Ayer me pidieron opinión sobre un tema que, francamente, siempre que he podido, he eludido porque suele ser mi parecer al respecto más polémico que cualquier otro. ¡Esta vez era ineludible, fundamentalmente, porque quien insistía en saber mi parecer es persona perteneciente a la opción política del Sr. Iglesias, a Podemos, un joven, por lo demás, nada extremista en el discurso, convencido absolutamente en un ideario de corte comunista a la manera de las gentes que conocí en mis tiempos juveniles, en Sevilla y, por demás merecedor de todos mis respetos. Estábamos reunidos en torno a la mesa de un bar y no hablábamos de elecciones, pactos ni nada por el estilo sino de cuestiones históricas y del siglo XX, y la cuestión que me planteaba era por qué razón pensaba yo que el comunismo triunfó en Rusia y no en otros países de Europa a principios del pasado siglo. ¡Una pregunta envenenada sin dudas!.
¡Es curioso! Me veía forzado a hablar de un tema que nunca quiero tocar, pero no por ningún tipo de miedo o repugnancia, sino por no crear polémica, pero al cabo, era hora ya de decir lo que pensaba y empecé en sentar la base indiscutible: El Marxismo era un producto del siglo XIX, como el Liberalismo, eran hijos del Tercer Estado, subproductos de la Revolución Francesa, aquella que llevó a la burguesía al poder en algunos lugares y mantuvo el absolutismo en otros, y pidiendo que me dejasen hablar sin interrupciones, continúe señalando que ambos esquemas o planteamientos, en toda su extensión y dimensión política y social eran iguales en cuanto a su destino final, con aparentes y si se quiere formales metodologías logísticas diferentes, y ese fin común no era otro que implantar la hegemonía en el mundo bajo la apariencia de un severo enfrentamiento.
Fijada esta idea, que no niego que puede ser más que discutible, entraría en la cuestión de por qué en Rusia. Y como para todo, suelo recomendar leer. Y si se lee “La technique du coup d´état” de Curzio Malaparte, en sus primeras páginas descubrimos motivaciones que nos orientan de la razón de ser de que un sistema que debería haber tenido éxito en cualquier parte antes que en el Imperio Ruso, se promueve y consolida allí.
En primer lugar, la Revolución rusa no tuvo los caracteres propios de una revolución, en cuanto a las implicaciones, incluso al caos propio y normal, no se pareció en nada a la francesa que generó en Tercer Estado. Nunca se ha hablado, que yo sepa, o al menos nunca he escuchado a nadie decir que la Revolución Rusa fue un prodigio de técnica, cálculo y precisión en la que Lenin fue analizando y detallando hasta los mínimos pasos a dar sin dejar nada a la improvisación…. Palabras suyas, poco conocidas son “ Los mártires y los héroes no son necesarios para la causa de la revolución; lo que se precisa es lógica y lo que se necesitará es mano de hierro”. Contaba con otro táctico excepcional, Trotsky, que evitó que el golpe de estado se llevara a cuestión de masas y pueblo y organizó equipos, escuadrones, debidamente organizados, con los objetivos perfectamente marcados y bien dirigidos.
La Revolución Rusa triunfa por su equilibrada y precisa organización, por su coordinación y el esfuerzo de sus líderes por evitar que se les fuera de las manos el mínimo detalle, no dejando ningún cabo suelto a la improvisación y se produce, además, alterando el marxismo,, concretamente haciendo a un lado su fundamento primario, la cuestión económica para reinventar los valores de un pueblo disciplinado y jerarquizado como nos señala Henri Massis en su “ Découverte de la Russie”, un pueblo teóforo, portador de Dios, al que se le prohíbe la religión a sabiendas de que no acatará ese mandato y se le proporcionará una iglesia domesticada con apariencia de semiclandestina, un pueblo al que la abolición de la propiedad privada no le asusta ni le llama la atención. En el resto del mundo, esa abolición de la propiedad privada en Rusia espantó, pero porque desconocía que en el Imperio de los Zares la propiedad privada no existía tampoco de manera general, sino muy excepcionalmente. La Revolución Rusa y ese comunismo bolchevique superado durante su dilatada praxis hasta su extinción hacia formas más aburguesadas triunfó porque tenía una organización perfecta y una base social adecuada para obedecer a una cadena de mando que jamás iba a plantear pretensiones democráticas algunas, solamente veía sustituir una élite por otra, unas ordenes por otras y algo que es intocable para aquel pueblo bajo cualquier sistema: la exaltación del patriotismo y su carácter teóforo, su misión divina.
En contraste, recordé unas palabras de Stalin que manifestó que la unión del espíritu revolucionario y el americanismo define al estilo del leninismo en el trabajo del Partido y del Estado. Y es que en realidad, como había dicho al principio, el Liberalismo, llámese Capitalismo o como se quiera, y el Comunismo Marxista eran dos formas de llevar al hombre a la masa para implantar la moral del utilitarismo pragmático, para llevarlo al mismo fin, al momento del presente, del tecnicismo, de la globalización y de un supuesto bienestar y progreso en el que pensar empieza a estar prohibido si no se hace en la forma prescrita por la moralina del sistema, y ya rige el “No pienso, luego existo”.
El joven que me había preguntado me decía que por mi forma de expresarme parecía anarquista, y se lo negaba, le decía que era antiguo, muy antiguo, de hacía más de 6.000 años y por eso pensaba así, y que si me tuviera que decantar en el presente, indiscutiblemente me inclinaría por la Rusia de hoy que por confiar en los Estados Unidos de América cuya amistad es venenosa. Hace muchos años oí de los labios de una gran dama, víctima directa de esas amistades decir en una cena en París: “Ser enemigo de los Estados Unidos es terrible, pero ser amigo es mucho peor”, y a lo largo de la historia se puede comprobar lo cierto de tal afirmación.
La Revolución Rusa fue la que fue, y como fue, la Norteamericana es constante, invasiva, demoledora, entra por todos los rincones, invade desde nuestros idiomas hasta nuestras costumbres más elementales, nuestra alimentación, nuestra forma de vestir, nuestro pensamiento, nuestro propio modo de ver amanecer…Nos anula….
Manuel Alba