El hombre gesticulaba y hablaba suavemente con él mismo. Me fijé en él durante un buen ratillo y en una ocasión, “cazó” mi mirada. El me miró con gravedad y cara de pocos amigos y, simplemente, me dijo “que no estoy loco ¿eh?”
Me acerqué hasta él, para pedirle disculpas y decirle que, simplemente, llamaba mi atención su bajito soliloquio y era evidente que “hablaba” con alguien, aun cuando observé que no llevaba auriculares ni teléfono.
Pues si tan interesado está, -me dijo-, se lo voy a explicar brevemente. Entonces me mostró un recorte de periódico en el que se podía leer que, según una estadística a nivel nacional, más de 4 millones de personas viven en soledad porque no les queda más remedio y otros más de 3 millones se sienten solos aun estando acompañados.
Pero no pone -me seguía diciendo-, que otros muchos millones vivimos en una soledad voluntariamente deseada. Y tampoco habla la estadística -continuaba-, de la tristeza sobrevenida sin motivo aparente, en muchos casos.
Además, -continuaba sin que yo pudiera decir nada-, las estadísticas solo se fijan en personas mayores, pero se olvidan absolutamente del aislamiento que se está produciendo entre los más jóvenes, que están encerrados en ellos mismos, dentro de su mundo virtual. Eso también es soledad.
Hablo conmigo mismo, -insistía-, porque puedo preguntarme qué soy, hacia donde voy, qué quiero hacer, que va a ser de esta sociedad desnaturalizada y asilvestrada, una vez que el peso de las relaciones familiares es humo. Y como todo esto no lo puedo hablar con la gente, lo hablo conmigo mismo.
Cuando pude hablar, le dije que, efectivamente, llevaba mucha razón en sus apreciaciones, según mi criterio, porque parece que viviéramos en una “era de vacío interior” por donde campan, sin rienda, la soledad en sus múltiples formas y, sobre todo, la tristeza como una de las graves enfermedades del alma, que produce una gran pérdida de la autoestima en esas personas que la sufren y a la que nadie presta atención.
Esta sociedad individualista, ha trastocado los valores éticos y morales, ofreciéndonos, únicamente, bonitos envoltorios sin nada en su interior, sobre todo a través de las redes, sin que seamos conscientes de la maldad del sistema para adormecer nuestras neuronas.
Deberían alzar su voz los sociólogos, psicólogos, filósofos, docentes, médicos, etc., para dar conocimiento de la magnitud de este drama que nos está explotando entre las manos, haber si poco a poco vamos cambiando de actitudes para intentar paliar esos dramas de la soledad y la tristeza.
Aunque, supongo, esto es como predicar en el desierto.
Antonio Poyatos Galián
Excusas
Ahora que, pasados los nubarrones que me tenían acongojado, estoy viviendo un tiempo -esperemos que duradero- de paz y tranquilidad, vuelvo a poner los ojos del alma sobre mi vida, cuando, tantos años cumplidos, me elevan a una atalaya sobre la que me siento estable y, razonablemente, seguro.
Admito que, no hace tanto tiempo, yo era un realista nato que se tomaba la vida con demasiadas preocupaciones y confiaba realizarme, solamente, en términos de victoria o fracaso, confiando gran parte de mis posibilidades a la suerte y a multitud de excusas que impedían ver mi realidad.
Pensaba que la felicidad no era un pequeño instante que apenas podía percibirse -tan sutil es ella-, sin darme cuenta de que acontecía, así que, nunca era consciente de que estaba sucediendo, con lo que dejé de saborear los momentos verdaderamente felices que me sucedieron, y que siempre esperé topármelos de frente, como algo mucho más tangible de lo que en realidad son.
Después, me di cuenta de que. para tener una vida algo más feliz, hay que soltar lastres del pasado, observar con ojos de cuervo colérico esos instantes apenas perceptibles que son la felicidad misma, y evocar que existe el amor en sus miles de formas, y existe el vino, y existe el deseo… y la amistad…, y la familia…, y que no hay herida que el tiempo no cure, aunque permanezca la cicatriz.
He asumido que,” todo tiene su tiempo, y hay un tiempo para todo”, que dijo El Eclesiastés, por lo que mi ritmo ante las preocupaciones ha bajado radicalmente e intento saborear esos sutiles instantes que decía, y que durante tantos años me pasaron desapercibidos.
Ahora, desde esa atalaya que digo, intento ser feliz e intento hacer felices a los que me rodean, aunque, quizá, rara vez lo consiga… pero ahora sonrío con más asiduidad, sin olvidar la frase lapidaria que dijo Groucho Marx, algo parecido a “reírse de todo es de tontos, pero no reírse de nada es de estúpidos”. Pues eso.
Antonio Poyatos Galián.