No se puede aventurar ningún pronóstico ante los acontecimientos, no hay capacidad intelectiva para comprender, de un modo ordenado, que es lo que está pasando en este sitio que nominalmente se llama España. Las noticias se suceden una tras otra sin solución de continuidad y algunas empiezan a dar miedo, miedo objetivo.
Las amenazas de muerte al Juez García Castellón han llevado a muchos a pensar que lo que denunciara hace unas semanas en antiguo abogado de Podemos pueda ser cierto: La existencia de una especie de grupo de presión violento al servicio de ese partido y de su líder supremo, su guía y profeta al que sienten atacado. ¿Puede ser verdad? ¡Aquí todo entra dentro de lo posible!. En el país de aquel dicho antiguo, sobre alguien que reclamaba: “Justicia, Señor, pero por mi casa no” la desgracia ha tomado posesión de la sociedad. De cualquier manera este posible composible puede ser tomado bastante en serio por quienes hayan tenido la ocasión y la paciencia de leer las 574 páginas que componen la tesis doctoral del mesías Pablo Iglesias Turión con la que se puede hacer uno una idea meridiana de las razones para temer.
Una resolución judicial ha levantado la tapa de otra caja de los truenos gracias a la manipulación política de la Justicia y a un mal que llegó hace ya muchos años, cuando se permitió con toda la alegría del mundo que tomara carta de naturaleza aquello de los jueces conservadores y los jueces progresistas. La resolución es lo que es, y cualquier interpretación más allá de su realidad es arbitraria y tendenciosa, cargada de intencionalidad ajena a lo que su propia naturaleza otorga, pues se trata de una proposición que el Tribunal Supremo podrá acoger o no y no implica en si misma ningún tipo de prejuicio jurídicamente hablando contra nadie, ni ataca la presunción de inocencia de nadie, ni implica procesamiento o investigación contra nadie. Distinta será la hipotética admisión de esa propuesta por el Tribunal Supremo, que tendría ya unas repercusiones que no son otras que aquellas que a cualquier ciudadano normal y corriente le acarrean el que se instruya una causa contra él, se le investigue y se le procese o se le acuse. Pero aquí se pone de manifiesto nuevamente la debilidad de esos principios universales, de esos derechos plasmados en los textos constitucionales de los diversos países, y en nuestro caso, de la Constitución Española. ¿Dónde va a parar la igualdad de todos los ciudadanos ante la Ley?
Pues va donde acaban tantas y tantas cosas: ¡al cubo de la basura!. Cualquier ciudadano puede ser denunciado, investigado, acusado o procesado a partir de unos indicios sobre su participación en hechos contenidos en un Código Penal, aquel que pretendía ser “el de la democracia” y que a estas alturas es un heterodoxo compuesto de remiendos que se van añadiendo según la mayoría que se conforma en las Cámaras. Pero se ve con nitidez en estas lamentables horas que ese Código Penal y las normas procesales, junto con esos principios o derechos constitucionales no han de afectar a todos y que quienes aparentaron ser paladines de las igualdades son los menos interesados en la praxis de la igualdad, dentro de una actuación armónicamente orquestada para mantener y preservar el poder. ¿Y el Estado de Derecho?. ¡Pues a la vista salta!. Por lo que se constata ese Estado de Derecho es tributario del Poder, está sometido a la parcialidad y el sectarismo, se configura como Estado de Derecho para unos y no para los otros, Estado de los Derechos que se arroga el Poder frente al resto, incluidos sus propios cofrades y fervientes seguidores.
Si son otros los que mandan, la sociedad se condena a la anarquía, si el Derecho no va paralelo a las pretensiones del Poder, se termina con el Derecho y asunto resuelto, y ¿cómo terminar con el Derecho?, pues está muy claro: léanse la tesis doctoral de Pablo Iglesias Turión, vena las fotos que contiene, los planos… ¡todo!. ¡Denle un vistazo, que no tiene desperdicio, y vean a lo que nos hemos entregado!.
Y cualquier motivo ha de ser bueno para que ocurra cualquier cosa que no debería ser deseada sino por quienes con la pasividad y la falta de espíritu crítico de la sociedad avanzan hacia la implantación del caos. Todo esto estaría muy bien si quedara en el mero plano teórico, pero a la hora de afrontar la realidad da como resultado una tragedia, diga quien diga lo contrario.
No es de pensar que la coalición gubernamental y el desequilibrado equilibrio de poderes vayan a tambalearse cuando ya se han traspasado todos los límites. Calificar la situación como alarmante no deja de ser mera retórica que nada afecta a la realidad de los hechos, pues nadie se llama a escándalo porque haya una rebelión de los fiscales contra su responsable máxima, a la que indisimuladamente ya se enfrentan, nadie se asombra del silencio de los colectivos que se mueven entorno a la Justicia y que se ven directamente perjudicados por esta situación de desenfreno, y me refiero muy especialmente a la abogacía, al gremio que pertenezco, que no alza la voz contra los desmanes. ¿Con qué argumentos se puede enfrentar un abogado hoy a la implacable actuación de los fiscales en cualquier procedimiento en el que actúan cuando estamos viendo como ese rigor, seguramente justificadísimo, no se aplica en estos casos en los que parece pretenderse una Justicia de excepcionalidad?. Ciertamente, desde la perspectiva de cuarenta años de ejercicio, resulta muy deprimente ver lo que ocurre y absolutamente decepcionante que los colectivos estén mudos, siguiendo el curso de la actitud de la masa social: “ver, oír, callar y soportar”. ¡No importa que se actúe contra los derechos de los ciudadanos mediante el uso y el abuso de medidas excepcionales y liberticidas, como el de declaración de Estado de Alarma o la reclusión a modo de prisión preventiva de poblaciones enteras!, ¡no importa nada de lo que se haga, de lo que algunos hagan en contra de los Derechos Fundamentales, ni que la convivencia de deshaga a este ritmo!
¿Hay que tener miedo?… en un lugar en el que no solo no se aprende de la Historia sino que esta se borra y se cambia sin el menor pudor, la vida de la calle sigue en una anormalidad que pretende ser normal… ¡Nadie opina, nadie discute, nadie expresa su malestar!. Ciertamente hay sectores preocupados y alarmados en los que se temen los peores presagios, y personas que son conscientes que un estallido social producido por cualquiera de los frentes abiertos puede llevar a la confrontación. Hay demasiadas brechas en la convivencia y llegará el momento en que ni la escenografía ni los discursos huecos podrán evitar un conflicto.
Pero mientras, sigue el carnaval, seguirá el baile hasta que se interrumpa de golpe la música, la fiesta popular se habrá de volver triste drama, pero en esos casos ya se sabe que los promotores del macabro espectáculo se quitan de en medio dejando a sus bandos enfrentados…¡Nos ha pasado siempre!. Tal vez sería lo mejor sumarse al baile y no querer ver que el decorado del escenario es una falsa, tramoya de cartón piedra pegado con ambiciones desmedidas y pintado de fanatismos, danzar frenéticamente hasta caer extenuados por las desgracias que se avecinan nada más que caiga el telón y se retiren los músicos.
Mientras, que sigan produciéndose noticias, silenciándose noticias, manipulándose noticias y que el dragón siga engordando.
Manuel Alba