Debo cumplir mi obligación conmigo mismo, aun asumiendo el riesgo que pueda entrañar, pues lo entraña por mucho que las apariencias del presente puedan dar una imagen distorsionada de lo oculto. ¡Todo el Universo se viene a presentar por medio de dos componente: lo manifestado y percibible por los sentidos, y lo no manifestado, lo oculto, pero que puede manifestarse o no. En gran medida la manifestación de lo no percibible en un aquí y un ahora tiende a ser manifiesto, visible, tangible, percibible como resultado lógico de lo previamente percibido, sabido, expuesto al conocimiento.
Y en estos parámetros se mueven las consecuencias inmediatas o mediatas de los hechos, las circunstancias, los acontecimientos de ahora, por los motivos que fueren, y que no son del caso referir, tengo una tendencia innata a analizar las consecuencias más allá de los actos, a hacerlo de un modo natural sin tener que premeditar excesivamente y auxiliado de un recurso que en muchas ocasiones me gustaría no poseer: la memoria
La memoria puede volverse mal asunto cuando aporta a la mente datos y hechos provenientes del espacio y del tiempo, del espacio en el que se sitúa uno o de espacios ajenos, y del tiempo no atado al presente, cuando inyecta en el análisis elementos que podemos calificar de históricos, momentos y situaciones de un ayer que una vez fue un presente, de tal modo que su contraste condiciona las conclusiones, la síntesis de un proceso mental analógico.
Y en la relación sintética de las causas y sus efectos hay que contar entre estos los que no están aún puestos de manifiesto, no son, como ya he indicado, visibles, percibibles, pero que lejos de mantenerse en lo no manifestable están a la vuelta de la esquina por deducción racional, objetiva, de los aconteceres diarios de nuestro hoy y la aplicación de los principios universales de la analogía.
Se dice, se mantiene y se adoctrina, con insistencia, desde los revisionismos artificiosos y fraudulentos que se hacen de la historia y del pensamiento que los acontecimientos históricos nunca se vuelven a repetir. Con este dogma se trata de sugestionar a las sociedades y no es que sea falso “per se”, sino que es falso en la medida de constituir una verdad a medias y muy relativa: Es cierto que la invasión de Abisinia por los italianos no se va a repetir, porque ya ocurrió, en unas circunstancias cuyos elementos temporales, materiales y hasta humanos ya fueron, quedaron en el ayer, pero también es cierto que unas circunstancias, un entorno, un equilibrio de fuerzas y un elemento humano que pudiera semejarse al que dio como resultado aquel hecho volvería a producir un efecto similar. ¡Es pura analogía, teniendo en cuenta que el tiempo, al fin y al cabo, no es otra cosa que un concepto humano, imprescindible para situarnos, orientarnos, pero en sí, objetivamente no es nada!. De hecho no existe para la propia Naturaleza y el resto de sus criaturas el paso del tiempo, no hay datación propia en el elemento agua, en las piedras o en el resto de los animales.
Ahora se pretende hacer creer, sobre todo desde los planos trazados desde los supuestos ideales racionalistas y materialistas, que nada puede volver a darse como antaño, y se apela a la pretendida acción del progreso y la evolución de la Humanidad. Cabe preguntarse si la Humanidad ha progresado, desde el mero aspecto humano, no desde la perspectiva material, si el ser humano es distinto ahora, per se, al de hace cien, doscientos o mil años, incluso si no será que desde un momento determinado incluso no se ha producido una merma en él precisamente a causa de ese progreso material que puede haberle ido mutilando capacidades intelectivas.
Sea como fuere, los que hace un siglo o menos planteaban como lo hago hoy estas posibilidades fueron descartados, apartados, porque ya entonces la sugestión colectiva impuso que no podrían pasar aconteceres como los de antes: así no era pensable para la mayoría de la gente que pudieran volverse a producir acontecimientos como los del siglo anterior, ni que se corriera el riesgo de que surgiesen personajes como los de otras épocas. Se pretendía que, además, el fenómeno de la industrialización, el mecanicismo y los llamados al Estado del Bienestar, eran frenos para tentativas belicistas, y que, además, la carrera armamentista tenía un elemento sumamente positivo y disuasorio, ante el temor de la destrucción que podría producir una guerra con unas armas hasta entonces desconocidas y en la que ya no se enfrentarían ejércitos contra ejércitos sino que se requeriría movilizaciones de grandes masas de seres humanos y los objetivos bélicos dejarían de ser exclusivamente instalaciones militares o estratégicas para alcanzar todo el área territorial y toda la población del presunto enemigo.
De todos es conocido que el principio de analogía mostró su vigencia plena y que efectivamente se produjeron nuevas guerras, solo que, también en consonancia a la primera parte, la falsa verdad que antes referí, no fueron, repeticiones de las antes vividas, aunque las circunstancias que las envolvieron fueran semejantes. ¡No fueron repeticiones históricas porque el progreso, exclusivamente material, de la humanidad llevó a unos límites antes desconocidos la acción bélica, a una destrucción sin precedentes, a una desolación inimaginable. Y en esas guerras, por supuesto, hay que incluir la que se vivió en España, la de nunca acabar, la que hoy se venera, se resucita y se falsea por muchos y muy peligrosos elementos, una guerra que, por otro lado, no ha sido la única guerra civil ideológica de España, pues en el siglo anterior hubo por lo menos cuatro a las que conviene, por razones políticas, ignorar y en las que se perfilaron los grandes males del presente de la Patria.
