Una mujer a la que admiro y que es, como tantos de esos personajes a los que suelo rendirles devoción y respeto, desconocida para la inmensa mayoría de la gente, está enferma, bastante enferma. Su salud está deteriorada hace ya algún tiempo aunque hasta hace unos días ha estado asistiendo a congresos y reuniones científica, encabezando delegaciones de su país.
Se trata de una princesa, una princesa de un país lejano que ha dedicado su vida a la ciencia y ha luchado, y conseguido, mejorar las condiciones de vida de sus compatriotas actualizando la sanidad y dotándola de medios y recursos, tanto en el campo médico como en el terreno veterinario. Se marcó como objetivo, y lo ha logrado, reformar en profundidad el sistema sanitario, tal vez impulsada por el hecho de que su abuelo fue médico por vocación.
Se trata de la Princesa Shulabhorn de Tailandia, hermana pequeña del actual Rey, la “Princesa Científica”, como es conocida, ejemplo de dedicación a la ciencia y a la investigación. Comenzando por su profesionalización, obteniendo los pertinentes grados y doctorados, se ocupó de que la insuficiencia de profesionales en el campo de la medicina y la sanidad pública se solventase a través de la creación del Instituto Shulabhorn de Investigación, que hoy ofrece becas en condiciones muy ventajosas para estudiantes extranjeros que incluyen incluso el traslado y los gastos de estancia durante dos años.
Con la fundación del Hospital que lleva su nombre y el Centro de Investigación y Tratamiento contra el Cáncer llevó a Tailandia la tecnología más avanzada e impulsó la colaboración con la comunidad científica mundial de tal modo que periódicamente se celebran congresos internacionales sobre la materia en Bangkok. Ella viene participando en todos las reuniones científicas encabezando la delegación de su país, siendo asesora del Programa Ambiental de Naciones Unidas, también la tercera persona galardonada con la medalla Einstein de la UNESCO por sus esfuerzos por el desarrollo de la medicina en Asia y aun afectada por una enfermedad que limita bastante su movilidad, hace unos días se la podía ver participar en un encuentro con colegas investigadores en Australia, en Gran Bretaña y los pasados días 17 y 18 de septiembre participaba en Viena en el Foro Científico de la Organización Internacional de Energía Atómica donde señaló el esfuerzo que en los últimos diez años el Gobierno de Tailandia se ha centrado en ampliar el acceso al tratamiento oncológico mediante la inauguración de diez centros de radioterapia públicos en provincias alejadas, omitiendo que el esfuerzo ha sido suyo y muy personal y esos centros son secciones del Instituto Shulabhorn de Investigación en el que se encuentra el primer centro oncológico integral de Tailandia.
Señaló su ambición diciendo, textualmente: “Mi aspiración es que logremos formar y generar el personal médico que Tailandia tanto necesita para tratar el cáncer, a saber, médicos, técnicos de radiología y físicos médicos”. Espero y deseo que ese esfuerzo pueda contemplarlo, superando los males que la aquejan y que esa primera generación de médicos altamente cualificados puedan recibir el título de sus propias manos el año 2.021, fecha en que concluirán su formación.
Supongo que se puede comprender la razón por la que admiro a esta mujer, que me supera en edad cinco días, pero creo que en coraje y fuerza de voluntad mucho más, alguien que podría haber elegido una vida ociosa, palaciega y cómoda en un país como el suyo. Una princesa que no tendría por qué haberse metido en estos berenjenales, hija y hermana de Reyes que, evidentemente ha aprovechado su posición privilegiada, pero para mejorar e impulsar la salud y el bienestar de sus conciudadanos, fomentar la promoción y el estudio de la medicina y no escatimar su esfuerzo por cumplir objetivos de muy alto nivel.
Pero, como al principio decía, seguramente nadie había oído hablar de esta Princesa tailandesa, de la Doctora Shulabhorn, por la que hago votos para que se mejore.
Manuel Alba
3 de octubre de 2019