Pienso que estamos yendo por la vida como si la vida fuese la prolongación de un programa de humor de la televisión. Llenamos páginas y páginas en todos los medios audiovisuales y escritos, con comentarios irónicos, banales y cómicos que no se corresponden con la necesidad acuciante de no sé qué respuestas, para detener el desmoronamiento de esta sociedad en la que nos ha tocado vivir, limitándonos a mirar para otro lado.
Pienso que aún estamos a tiempo de dedicar menos tiempo a pasar el rato lánguidamente y dedicar más tiempo, mucho más tiempo, a pensar y reflexionar en la acuciante necesidad de respuestas que nuestros gobernantes se niegan a darnos, quizá porque ocultan más de lo que dicen, mientras nos despistan con cosas banales para que no pensemos en lo que en realidad importa y así continúan libremente cometiendo atropellos, como que un señor decida, por ley, qué es verdad y qué es mentira.
La vida, en otros tiempos en libertad, se nos paró allá por el mes de marzo cuando nos confinaron para que “ellos” tuvieran la libertad de decretar tropelías, y nos mostró que, sin el pudor de nuestros desgobernantes, había una vida mucho más oscura que escaparía hasta de la imaginación de los pensadores más desbordantes. Fue entonces cuando, algunos, empezamos a comprender que todo podía pararse, hasta morir, como está ocurriendo, mientras sólo recibimos palabras bonitas y huecas por parte de quienes debían aportar soluciones reales.
Y estamos perdidos, pienso yo, porque no tenemos un ideal al que poder viajar, con un faro de referencia que aguante las embestidas, aunque solo sea en sueños, y estamos permitiendo la pérdida total de valores, el descarte de vidas que no sean “útiles”, estamos en confrontación permanente, con ausencia total de proyectos comunes, con incumplimiento generalizado de nuestras obligaciones, con la violación sistemática de derechos fundamentales, y zozobrados en medio de un mar agitado permanentemente por quienes nos inoculan los miedos a que todo sea peor sin las migajas que prometen ellos, en lugar de facilitar el trabajo, el trabajo de los emprendedores, sobre todo. Y así, un largo etcétera que todos conocemos.
Es claro que este humilde juntador de letras no tiene las soluciones, pero sí que pienso que tenemos que restituir los valores erradicados, como el respeto, la empatía, la familia, los abrazos (cuando la pandemia lo permita), el auxilio reciproco como diario de vida, asentar el corazón en lo que hacemos y tener claro que no hay avance posible sin compromiso y sin esfuerzo. Eso tendría más posibilidad si erradicáramos a los políticos que activan permanentemente el encontronazo en vez de posibilitar el encuentro. Ellos son el problema y, por ende, no pueden dar con la solución. Pero esto sólo es mi sueño…
Antonio Poyatos Galián