Trataba el otro día de ordenar mi particular biblioteca -misión imposible-, y me di cuenta de la cantidad de libros que, tras haberlos leído, se habían perdido en el agujero negro de mi memoria.
Después de eso, comentaba con mi amigo Teo el asunto, y pensábamos que, con la vida, con las personas, pasa lo mismo. Sólo unos pocos acontecimientos quedan vivos en nuestros recuerdos, sin que sepamos exactamente por qué es así.
Lo que sí que está claro, es que la estrechez de la memoria, a la hora de los recuerdos, es una de las crueldades más terribles, sin que sepamos por qué solo recordamos una parte ínfima de nuestras vivencias.
¿Por qué, en nuestros recuerdos de años de existencia, solo guardamos unos titulares, unos breves momentos, unas pinceladas felices o desgraciadas? ¿quizá para protegernos? ¿qué saben psicólogos, neurólogos, psiquiatras, etc., sobre eta curiosidad?
Dicen algunos poetas, que tenemos que aceptar que la vida es una prenda de la que sólo nos quedan, al final, jirones, porque la mayor parte de nuestra existencia se habrá perdido en la niebla.
Y me preguntaba, ¿tantas horas de existencia y solo unos momentos habrán significado algo para que se tenga impreso en nuestra memoria? Alguna razón desconocida tendrá nuestro cerebro para actuar así.
¿Cómo es posible que nuestra memoria sólo recuerde breves instantes de los que nos cuidaron, de los que nos ayudaron? ¿por qué su diseño sólo admite recordar, -menos mal-, una pequeñísima parte de todo lo bueno o malo que nos ocurrió?
Pensando en ello, este humilde juntador de letras está convencido de que no morirá mientras le recuerden y que su mensaje final será: Viviré mientras esté en vuestros recuerdos.
Antonio Poyatos Galián
Filosofía callejera
Todavía era temprano. Yo tomaba mi primer café mañanero, solo, enredado en mis asuntos, y un tipo, con un puntito de ebriedad a esa temprana hora, le explicaba a su colega, con voz sonora, la diferencia entre borrachera y ebriedad.
Parecía tonto el asunto, pero al prestar atención a lo que decía el personaje, comencé a interesarme por su soliloquio, ya que, entre otras cosas, decía que la borrachera hace caer a la persona, mientras que la ebriedad las hacía ascender.
En el actual sistema, -seguía diciendo-, la gente acepta que las decisiones las tomen otros, pero no debemos delegar la vida, porque es uno el que vive y por tanto nosotros debemos tomar las decisiones.
Y las decisiones hay que tomarlas bajo la ebriedad, para poder comprender el sistema de las mil mentiras, cuyo fin es solamente estimularte para que seas productivo y que “ellos” vivan a costa nuestra.
Me atrajo el hilo de las reflexiones del filosófico personaje, que explicaba sus penurias, y caí en la cuenta de que ¿Quién no ha conocido la ebriedad en momentos cruciales de brújulas sin rumbo?
El filósofo personaje, creí observar, llevaba dentro una especie de agonía de una vida vacía, insatisfecha y con el viento en contra, y pensé ¡Cuánto vacío interior ha quedado al desnudo en estos años de derrumbe moral paulatino! ¡Cuántas brújulas trucadas nos están llevando a la deriva!
Para mí, estaba claro que es ese vacío interior, que corroía su alma, el que situaba al personaje, con sus sentimientos, más fuera que nunca, aún cuando haya de permanecer dentro de su vida…
Esa lección de filosofía callejera, hizo fijarme en que es ese vacío, ese silencio interior que nos corroe, el que nos lleva en algún momento a algún puntito de ebriedad, y en ese estado, tratamos de expresar lo que nos está ocurriendo, o lo que nos ha ocurrido, porque, en estado sobrio no somos capaces de hacerlo.
Ese puntito de ebriedad del sujeto del que hablo, como digo, es como si eso fuera ese último rayo de luz de cada crepúsculo, esa tibieza que antecede a la noche, definitivamente oscura, del alma, porque, para el personaje en cuestión, aún no era de día, claro está.
Antonio Poyatos Galián
Mentiras
Desde hace uno años, asisto, perplejo, a la ingente cantidad de “informaciones interesadas” que bombardean a nuestras neuronas activas desde todos los medios de comunicación, y desde todas las reuniones con amigos y conocidos.
En diferentes tertulias con amigos o conocidos, y sobre causas tan dispares como la política, el deporte, la corrupción, la forma de vida de los demás, etc., se vierten mentiras interesadas, valiéndose de rumores, infundios y bulos que, con diferente significado –que ahora aclaro-, todos convergen en el fin último: mentiras, por alguna causa, interesadas.
El rumor es una noticia no confirmada a la que no deberíamos dar pábulo si no tenemos certeza de tal noticia (me han dicho que le dijeron que dijo…), pero hasta los cercanos se apuntan a ser correa de transmisión.
El infundio es una falsedad intencionada que no merece más comentario. Bastante saben de ello El Vaticano y la Iglesia Católica, que han sido objeto, a través de su historia, de pasmosos pasquines insultantes e infundios escandalosos de la peor especie, con el único ánimo del desprestigio.
El bulo es otra cosa bien distinta. De él se podría escribir toda una tesis doctoral malévola. Porque el bulo es una noticia falsa, tabulada y no verificada, que se propaga con algún fin, casi siempre maligno. Lo he sufrido en carne propia y solo el desprecio hacia esas personas fue la opción.
Se utiliza habitualmente como “guerra sucia” contra alguien que “nos cae mal”. Este innoble sistema que, en tiempos no tan pretéritos, se valió de la sátira comunicada boca a boca, sigue vigente en los actuales medios de comunicación, incluso en tertulias de ciudadanos de a pie, que ven la ocasión propicia para tratar de desprestigiar al “enemigo”.
La malignidad del bulo radica, en opinión de este humilde juntador de letras, en lo confuso de su origen, (me han dicho que le dijeron que hizo…) y en la maldad de su finalidad.
La eficacia del bulo es mayor cuanto más verosímil parezca la fabulación, y no es nada raro que en un país donde la mentira ha sido durante siglos la asidua compañera de políticos y ciudadanos, en general, se acepte con normalidad el bulo mentiroso en cualquiera de sus modalidades, olvidándonos de que la mentira, a través de las falsas noticias, siempre resulta perniciosa, demoledora, y es merecedora de la mayor condena moral.
Siempre deberíamos discernir quien se ha propuesto sacar provecho de la propagación de esas amañadas mentiras, -siempre hay alguien detrás-, antes de que formemos parte de la correa que las transmite y del daño que causamos.
Deberíamos meditarlo.
Antonio Poyatos Galián.