Como saben mis amigos y conocidos, soy poco hablador. Me gusta el silencio. Me gusta escuchar a los demás -que le vamos a hacer-, y observar sus actitudes, que analizo para intentar aprender lo que no debo hacer.
A menudo, en medio de la algarada de cualquier reunión, me detengo un momento y comprendo que, en realidad, la gente habla “de carrerilla” para sí misma, para su vanidad y para sentir que existen en el mundo, ya que de otra manera -piensan- el mundo los ignoraría. Solo así se explica la cantidad de críticos opinantes por metro cuadrado que existe en el país, en donde todo el mundo lleva dentro un experto en cualquier tema que surja…. o no, pero lo gritan como si así lo fuera.
Me detengo otro momento y me doy cuenta que habitamos en un universo sonoro que tiene horror al silencio y a poco que nos paremos a mirar a nuestro alrededor, comprendemos que la gente habla poco de lo que entiende, pero opinan de todo lo que no entienden, como si poseyeran la clave de cualquier explicación, da igual el tema de que se trate, ya sea gastronomía, literatura, política, ciencias, deportes, economía, teología cristiana o islamista…. Qué más da, todas somos mentes opinantes, sin que existan compases de silencio en las peroratas ininterrumpidas de los “intervinientes” y, en la mayoría de las ocasiones todos a la vez y en voz alta, hablando sin conversar y oyendo sin escuchar… y así no hay manera.
Tendríamos que estar de acuerdo con lo que ya se anunciaba en Macbeth de que “la vida es un cuento relatado por idiotas llenos de ruido y furia” porque lo cierto es que tratamos de que no nos coja el silencio, de que no nos atrape y tengamos que escucharnos a nosotros mismos, a nuestro interior y soportar el insolente ruido de la nada… y hemos olvidado, pienso yo, la importancia del silencio, que es vital como respuesta a lo que ignoramos, y vital para aprender lo que no sabemos… e imprescindible para analizar cómo nos comportamos. Esos son, en opinión de este humilde juntador de letras, los valores del silencio, tan vilipendiado en esta ruidosa sociedad de “envoltorios y fachadas”. Y me viene a mi neurona activa una frase atribuida a no sé quién, que decía algo así: “si cada español hablara solamente de lo que entiende, habría un gran silencio, que podríamos aprovechar para el estudio”. Pues eso.
Antonio Poyatos Galián