Así la llamada Guerra de la Independencia de España contra la invasión napoleónica tuvo carácter de guerra civil, con los pertinentes ajustes de cuenta fratricidas, una guerra en la que españoles partidarios de lo que suponían la modernización del país de la mano francesa se enfrentaron con españoles partidarios del absolutismo y el recalcitrante catolicismo inquisitorial. En 1822 se declaró un abierto conflicto, guerra civil, entre los liberales y el absolutismo de Fernando VII, con las correspondiente venganzas. En 1833 y hasta 1.840 la Primera Guerra Carlista. Desde 1.846 a 1.849, la Segunda y desde 1.872 a 1.876 la Tercera. Las tres Guerras carlistas se han desvanecido de la Historia, no tienen “Memoria Histórica” sencillamente no porque no fuesen sangrientas y fratricidas sino porque su origen y los lugares donde se forjaron no convienen ser recordados: Esas Guerras son la causa de los problemas territoriales vascos y catalanes de nuestros días, esas guerras fueron promovidas por los partidarios del más radical absolutismo y el más recalcitrante catolicismo, alineados con el hermano de Fernando VII, Carlos Isidro de Borbón para implantar un régimen duro y lo que hoy se denominaría “anti progresista” frente a lo que estimaban una verdadera monstruosidad y que consistió el abrir la puerta a las mujeres para que pudiesen reinar en España con la abolición de la ley Sálica. Catalanes y vascos querían, porque les convenía, una reimplantación del Antiguo Régimen y recuperar privilegios de casta que el Liberalismo abortó, lo mismo que hoy defienden en esos territorios, aunque quieran camuflarse de izquierdistas o republicanos y que al no lograr vencer en esas contiendas civiles que provocaron transformaron en separatismos. Y en esas corrientes la Iglesia participa, no lo olvidemos, y no se deje de saber que lo hace como lo hizo en el siglo XIX, no se quiera ignorar que las posiciones de la jerarquía o el clero en Vascongadas y Cataluña son las que antaño defendió.
Ahora las circunstancias mandan, el análisis a escala internacional y a escala nacional fluye de tal modo que la analogía debe replantearse a la hora de mirar al futuro. Las circunstancias de tensión social, el conflicto de intereses, nos muestran que se dan semejanzas más que manifiestas, incluido la aparición de líderes pseudomesiánicos alentando a las masas, nuevos revolucionarios con ambiciones imperiales, nuevos salvadores del mundo. También nos encontramos con focos bélicos en los que, como antaño, se miden las fuerzas y posibilidades de unos y otros, imperios nacientes pretendiendo acabar con otros que muestran desgaste y decadencia, Se viven enfrentamientos revestidos de justificaciones religiosas o culturales que se llaman ahora.
Y no he de dejar de señalar, volviendo al principio, que los efectos tendentes a manifestarse de las causas del presente, analógicamente serán los mismos, pero con toda certeza no han de ser iguales sino peores, porque el ser humano es el de siempre, menos evolucionado si cabe por las atrofias intelectivas que la tecnología le ha impuesto, y los falsos progresos del mundo, es decir los exclusivamente alcanzados en materias mecanicistas, tanto en tecnología armamentística como en materia de control de poblaciones y comunicaciones, han de llevar a modos de destrucción más eficientes, y no solo en el orden físico sino en el terreno psicológico.
Los días avanzan y las inquietudes crecen. Se toman decisiones que de no ser por ese progreso tecnológico se habrían frustrado, como el confinamiento de poblaciones enteras, o la propagación de una epidemia de miedo suficientemente paralizador como para que los individuos se autolimiten, se coarten ellos mismos sus libertades… ¡aunque todo tiene su límite, también como ocurrió en el ayer que hoy se niega!. Y no ha de descartarse que en el agudizamiento de los hechos que constituyen hoy causas del futuro vuelvan las persecuciones a los disconformes, a los disidentes, a los que predican la reacción frente a los hechos que se consuman. No descarto ser perseguido, porque de algún modo ya lo estoy siendo, pero lo que ya preveo, por pura analogía, es que se acercan tiempos de guerra por doquier y de hecho ya se han vivido y se dan en nuestra España enfrentamientos con forma de motines y de levantamientos en determinadas partes del territorio nacional que vuelven a ser conatos de afanes absolutistas y tramontanos como aquellas Guerras Carlistas, situados en los lugares de gestación de las mismas, entre otras muchas señales que deberían de observarse con mucha más atención.
Y apelar a argumentos del cariz de que la situación internacional, los equilibrios de fuerzas y demás ingenuidades que algunos, muchos, demasiados, mantienen no deja de ser una quimera. ¿Acaso del mero seguimiento de las noticias cotidianas no se desprende que nada en el mundo permite pensar en equilibrios, en dinámicas o estrategias que no sean la de “sálvese el que pueda”?
Manuel Alba