¡Se ha muerto un Príncipe en estos días!. Si un Príncipe de un pequeño país que a pesar de su tamaño está cargado de historia y cuya influencia en Europa ha sido fundamental pues se trata de la Monarquía más antigua del continente: el Reino de Dinamarca, de donde parece que procedieron aquellos vikingos que quemaron mi Sevilla natal en el año 844 ante la sorpresa y el estupor del emir de Córdoba, donde, además, desde el siglo X reina la misma dinastía, iniciada por Gorm el Viejo. Allí nunca se ha discutido el sistema ni a nadie se le ocurre discutir la institución más histórica de la nación que ha suministrado reyes, reinas y príncipes a todas las demás Monarquías a lo largo de los siglos. Ninguna Casa Real, reinante o no, carece en su genealogía de sangre de los Glücksburg, que es como se les conoce, aunque el nombre es mucho más largo e impronunciable e inescribible, (aunque Glücksburg es una ciudad del norte de Alemania). Así cuando en el siglo XIX en el recién inventado Reino de Grecia se decidió cambiar de Rey se proclamó al segundo de los hijos del rey danés, un joven de 17 años al que se le coronó como Jorge I de Grecia, se le convirtió a la fe Ortodoxa y desde 1.863 en adelante todos los miembros de esa familia son Glücksburg, incluida Sofía de España. En el Imperio Ruso la Emperatriz María Feodorovna, madre de Nicolás II era princesa real danesa, en Gran Bretaña, la Reina Alejandra, esposa de Eduardo VII, también Y desde 1.905 la Familia Real de Noruega es también Glücksburg .
¡Pero el que ha muerto no era de la familia! Fue un diplomático y militar francés, extremadamente culto y refinado que casó con la princesa heredera de un monarca que no tuvo0 hijo sino tres hijas: Margarita, Benita y Ana María . ( Siempre se nombran en español a la mayor y a la más joven pero a la segunda se la llama Benedicta porque no parece digno llamarla Benita, igual que tampoco se llama al Papa dimisionario Benito XVI). El difunto Príncipe era peculiar en el sentido de que se adaptó como pudo a su estatus en un matrimonio que funcionó al parecer bastante bien en el ámbito familiar, en un país extraordinariamente civilizado y democrático, igualitario hasta el aburrimiento, en el que los derechos humanos se respetan rigurosamente y todo funciona a la perfección. Doy fe, por conocerlo, que es lugar amable, pacífico, ordenado, civilizado hasta el punto que para un ser de espíritu desordenado e inquieto como yo aquel país, como Suecia o Noruega, me ponen nervioso.
Sin embargo, al difunto Príncipe, que tenía ocurrencias que los daneses no debían agradar demasiado, no lo entendieron del todo . No les gustaba de él que no hablase correctamente el idioma y mantuviese el acento francés y eso que el hombre por hablar hablaba hasta vietnamita, ni que fuese excesivamente bromista, ni que quisiera ser Rey consorte, argumentando que si eran iguales por imperativo legal la mujer y el hombre, el marido de la Reina tenía que ser Rey Enrique, que tuvo que llamarse Hendrik a partir de su matrimonio, que cumplió sus funciones durante años y soportó críticas de gentes que culturalmente le quedaban muy por debajo, que contribuyó con su esfuerzo a acrecentar la cultura danesa, se tuvo de conformar con el título de Príncipe que le dio su suegro al casarse y luego, años después, lo hicieron Príncipe Consorte, algo que debió irritarle porque se preguntaría que de que Princesa era consorte. Se ofuscó, se cabreó y acabaron poniéndolo de verde y oro, hasta concluir que había perdido la cabeza Voluntariamente se apartó de sus funciones y dejó de ser un florero.
De él se han dicho mil diabluras, desde que estaba celoso de su hijo, que no respetaba las Instituciones, que dejaba en ridículo a la Reina .¡todos los palos y desde todas partes le llovían a este hombre con cara de bonachón al que, desde luego, parece ser que en su casa, por lo menos, le querían bastante! Pero se murió .
