Comentaba en casa, con mi esposa, la cantidad de envases que “inutilizamos” cada día en las cosas que compramos en el Súper, ya que todo viene envasado en plástico transparente -dicen que higienizado-, y con varios sellos, códigos de barras y recomendación de uso, aunque en todos los casos los productos están alejados de la realidad de cómo son esos productos en su estado natural.
Luego caí en la cuenta de que, efectivamente, en la sociedad actual, todo o casi todo nos lo venden “enlatado”, todo o casi todo está envasado, envuelto en algo que hace que cualquier producto carezca de naturalidad, pero que tenga apariencia, aspecto llamativo y a ser posible, un número de serie que pueda ser identificado por la maquinaria consumista, que no se cansa de modelar y moldear ideas y aspecto físico, creando cuerpos y mentes desnaturalizados que intentan reflejar lo que nos gustaría ser, no lo que somos en la realidad y por ello bombardean las pocas neuronas que utilizamos con la idea de que es más importante el envoltorio que su contenido. Tras décadas de repetirlo, es obvio que la idea ha calado profundamente en el ser humano.
La cultura del envase, actualmente, llega a todas las facetas de nuestro sin vivir. Todo lo compramos o lo consumimos enlatado: la ropa de moda importa más que lo que te apetezca vestir a ti, el contrato matrimonial importa más que el amor, los “likes”, los seguidores en redes “sociales”, la infinidad de mensajes de bonitas palabras, pero vacíos de contenido… es el envasado social, amigos, y esa des naturalidad hace que el falseamiento general haga mella en nuestra forma de comportarnos y en nuestras relaciones.
La industria del envase, pienso yo, es la erudición del que no piensa en qué es lo que quiere hacer el otro, pero sí en lo que “debe comprar”, “debe pensar” o “debe hacer”, y el individuo, en general, no se ha planteado tal dilema, simplemente por las dificultades sociales que ello representa o porque siempre deja la cuestión para mañana, no sea que lo vean raro y le retiren “likes”, aunque, el que haya sufrido de todo en esta vida, a través de los muchos años acumulados a su espalda, sabe que más vale una cicatriz por valiente, que una piel intacta por cobarde.
Antonio Poyatos Galián