Lo puede ver cualquiera que ponga a trabajar algunas neuronas de las que tenga activas. Estamos viviendo en un esquema social/neoliberal destructivo en donde el engaño, la manipulación, la mentira y el todo vale forman parte del entorno de cada uno de nosotros para intentar conseguir lo que nos venden.
Porque hace años que, sin que nosotros nos opusiéramos, cambiaron nuestra mentalidad para incapacitarnos intelectualmente y quedar a merced de ellos, es decir, de los políticos y de las grandes empresas. Ideologías, tradiciones, religión, ética y decencia, fueron enviadas directamente al sumidero de nuestros desechos, dejando vía libre a un neoliberalismo feroz en el que lo único que tiene valor actualmente es el consumo y en donde los niveles de ansiedad del personal no habían sido conocidos en épocas pretéritas.
A un servidor le sorprende, y mucho, que ellos solo hablen de resolver las consecuencias de lo que está sucediendo sin querer entrar a asumir que lo que hay que resolver son las causas que producen esas consecuencias. Ellos crearon unas coordenadas culturales perfectas para favorecer el tipo de dañina conducta y mentalidad que prima en estos tiempos y que, sin lugar a duda, acabará destruyendo nuestra civilización.
Lógicamente, el humanismo no consigue dividendos, y en la escala neoliberal que nos pastorea solo se buscan ganancias allá en donde pueda haberlas a costa de lo que sea, inclusive idiotizando al personal, como está sucediendo actualmente. La estrategia ha sido -y es- destruir los principios y sacar del subconsciente del individuo lo peor, para ponerlo en un valor mercantil, aniquilando la convivencia humana y el medio en el que nos desarrollamos y así poder trapichear con sus miserias. Para ello, se cambiaron y se potenciaron conceptos, palabras, frases y comportamientos, solamente en aras de favorecer el consumo. Nos han convertido en máquinas consumistas, en pirañas hambrientas carentes de sensibilidad y de sentimientos. Y así no hay manera de evitar el colapso de esta forma de vida.
Ahora, tristemente, el valor que se atribuye a las personas reside en su capacidad para consumir, y si no consumes no eres persona. Que triste que, en vez de personas, nuestro estatus sea el de consumidores. Deberíamos meditar sobre ello por si, a nivel individual, pudiéramos intentar corregir nuestro propio rumbo… aunque ya sé que esto es predicar en el desierto.
Antonio Poyatos Galián