¡Cuántas cosas guarda uno en la memoria, prisioneras de silencios obligados!. A veces, mirando por algún rincón del desbarajuste de esta especie de baratillo que es mi casa, mi mirada se fija en algún objeto y desde su contemplación me transporto sin querer a un ayer, uno que no es cualquiera sino aquel que se corresponde con lo contemplado A veces me dan miedo, otras veces siento ternura, ¡jamás añoranza!, ¡eso nunca!, porque si soy algo, si soy alguien o no soy nada soy el que hoy soy, no el del ayer que se corresponde al cuadro, el libro, la fotografía, la escultura o la vieja escribanía que se posa en mi mesa de escribir de pie, porque por raro que pueda parecer, cuando escribo en casa notas manuscritas en mis ya de sobra conocidos cuadernitos de tapas de tela negra, lo hago al modo de Pessoa. El usaba una especie de cómoda cuando escribía a mano No era el único, han sido muchos los que no se sentaban a escribir; Hemingway, John Dos Passos o Winston Churchill también acostumbraban a escribir de pie, igual que otros lo hacían acostados, tumbados, como Valle- Inclán, Truman Capote, Marcel Proust o Vicente Aleixandre
Pero yo suelo referir que lo hago como Pessoa, mera cuestión de preferencias, aunque, al igual que él, mecanografío sentado. Bueno no sé exactamente si hay un término apropiado y específico, que no sea en inglés, que se aplique a la acción de pulsar los caracteres en el teclado de un ordenador. Antes mecanografiaba en una vieja Royal que, casualmente, es exactamente igual que la que usaba mi admirado genio portugués, ese que a pesar de escribir de pie sus manuscritos aparece en las fotografías etéreo, como flotante, caminando por Lisboa sin pisar el suelo.
Mi máquina no es ya mía: la regalé, sabedor que cuando yo me vaya muchos de los objetos que miro, contemplo y me transportan al pasado serán carne de chatarrero, pasto de mercadillo, o arderán en el insolente fuego de una hoguera laica, vulgar e intrascendente, sin valor ni tan siquiera de ser inquisitiva. Si la regale Guillermo, a mi amigo del alma, porque tiene una vida intensa a pesar de funcionar de maravillas, aunque ahora caigo que se la llevé sin más, sin contarle nada su historia.
¡Curiosa la Royal, hoy de Guillermo! Las teclas portan bajo su cristalito redondo los caracteres escritos en ella misma y recortados en círculos de cartulina porque los originales se fueron desgastando. ¡Que sepas, Guillermo, que esa máquina sirvió a su primer dueño para escribir miles de páginas, entre ellas los esquemas, las notas y borradores, si no el texto completo de la propuesta de Ley de Reforma Agraria que le llevó a dimitir como Ministro de Agricultura en abril de 1935, tu Royal fue de D. Manuel Giménez Fernández, quien se la regaló a D. Francisco de Pelsmaeker e Ivañez, el gran hueso de la Facultad de Derecho de Sevilla, y de él paso a mí, regalada por su hijo!
¿Por dónde iba?… Ah, ¡las cosas que a uno le rodean!. Me fijo en una foto que anda por aquí en medio, y aunque no está tomada allí, me lleva a París, al Bulevar Raspail, al estudio de aquel joven que aparece en una foto famosa de Robert Capa, la foto de la sombrilla : Paul Picasso cubre con una sombrilla a Françoise Gilot, detrás de ellos aparece un joven, quizá le hubiese gustado ser su padre porque se parecía a él en el carácter y en el genio artístico más que nadie de los suyos, su sobrino, el hijo menor de su hermana Lola. Si en la foto que contemplo aparece Javier Vilató, el muchacho que empezó a pintar con unos pinceles y una caja de pinturas prestadas por su tío y animado por su abuela, y mis recuerdos me llevan a su estudio, próximo al número 242 del mismo Bulevar, donde tuvo bastantes años su tío el estudio. Me quedan los recuerdos de alguna que otra tarde allí y un pequeño detalle dedicado con toda simpatía: A Manuel, el primero o el último Santo del año, (se puede entender ahora, tal vez, porque razón me da miedo de vez en cuando mirar entre mis cosas).
Esta noche me ha dado por mirar, quiero reprimir las ganas justificándome a mí mismo con el argumento barato y chapucero de que todo lo que hay entre estas cuatro paredes me lo sé de memoria Sin querer fijo la mirada en un muñeco tosco, es un pequeño niño con el cuerpo de trapo, cara de porcelana basta, unas hebras de lana por cabello y una gorrilla ¡No diré nada, no contaré su historia, hoy no, por lo menos!
¡Algo gracioso y divertido recuerdo mirando ahora un cuadro!. Me lo regaló mi amigo Yuri, que no se por donde andará ni que habrá sido de él, hace casi treinta años. Es una obra de su padre, Jose Antonio Sistiaga, tenido como el más señero artista de la vanguardia vasca, que colgué en mi casa de Sevilla. Por allí pasó dos o tres años después el bueno de Yuri que quedó espantado hasta estar a punto de agredirme porque yo, nada conocedor de las vanguardias y limitado, como todos ya sabéis, en mis conocimientos, ¡tenía colgado el cuadro de su padre del revés!. Desde entonces, una tenue y casi inapreciable flechita indica por donde hay que colgarlo, porque yo sigo sin enterarme cual es la parte de arriba y cual la de abajo.
Se me viene a la vista la Hallicrafters. Fue el primer regalo que me hicieron, pocas horas después de nacer . Solo a mí, perpetuo navegante en el mar de lo insólito, podían haberme hecho tan peculiar regalo inmediatamente después de haber nacido: una Hallicrafters TR 88 El Diablo, que así se llama y que no es sino un primitivo receptor de radio a transistores forrado de piel de búfalo que me regaló un miembro de la tripulación de mi padre. Una vez, siendo ya mayor, me preguntó si aún la conservaba y yo se la mostré, queriendo saber cómo se le ocurrió hacerme tan estrambótico presente, y la respuesta no pudo ser menos sorprendente: ¡Era más original que regalarte un sonajero!.
Es tarde, y aunque el insomnio me domina, no quiero seguir husmeando en este antro de buhonero que tengo por morada pues serían días, tal vez semanas, las que habría de emplear evocando la historia de un montón de cachivaches, fotos, chismes que a nadie, salvo a mí, le han de decir nada, absolutamente nada
Manuel Alba