En la vida las divisiones, las fronteras o las rayas que separan las personas, las cosas, las situaciones o las opiniones son, en ocasiones, tan sutiles, relativas y ligeras, que en un abrir y cerrar de ojos se puede pasar de la gloria al infierno y viceversa, del prestigio al desencanto, en un minuto o quizás un segundo. El tiempo que existe entre el tomar una u otra decisión, hablar o quedarse callado, es tan insignificante que apenas es un chasquido o un silbido, pero puede resultar eterno y decisivo.
La actualidad es el mejor ejemplo de lo que acabo de exponer. Hace tan solo unos años y durante los treinta primeros de la democracia, hablar de la Corona, cuestionar cualquier decisión de la Jefatura del Estado era impensable y obtener y difundir información no autorizada, misión imposible. Hoy afortunadamente, como cualquier españolito de a pie, la Casa Real está sometida a las críticas de los ciudadanos, sean ilustres o plebeyos.
Esto, que no deja de ser un paso, no resulta suficiente, porque aún no existe total claridad y transparencia sobre las cuentas que afectan a la Monarquía Parlamentaria, que están incluidas en los Presupuestos Generales del Estado y de las que, por tanto, debemos tener cumplida información todos y todas, ya que al fin y a la postre, cómo contribuyentes salen de nuestros bolsillos.
Tras esa apertura política y mediática, desde el veto al levantamiento de la veda, el prestigio de la familia real ha ido decreciendo., en ese proceso ha sido determinante la última etapa del Juan Carlos I, que ha marcado también un camino de la abdicación en junio de 2014 al descrédito después de 39 años de reinado.
Sin ir más lejos en los últimos años, entre los escándalos de Urdangarín, los últimos sucesos del escopetazo de Froilan y la fractura de cadera de don Juan Carlos en una cacería en Botsuana, que cuando menos fue una actuación imprudente e inconveniente; mientras España estaba y está pasando el momento más delicado de la actual crisis económica; y de las que deberíamos tener todo las explicaciones necesarias, además del arrepentimiento, disculpas del Rey de que no volverá a ocurrir , y que se reciben como obligadas.
A todos esos episodios hemos de añadir los amoríos y grabaciones de Corina Larsen, el generoso regalo de 65 millones de euros “por amor”, el distanciamiento de Felipe VI de su padre renunciando a su herencia y retirándole la retribución del Estado, aunque manteniéndole como miembro de la familia real con la consideración de rey.
La penúltima decisión de Juan Carlos I ha sido su salida de España, marcha que le envío mediante carta a su hijo el Rey Felipe VI, “Hace un año expresé mi voluntad y deseo de dejar de desarrollar actividades institucionales. Ahora, guiado por el convencimiento de prestar el mejor servicio a los españoles, a sus instituciones y a ti como Rey, te comunico mi meditada decisión de trasladarme, en estos momentos, fuera de España”
Todo indica, tras diversos rumores, que se encuentra en Emiratos Árabes Unidos., y podíamos continuar el relato sobre todo lo que ustedes han visto un día si y otra también en los medios de comunicación, pero no solo les aburriría , sino que es lo que menos le hace falta al Rey Emérito por bien de él y de la Corona como Institución , mientras haría mucho bien el dar todo tipo de explicaciones para que los españoles y españolas , supiéramos toda la verdad.
Se supone que las autoridades eclesiásticas deberían por su fe y dedicación a los demás estar más cerca de la gloria que del infierno, y desde su permanente predica de ese Dios que es amor, sentirse más unidos a todos los seres humanos, sea cual se su condición de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o circunstancia personal o social, tal cual dice el artículo 14 de nuestra Carta Magna.
Pero mire usted por donde, el señor Obispo de Alcalá, Juan Reig Plaf, no le hacen mucha gracia los homosexuales, y en su homilía del viernes santo del 2019, vinculó a los mismos al ejercicio de la prostitución; pero para acabar de arreglarla y dejar claro que no había sido ningún lapsus, sino una profunda convicción antes, reconoció sin encomendarse a Dios ni al diablo que los casos de gays y lesbianas pueden “ser resueltos con terapia”. Y para completar el cuadro, su compañero de Tenerife, Bernardo Álvarez nos regala la perla de que “los gays merecen el mismo respeto que los terroristas”. Pues ¡chúpate esa!
Podemos añadir tres ejemplos más sin desperdicio alguno, el de Mario Iceta Gavicagogeascoa, arzobispo electo de Burgos y administrador apostólico de Bilbao. No me negarán que el segundo apellido, no tiene tela marinera. Pues su eminencia en su profundidad de pensamiento ha afirmado que” “los obispos son de carne y hueso” ¿A qué ustedes pensaban que eran de plástico?
Otra perla cultivada nos lo proporciona, el presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) y cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, que para demostrar que, a pesar de su inmenso patrimonio cultural, a la iglesia también ha llegado la crisis y preocupado por el parné afirma “Los cepillos se están quedando vacíos” Así que creyentes y feligreses, rásquense el bolsillo y a dejarse caer.
Y el tercero ha ocurrido hace poco, el pasado 22 de noviembre, de la mano del párroco del municipio de Yecla (Murcia), José Antonio Abellán, que en una de las misas se despachó a gusto con la Ley Celaá, que aseguró que el objetivo de dicha norma es “matar” a los niños con necesidades especiales.
En el colmo de la barbaridad afirmó “Entonces dirán que estos niños ni siquiera deberían existir y, así, cualquier criatura que venga con un defecto físico o psíquico habría que matarla porque estorba en la sociedad” Para que un representante de la Iglesia difunda y defienda los bulos propagados por la derecha y la extrema derecha para atacar la nueva Ley del Ejecutivo de Pedro Sánchez., no se pueden utilizar tantas barbaridades.
Ustedes, la gente normal y sana que se acercan a estas páginas, se preguntarán una y otra vez como me cuestiono yo, como se puede estar tan cerca, por distintos motivos de la gloria y el infierno, cómo ayer nuestra institución monárquica era la más valorada de la sociedad española y hoy se encuentra fuertemente cuestionada.
Y en cuanto a algunos miembros de la jerarquía de la Iglesia Católica, la pregunta que nos podemos hacer es la misma de siempre, porque esa ceguera para comprender que la gloria está en su apostolado en la tierra y que para eso han de ir por delante de la sociedad como su guía espiritual, dando ejemplo y no estar en contra de cualquier ejercicio del derecho para aquel que sea diferente. Atrás quedaron para los monarcas y los ministros de la fe, los tiempos del prestigio y ahora les toca vivir los del desencanto.
Juan Antonio Palacios Escobar