A lo largo de los últimos años, a muchos responsables políticos, cuando se les preguntaba por algo complicado o que les había dejado con el trasero al aire, respondían con un huidizo pero peligroso no me consta. Tal vez no pensaban que hoy se graba todo en video, audio y en todo tipo de soportes y formatos. Si no qué se lo pregunten a algunos que lo han hecho y diera la impresión que lo continúan haciendo desde la cárcel.
Como la hemeroteca es delatadora, hay que pensarse muy bien cuando alguien afirma o desmiente con rotundidad algo sobre su participación en un suceso, ya que las voces y las imágenes pueden ponerles en evidencia y demostrar que de lo dicho nada de nada, y que aunque no le constara, la recuperación de lo expresado demuestra que sí, que les consta.
Pero hoy, queridos lectores de esta columna semanal, me van a permitir una licencia, les voy a hacer una petición. Dejen volar su imaginación y abran las ventanas de la ficción y la fantasía, porque lo que les voy a contar es como un cuento, que bien podría transformarse en realidad o quizás lo contrario algo de nuestra historia reciente, que parece sacado de las páginas de un culebrón entre el sainete y el vodevil.
Olvídense, por unos minutos, que estamos en campaña electoral, siendo las primeras las andaluzas, aunque parezcan Generales, ya que los líderes nacionales de las formaciones políticas no suben de Despeñaperros, ni se apean del lenguaje de los grandes problemas de Estado como el catalán. Aparquen su indignación sobre la nueva sentencia del Supremo que decide que los clientes paguemos los impuestos de las hipotecas.
Aunque el Presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, en una decisión valiente y comprometida anuncia que nunca más los españoles tendrán que pagar el tributo el tributo de actos jurídicos documentados y obligará a los bancos a pagar el impuesto hipotecario, criticando la actuación del Tribunal Supremo.
También superen el complejo de ser engañados, ya que entre tejemanejes, trajines y artificios, discursos vacíos y falsos promesas, hay ocasiones que nos da la sensación de que algunos políticos, no todos afortunadamente, nos quieren engañar entre el tejido de redes, la siembra de calumnias y el premio a las mediocridades.
Érase una vez, julio de 2009, Madrid, capital del Reino de España, en pleno Paseo de la Castellana, a las puertas de un famoso edificio de la zona, un coche camuflado con los cristales tintados, en cuyo interior viaja el marido de una famosa política conservadora, recoge a un agente que espía y vende información a todo el mundo.
Este polivalente personaje acompañado del consorte, entra por el Garaje y sube en ascensor a la Planta séptima, vacía y en obras, donde le espera en su papel de mandamás, la líder que ocupa el segundo puesto en la escala de poder de una organización que está bajo juicio, por protagonizar el mayor caso de corrupción de la historia de este País.
Allí, entre correa y correa, se habla de todo, de escuchas y espionajes, y entre paganos que no tienen fe y dogmáticos de la única creencia, tras casi una década, escucharlos nos pone los pelos de punta,y aunque se adivinan cómplices y agoreros, mentidos y desmentidos, venganzas y cuentas pendientes, el único camino y todo apunta que no existe otra solución, que lo que comenzó en pleno verano por sevillanas, termine en este otoño en un Réquiem.
En aquella conversación que tiene de todo, menos normalidad, buenas intenciones y cumplir con la ley, hay más enfrentamiento que diálogo, más romper moldes o sacar los muertos de las tumbas, que promover la salud política de los vivos. Hay más malas artes que poner sobre la mesa las verdades., aunque eso sí, se deja de manifiesto por el compañero de la dirigente que el jefe lo sabe.
Cada cual interpretaba su papel, quizás el que no estaba del todo claro, más bien oscurecido, era el del marido de la líder, y entre fantochadas, chapuzadas y chorizadas, se encargan informes a diestro y siniestro, pero a precios de saldo, ya que la cosa está jodida y hay poco dinero en caja.
Tal vez el mayor protagonista de este conclave estival, discreto y amigable era un pendrive, con mucha chicha, que almacenaba todo tipo de secretos. El agente polivalente acostumbrado a hacer trabajitos y encargos, reconocía que el famoso soporte no había sido capaz destruirlo.
Lo cierto es que los personajes de aquella película de marca netamente hispánica nos recordaban a una historia entre el Torrente de Santiago Segura y la Escopeta Nacional de Berlanga, con un líder en medio de todo aquel follón apoyando al recaudador y disculpándose porque hacemos lo que podemos
Intrigas y mentiras, mientras el nuevo y joven jefe, casado con la confusión, no tenía muy claro que hay momentos para hablar y tiempos para callar, como marcar distancias, que ya no eran etapas para construir capítulos para la épica, que entre tomaduras de pelo y faltarnos el respeto, se podían traspasar todas las líneas rojas, y presumir de impunidad e inmunidad.
Ahora sus enemigos, los rojos, estaban en el gobierno, mientras él se debatía entre lo auténtico o hacer de copia, lo verdadero o lo falso, las galimatías y las claridades. En aquellos días, ya era otoño de 2018, y nuestra líder había perdido gran parte de su poder.
Cada día era un sobresalto, un escándalo, una grabación, presiones y exigencias, de quienes antes le obedecían ciegamente y ahora le indicaban el camino de la puerta de salida. Una mañana decidió que lo mejor era dejar su puesto de vocal en la dirección, pero continuar sacrificándose por sus ideales manteniendo su escaño y la Presidencia de una Comisión, pero finalmente entre la presión de los suyos y las críticas de los adversarios terminó también entregando su acta de Diputada.
Seguro que llegado este momento, nuestros lectores habrán hecho el ejercicio, a modo de crucigrama o resolución de jeroglífico de situar los espacios, poner nombres a los personajes y entender que la mandamás solo había actuado para cumplir con su obligación y luchar contra la corrupción
Aquello era solo un punto y aparte, ya que el final estaba por escribir, le constaba a todo el mundo, y tenía toda la pinta que podría terminar a los sones del Réquiem de Gabriel Fauré, con muchas notas que habrían de acoplarse en el pentagrama para concluir como la muerte política, se nos presenta como una liberación dichosa, una aspiración a la felicidad del más allá, mucho más que como un tránsito doloroso.
Juan Antonio Palacios Escobar