Pocas veces ha tenido el Ayuntamiento de
Marbella un acierto tan grande como el de nombrar Hijo adoptivo de la ciudad al
príncipe Alfonso de Hohenlohe.
El principal título que me faculta para
escribir sobre Alfonso de Hohenlohe es la vieja y entrañable amistad existente
entre su familia y la mía desde hace más de medio siglo, y, muy en especial, la
estrecha relación de amistad y colaboración que siempre hubo entre el propio
Alfonso y mi tío, Monseñor Rodrigo Bocanegra.
Esta circunstancia me ha permitido ser testigo
directo del interés y la preocupación que siempre ha sentido el príncipe
Alfonso por todo lo que concierne a Marbella. El príncipe Alfonso siempre ha
estado en la vanguardia de la defensa de los intereses de Marbella, de su
progreso y evolución en todos los órdenes y de su promoción permanente. A ello
dedicó su tiempo, su trabajo, su dinero y casi toda su vida. Y lo hizo sin
pedir nada a cambio. Con enorme generosidad y altura de miras.
Todos los honores que Marbella le dé a Alfonso
de Hohenlohe son pocos comparado con lo que él le ha dado a Marbella.
La Marbella internacional y cosmopolita de hoy
no se entendería sin la previa y valiosa labor de Alfonso de Hohenlohe. El fue
el principal artífice de la Marbella mundialmente famosa a la que venían,
invitados por él, aristócratas extranjeros, actores y actrices de Hollywood,
miembros de las familias reales europeas y personalidades de las finanzas, de
la política y de las artes de medio mundo.
El fue el que hizo de Marbella el principal
bastión del turismo de calidad, del buen gusto y de la elegancia sencilla y
distinguida.
Su Marbella Club aparecía en todas las revistas
del mundo como uno de los centros de la vida social internacional con más clase
y abolengo.
Y ahí estaba siempre el príncipe Alfonso
ocupándose hasta de los detalles más nimios, atendiendo con extrema sencillez a
sus clientes e invitados y promocionando Marbella al máximo nivel.
Pero, con ser importante lo que ha hecho el
príncipe Alfonso por Marbella, tan importante o más es lo que no ha hecho.
Alfonso de Hohenlohe pudo haber construido en
los años sesenta y setenta en el Marbella Club lo que hubiera querido. Sin
embargo, por encima de la obtención segura de pingües beneficios, imperó en el
príncipe su sentido de la estética y del buen gusto, su amor por la jardinería
y las construcciones de mínima altura integradas armoniosamente en el entorno
vegetal por él creado, y su máximo respeto y sensibilidad hacia el medio
ambiente, las zonas verdes y la ecología.
Y con su ejemplo, consiguió crear escuela.
Porque a partir del Marbella Club se impusieron estos conceptos en la mayoría
de las urbanizaciones y proyectos inmobiliarios que le siguieron y que tan
buena fama han dado a nuestra ciudad.
Afortunadamente, la Marbella de hoy, ¡ay!,
continúa siendo uno de los centros turísticos más atractivos del mundo. Pero
nunca podremos olvidar que los inicios de la Marbella turística de alto nivel y
su acertado desarrollo posterior se debieron al buen hacer, a la visión de
futuro, a la generosidad y al trabajo sin cuento de un hombre excepcional con
el que Marbella tiene una deuda de gratitud eterna: el príncipe Alfonso de
Hohenlohe.