Coincidí, mientras esperaba turno en la Agencia de Viajes, para aquello del IMSERSO, con un viejo conocido que, tras saludarnos efusivamente, me indicó que me fijara en la gente que pasaba por la calle, junto a nosotros.
La mayoría de las personas, presentaban una imagen oronda, fruto de la forma opulente en la que vivimos. Tanto mayores como jóvenes evidenciaban un sobrepeso en el mejor de los casos y ostensible obesidad en otros muchos.
Vivimos -me decía-, en una sociedad aparentemente opulenta, donde todavía se come todo lo que haya en el plato, de ahí que nuestra cintura siga aumentando centímetros cada día.
Porque aquí, -le decía yo-, se hace vida social, solamente a través de una mesa, da lo mismo que sea al mediodía, que a la noche, y además nos vamos a la cama al poco tiempo de tan opíparas ingestas.
Nuestro estómago, es obvio, soporta largos períodos sin entrada de alimentos y luego, en apenas 6 o 7 horas le entran 2 cañonazos de mezcolanzas de productos semi masticados, -esa es otra-, que es difícil digerir por más que nuestra máquina esté en perfecto estado.
Los motivos para organizar, en este país al menos, una comida o una cena con la familia o los amigos son variados, y para nada ha de ser especial la ocasión. Basta que alguien lo proponga para que la aceptación de la idea sea unánime y celebrada con jolgorio. Los problemas siguen estando ahí y ya se solucionarán por si solos, o se dejan aparcados ese día.
Tengo un amigo “guiri” que vive en España desde hace más de 20 años, y aún no se ha acostumbrado a nuestra forma de comer, ni a nuestro horario para tal menester.
Dice él, con cierto criterio, -alma cándida- que la comida, además de un placer, ha de ser lo que es: la gasolina que alimenta nuestro motor y a ninguno de nosotros se nos ocurre “cargar” nuestro vehículo con mezclas de productos no adecuados a las características técnicas de ese motor.
Vivimos en una sociedad increíblemente opulenta, no hay duda, a pesar de las dos o tres o cuatro velocidades con las que cada capa de población se va apañando, pero que siguen confiando en que todo se arreglará como por arte de birlibirloque.
Antonio Poyatos Galián.