Y como decía mi tata Antonia, ¡Que nos aleje Dios lo más posible el día de las alabanzas!. Ahora lo lloran, hacen cola para desfilar ante el ataúd cubierto con la bandera, se hacen cruces porque su familia, que por muy Real que sea es familia al fin y al cabo, respete su razonamiento lógico, nada enajenado: si no soy igual en vida que mi esposa, que no me entierren con mi esposa, pues no he de merecer esa igualdad después de muerto. Muy razonablemente, el difunto ha dispuesto que de sus restos se haga lo que con los de cualquier persona más sencillita. Ahora todo son loas y canto a las virtudes del difunto en aquel país tan equilibrado y tan igualitario aunque ha habido quien no ha podido morderse la lengua, como la Ministra de Cultura, la señora Bock que ha manifestado que aquel hombre culto al que le interesaban las bellas artes se le tuvo por un extraño, se le acosaba Ahora ha muerto y los acosadores nos inundan con obituarios sobre esta persona que era atractiva, diferente, excitante . La hipocresía no tiene fin.
En Dinamarca, como en todas partes, para ser reconocido, alabado, admirado, lo mejor que se puede hacer es morirse uno, ¡está visto! Y para ser igual, pues está claro, depende quien es el que tenga que serlo y para que No creo que el empeño de Enrique de Dinamarca fuese un acto de capricho sino más bien una manifestación propia de su rebeldía. Alguien que tenía como anhelo imposible retirarse con su esposa a su propiedad, a su viñedo en Francia como dos jubilados, dedicarse a la escultura y a la poesía, (él ha sido un magnífico artista, buen poeta, ella tiene dotes de ilustradora y escribe), aunque sabía que era un sueño imposible, un intelectual como él si reclamaba esa igualdad era precisamente por eso, por la igualdad, no por otro motivo, . Pero ya da igual. La Corona danesa la heredará su hijo mayor y la esposa de este, naturalmente, será Reina.
¿Y en España? La situación española es peculiar en tanto que una abdicación imprevista, una legislación un tanto extraña, empezando porque a los Reyes que no ejercen se les ha otorgado un peculiar tratamiento de eméritos que no figura en norma jurídica alguna. No existen los Reyes eméritos y es hora de que periodistas, comentaristas, políticos y quienes sean se enteren y no cometan esa constante equivocación Los padres de Felipe VI tienen un estatus reglado en el Real Decreto 470/2014 de 13 de Junio que hay que dejar claro: mantienen con carácter honorífico los títulos de Rey y Reina y el tratamiento de Majestad, pero descienden de rango y los honores oficiales que les corresponden son los correspondientes al Príncipe y a la Princesa de Asturias y en actos oficiales su orden de precedencia será el inmediatamente posterior a los descendientes del Rey Don Felipe VI. Por lo tanto quedaron bastante degradados y lo más prudente debería ser llamarles sencillamente el Rey Juan Carlos, la Reina Sofía, Sus Majestades, o arriesgarse la decir los Reyes honoríficos, pero nunca eméritos, porque eso no existe.
Y con respecto al esposo de una Reina de España la situación es exactamente igual a la de Dinamarca, Inglaterra, Suecia, Holanda : El artículo 58 de la Constitución es el único que trata de pasada el tema en estos términos: La Reina consorte o el consorte de la Reina no podrán asumir funciones constitucionales, salvo lo dispuesto para la Regencia. Es preciso acudir a otra fuente, el Real Decreto 1368/1987 de 6 de noviembre en el que se regularon los tratamientos, títulos y honores de la Familia Real y Regentes, fijando un estatus vitalicio para los padres del Rey Juan Carlos y resolver ciertas situaciones polémicas, en concreto, eliminar de un modo rotundo el carácter hereditario que había añadido el General Franco al título de Duque de Cádiz que otorgó a Alfonso de Borbón con ocasión del matrimonio con su nieta. Al ser el Ducado de Cádiz título de la Casa Real, en virtud de ese Real Decreto volvía a ser vitalicio y no hereditario.
