Al proceso de recordar le precede el proceso de seleccionar. Atesoramos en nuestra memoria miles de olores, miles de imágenes, o palabras o sensaciones quizás sentidas en la infancia o , incluso, hace dos meses y, sin embargo, olvidamos qué es lo que cenamos este pasado lunes o la palabra precisa que tanto hemos utilizado y ahora no nos viene a la cabeza.
La memoria de los seres humanos es una memoria selectiva, es como la mirada que también lo es.
Miren ustedes hay
quien ve una barcaza cargada de personas que
huyen de una guerra o del hambre, o la tortura o la miseria. Y ante esa
misma imagen, otros ven el peligro inminente de cientos de personas que van a
“ocupar sus casas o sus trabajos” o nos van a robar por las calles. Esa es la
mirada selectiva.
Los
horrores del holocausto marcaron a una generación filosófica. La pregunta
insistente era cómo la humanidad había podido tolerar la pérdida del
sentido moral.
La respuesta podría estar el concepto de colonización del mundo de la vida. El lenguaje, medio que regula las relaciones, había sido sustituido por el dinero y por el poder. Las consecuencias de ello eran la absoluta desorganización en la esfera social y la psicopatología en la vida personal.
Y esta es la sociedad actual que tenemos en la que el dinero y el poder son los medios que regulan las relaciones, incluso las más íntimas, y las convierte en un mercadeo donde no se cotiza para nada la lealtad a las causas justas , o la empatía, o el bien común, o el respeto al que no piensa como nosotros.
Este sábado que ha pasado, hemos asistido o visto por los medios de comunicación cientos de plenos municipales de toda España donde escucharon solemnes llamamientos al diálogo.
Desgraciadamente hace años que sabemos que no son más que brindis al sol y que forman parte de de la tramoya.
Patricio González