantes, de la observación, del saber y de la reflexión sobre lo que estamos haciendo y hacia donde vamos…
He leído, varias veces, un bonito libro, para gente rara, titulado “La utilidad de lo inútil” que nos invita a posar nuestra mirada y nuestra mente en esas cosas, relevantes de verdad, en esas cosas olvidadas por esta infeliz sociedad, interesada solamente en lo crematístico, para la que no tiene ningún valor nada de lo que se aparte de esa dirección.
El libro en cuestión, es casi un manifiesto, una llamada desesperada a proteger los estudios y las enseñanzas de “humanidades”, a incitar a la observación, a valorar esas cosas “inútiles” que nos han llevado hasta aquí, pero que ahora están proscritas, porque somos esclavos del Mercado.
Es mayo, amigos, y todos los días pongo en mi jardín, migas de pan y agua para los pajaritos, que ya se han acostumbrado a ese sustento y vienen a la hora establecida… ¿y para qué sirve todo eso? ¿qué utilidad tiene? -preguntarán algunos-… pues eso.
Yo, como satisfacción personal, como cosa inútil -dirán-, miro en mi jardín, todos los días, cómo crecen las flores… y me entristece sobremanera que la poesía, la lectura de los filósofos clásicos, la observación, las sonrisas y los besos, que, como las mariposas y las abejas, estén en peligro de extinción.
Antonio Poyatos Galián
Elegir libremente,
a la hora de votar, es todo un desafío del que tendemos a escapar, ya que es todo un acto de fe, una apuesta por unas ideas o por unas personas y por eso tenemos tendencia a repetir una y otra vez las mismas decisiones de otros momentos.
Tenemos, es obvio, derecho a equivocarnos, pero pienso que también tenemos el deber de no errar conscientemente y no tenemos derecho a repetir una y otra vez los mismos gestos con la inconsciente excusa de evitar tomar decisiones.
Ya sabemos que el ser humano es un animal de rutinas, al que no le gustan los cambios -so peno que sea Géminis-, Pero, una y otra vez, a la hora de elegir, repetimos la receta de siempre, la mayoría de las veces para desengañarnos a los pocos meses de haber elegido.
En política, amigos, votamos cómodamente, es decir, sin afán de ir más allá de lo que siempre pensamos, y con un ridículo sentido de la tradición en un mundo que se mueve a velocidad de vértigo, pero permitimos que, los mismos y sus adláteres, se sienten en los sillones públicos durante décadas.
La democracia se está convirtiendo, por ello, en una especie de “diálogo de besugos” donde, desde una tribuna unos dicen lo que les aconsejan los falsos expertos y desde el patio de butacas se elije al que cae más simpático, aún cuando nos hubiéramos jurado que no volvería a sucedernos lo mismo.
Debemos intentarlo amigos, con la tranquilidad de sabernos con derecho a equivocarnos… basta ya de seguir oyendo las mismas tonterías, las mismas promesas que todos sabemos que son incumplibles, las mismas barbaridades en nombre de la defensa de unos intereses públicos que son falsos y que solo9 buscan sus intereses personales.
Debemos intentarlo meditando y objetivizando nuestro voto y debemos votar porque si no votamos, castigamos a todos, pero si votamos podemos castigar solamente al partido que sea objeto de nuestra irritación. Somos mayoría, queridos lectores, y debemos conseguir imponer un criterio de sentido común… y podemos hacerlo.
Antonio Poyatos Galián.