Durante el reinado de la última Reina titular de España la cuestión del consorte no estuvo exenta de polémica, y el marido y primo de Isabel II, Francisco de Asís de Borbón, precisamente Duque de Cádiz, recibió tratamiento y título de Rey y Majestad En el Real Decreto de 1.987 se resuelve la cuestión tajantemente y en el artículo primero, apartado 3 se prescribe: Al consorte de la Reina de España, mientras lo sea o permanezca viudo, corresponderá la Dignidad de Príncipe. Recibirá el tratamiento de Alteza Real y los honores correspondientes a su Dignidad que se establezcan en el ordenamiento jurídico. Por lo tanto, el consorte de una futura Reina de España estará en la misma situación de discriminación por razón de sexo, en desigualdad manifiesta, en pleno siglo XXI, aunque por este tipo de asunto dudo yo mucho que vayan a poner el grito en el cielo demasiadas voces y que pocos sean los que se rasguen las vestiduras. Al fin y al cabo tampoco este monárquico no ejerciente, asociado espiritual de Fernando Pessoa en esta cuestión y en muchas otras más, podría sentirme vinculado a la causa del Príncipe de Dinamarca, pero lo de estas tierras me parece tan estrambótico
¡Ya ven! Monarquías de aquí y allá que entroncan todas con aquel Gorm el Viejo, todas vinculadas a una misma familia: los Glücksburg. ¡Más de un milenio reinando en aquel país!. Un milenio en el que ha cambiado el mundo mucho y muchas veces, y sigue . Admirable me resulta para mi aquella esquina de Europa, aquellos reinos, ¡es curioso!.
De Copenhague se está a un paso de Malmo, en Suecia, unos 45 km, y allí reina otra dinastía, la más extraña del mundo en su origen, una Monarquía solemne, rigurosa y pomposa, más ritualista que la danesa o la noruega. Sin embargo la Familia Real sueca no puede tener un origen menos monárquico: La Revolución Francesa. Reinan en Suecia los descendientes de Jean Baptiste Bernadotte, militar revolucionario francés que hizo carrera junto a Napoleón Bonaparte, con quien alcanzó el grado de Mariscal de Francia y Príncipe de Pontecorvo. Napoleón lo casó con Desirée Clary, hermana de la esposa de su hermano José Bonaparte, Julia. Desirée era novia del propio Napoleón y la abandonó por Josefina de Beauharnais. Haz hecho mi vida miserable, pero soy lo bastante débil para perdonarte dicen que fue la frase con que se despidió Desirée de Napoleón, entonces Primer Cónsul, cuando fue abandonada.
En 1.810, en un momento de inestabilidad política en Suecia, ante el temor de la invasión francesa y con el Rey Carlos XIII sin descendencia, los suecos pidieron a Napoleón que designase un heredero de su agrado para el anciano Rey y el Emperador les envió al Mariscal Bernadotte que reinaría como Carlos XIV de Suecia junto a Desirée. No se dejaba ver desnudo por sus ayudantes, pero no era por pudor, era otro el motivo. Aquel soldado, nacido en Pau, que desde las barricadas revolucionarias había llegado a Mariscal guardaba un secreto que era demasiado contradictorio con su estatus de Rey de Suecia, y de Noruega, que también lo fue, y que se descubrió a su muerte, se trataba de un tatuaje que decía Mort aux rois. ¡Muerte a los reyes!.
Aquel soldado de las barricadas que clamaba por la muerte de Luís XVI y María Antonieta, que había luchado por la Revolución, que había hecho una carrera militar heroica que Napoleón quiso siempre ensombrecer, que casó con Desirée y que siempre fue visto con recelos por el Emperador no llegó a Suecia en consideración a sus méritos. En Estocolmo estaba Mme. de Staël exiliada, y a Francia llegaban rumores de movimientos para deponer a Napoleón, quien tenía aversión de la popularidad que alcanzaba el Mariscal y vio la ocasión de librarse de él y de la molesta presencia de su antigua novia. El 5 de febrero de 1818, el depuesto Emperador estaba confinado en Santa Helena y Bernadotte y Desirée eran coronados Reyes de Suecia dando origen a la peculiar dinastía que permanece en aquel trono.
Manuel Alba