Se incrementan en estos tiempos, las búsquedas en Internet de cualquier tema por más peregrino que este sea, y el común y no tan común de los mortales, cuando surge una duda o una discusión sobre cualquier dato, suele decir: Lo pregunto al Google, lo miro en el Google, o algo similar a eso. Parece que Google se ha convertido -lo hemos convertido-, en el ábrete sésamo de aquello que queramos conocer o del dato concreto que queramos tener en ese mismo momento, aun cuando en muchos casos la respuesta no sea la correcta, pero basta que lo diga el Google
Nuestra memoria -qué duda cabe-, es veleidosa, caprichosa e inconstante, y será por eso que, antes de estrujar nuestras neuronas con pensamiento propio, recurrimos al Google, a ese muro de las lamentaciones del buscador, preguntando por lo nuestro, ya sea lo que significan las palabras escritas en los informes de nuestro médico, ya sea el significado de nuestros nombres, de nuestra curiosidad momentánea, de nuestro sueño, de nuestro futuro y hasta de nuestras angustias, aun cuando muchísimas veces, el conseguidor Google no contesta a la pregunta que le hacemos si no a la que él desearía que le hubiéramos preguntado, parece ser, ya que muchas veces responde: quizá quisiste decir
A lo mejor hacemos mal refugiando todas nuestras curiosidades en el abrigo del buscador, quizá debiéramos quedarnos con las dudas, con esas inquietudes que con tanta precisión e inmediatez queremos que nos las explique el Google, y esperar a que en algún momento -saber esperar-, la vida se nos revelase y encontráramos una epifanía que nos lo aclare, pero ahora, la inmediatez de todos nuestros actos prima sobre la solera que toda cuestión ha de tener. Hemos renunciado al pensamiento propio, para refugiarnos en lo que el Google quiera decirnos, como si eso fuera palabra de Dios.
También podríamos preguntar más a los demás por nuestras dudas. También podríamos pedir consejo, como hacemos algunas veces, aunque sea difícil digerir que la respuesta raramente contenga un pensamiento original, pero nos sirve para ver las cosas desde el ángulo de los demás, o, como dicen ahora, tener un segundo dictamen. También podríamos estrujar un poco más nuestras neuronas activas, para tratar de entender qué es lo que está pasando, lo que nos está pasando. Queremos -pero no es posible-, que el Google aclare nuestras inseguridades, nuestro interés pasajero de tertulia de bar, nuestras obsesiones, nuestros caprichos que duran dos días, para ir a morir a un olvido recalcitrante: a nuestras angustias; pero, como digo, a pesar de todas las respuestas que pueda darnos el dichoso Google, y sin embargo, nuestra memoria es veleidosa y a veces se empeña en traernos esos recuerdos que duelen y que cabezonamente brotan como esas plantitas que crecen entre las juntas de esas piedras ya pisadas por decenas de años
y eso, ni puede aclararlo, ni puede borrarlo el Google. Deberíamos reflexionar sobre ello.
Antonio Poyatos Galián